IPHIGENIE EN TAURIDE, DESDE HOY EN EL TEATRO AVENIDA
› Por Diego Fischerman
La ópera es muchas cosas y también, a veces, su propio contrario. A mediados del siglo XVIII, por ejemplo, un compositor en busca de la simplicidad de las líneas melódicas, las tensiones armónicas y la claridad dramática se enfrentó ni más ni menos que con lo que había constituido –y volvería a constituir después– el principio del género: el lucimiento de los cantantes y su consecuente tiranía. Christoph Willibald Gluck fue la cabeza visible de una “reforma” operística que, sin embargo, no llegaría a rendir demasiados frutos, salvo, desde ya, su propia obra dentro de la que Iphigénie en Tauride, una de las últimas óperas que compuso, es una de las cumbres.
La tensión entre la idea del “arte” y la del “entretenimiento” alimenta, en todo caso, toda la historia de la ópera y en ese contexto el lugar ocupado por Gluck es sumamente excepcional. Porque si en muchos aspectos su reforma es coherente con el movimiento clasicista, con la idealización de la supuesta unidad estética de los griegos y con la “búsqueda de la naturaleza” pregonada por Rousseau, tampoco los clásicos le llevaron mucho el apunte. Estrenada en 1799 en París y dos años después en Viena, en una versión traducida al alemán y alterada en su estructura, Iphigénie en Tauride lleva hasta sus máximas posibilidades la idea de Gluck acerca del equilibrio entre escenas solistas y de conjunto y entre protagonistas, coro y orquesta. Con libreto de Nicolas-Françoise Guillard es, por otra parte, y más allá de su importancia histórica, una de las óperas más bellas del repertorio. No obstante, en una ciudad cuyo gusto fue moldeado por la Italia decimonónica, Gluck es un compositor bastante infrecuente. Por eso resulta de particular interés la puesta que Buenos Aires Lírica estrenará hoy a las 20 en el Teatro Avenida (Av. de Mayo 1222). Con nuevas funciones el domingo 14 a las 18 y el martes 16, jueves 18 y sábado 20 a las 20, éste será el cuarto título de la temporada de la asociación.
Con dirección musical de Alejo Pérez y puesta en escena y diseño de escenografía de Rita Cosentino, la obra contará con la participación de los cantantes Virginia Correa Dupuy (Iphigénie), Carlos Ullán (Pylade), Luciano Garay (Oreste), Ernesto Bauer (Thoas) y Eugenia Fuente (Diana). La orquesta será la Camerata Bariloche, a la que Pérez ya dirigió en 2005, en la Medea de Pascal Dusapin. El diseño de vestuario es de Stella Maris Müller; el de iluminación corresponde a Horacio Efron y la dirección del coro está a cargo de Juan Casasbellas. Iphigénie en Tauride se representará en la versión original en francés. Y el hecho de que esta obra se haya presentado en París no es irrelevante en tanto la reforma de Gluck implicó, en este caso, oponerse a la vez a la tradición de la ópera seria italiana y a la de la tragedie lyrique, que se había cristalizado según los modelos de Lully y Rameau y en donde las leyes del entretenimiento cortesano se imponían permanentemente al fluir narrativo. La necesidad de incorporar escenas de ballet (el propio Luis XIV los había bailado) y las repeticiones establecidas por imposición formal y no por necesidad dramática habían convertido el género en un recipiente vacío de significado. Con Alceste, la concisa y genial Orfeo ed Euridice, Armide y Paride ed Elena mostraron un camino absolutamente nuevo, donde el virtuosismo de los solistas estaba totalmente integrado al texto y en que la música dependía de lo que sucedía en escena. Pero Iphigénie en Tauride es la explicitación más perfecta de ese ideal.
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