OPINION
› Por José Pablo Feinmann
Se lo ve –en una prueba de casting– con James Dean. El fragmento vale oro, es un fragmento de juventud, alegría y talento. Dean y Newman charlan y se ríen. No sabemos muy bien de qué, pero se los ve tan jóvenes, tan vitales. El papel lo ganó Dean y suerte que así fue porque era la parte del hijo en Al este del Paraíso. Newman debuta en un film que habrá de odiar: El cáliz de plata (1954), con Virginia Mayo y Jack Palance haciendo Simón el Mago. Hizo algunas cosas buenas (la del boxeador Rocky Graziano), pero recién en The Hustler (1961) donde demostrará que, además de un tipo muy pintón, tal vez demasiado pintón, era un muy correcto actor. Su papel es el de Eddie Felson (que repetirá en El color del dinero, dirigido por Scorsese, en 1986, y por el que recibirá un tardío Oscar que no fue a buscar: mandó un video en el que agradecía fríamente). Pero aun en The Hustler la excepcional Piper Laurie y el descollante Jackie Gleason casi le roban la película. Como sea, Newman se consagró. Tuvo mucho que ver en esto un director del talento de Robert Rosse, dado que la película es poderosa. Pero si pensamos que hizo su debut en 1954 no es fácil deducir que Newman fue de esos actores alcanzados por la gigantesca sombra de Brando. Quería ser Brando con la misma fuerza con que después Steve McQueen quiso ser Newman. Pero no podía ser Brando. Era muy pintón, le gustaba serlo y tenía unos ojos demasiado grises. No había tragicidad en Newman. Nunca la hubo. El otro que quiso ser Brando a morir fue Rod Steiger, pero falló peor que Newman. McQueen creyó alcanzarlo en un bodrio fenomenal: Infierno en la Torre del mediocre Irwin Allen (que haría luego La aventura del Poseidón y El enjambre, donde un montón de abejas humillan a Michael Caine, Richard Widmark y Henry Fonda). Voy a decirlo: no recuerdo una escena de Newman que me haya emocionado. Pongo sólo un ejemplo: un actor como Jack Palance, de muy distinta suerte que Newman, a mí me mata en Ataque cuando baja una escalera con la boca anormalmente abierta, muriéndose, dispuesto a matar a Eddie Albert. En Harper, que es, con el nombre cambiado, el personaje de Ross Mac Donald, Newman no pasa de ser un tipo que hace pinta, que se las sabe todas, que no se quiebra nunca. Hubo un solo film en el que intentó mostrarse quebrado: Y será justicia (The verdict, 1982, bajo la mano certera de Sidney Lumet). Casi lo logra. Nunca estuvo más cerca. Eso sí: dirigió un par de buenas películas, estuvo casado toda la vida con una actriz de gran talento, Joanne Woodward, actuaron juntos y muy bien. Le puso su nombre a una cadena de alimentos. Y afrontó su vejez con gran dignidad. Todavía hizo un film noir muy digno con Susan Sarandon y Gene Hackman. Susan y Paul, veteranos los dos, se daban un beso de antología. Sé que hizo El golpe y Butch Cassidy y The Sundance Kid, pero eran sólo películas divertidas y taquilleras en que los dos derrochaban carisma. ¿Murió en algún film? Creo que no. Le faltó densidad, dolor, rupturas del alma, desdichas intensas, aceptar ser humillado. Hizo una en que un senador se metía en la cama con Lolita Davidovich, cuando Lolita era hermosa y zarpada. Pero, ¿quién no haría ese papel? Se le murió un hijo. Y hasta eso no se le vio en la pantalla. Intentó hacer una película con el tema, pero no lo alcanzó. Todo bien con Paul Newman. Uno lo quiere. Pero raramente logró expresar la grandeza. Otros actores lo consiguen con una sola mirada.
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