ENTREVISTA A ANGUS YOUNG, EL ALMA DE AC/DC
› Por Carlos Marcos *
Angus Young debe de ser la única persona en el mundo que desconoce quién es Shakira. No hay ninguna intención de desprecio en su despiste. Sería imposible en un hombre tan bondadoso. Pero parece reaccionar. Se toma unos segundos de reflexión, busca en alguna parte de su cerebro y encuentra una imagen: “¿Shakira? Ah, sí, ¿no es esa chica que mueve así las caderas? (y hace un simpático cimbreo con su pequeño cuerpo). Pero no he escuchado la versión que hace de nuestro tema ‘Back in black’. ¿Está bien? Bueno, una cosa es segura: ella es mucho más linda que nosotros”. Mientras habla, el alma de esa institución del rock llamada AC/DC mantiene las manos apoyadas en sus rodillas. Las manos de Angus. Con ellas ha fabricado los acordes de guitarra más célebres del rock duro: “Highway to hell”, “Back in black”, “Rock and roll ain’t noise pollution”... Son manos pequeñas, sonrosadas, con las uñas que miran para adentro de su dedo correspondiente y se van cerrando, como protegiendo unas yemas maltratadas durante muchos años por las afiladas cuerdas de la guitarra. Los laterales de los dedos índice y corazón de su mano izquierda sufren el ataque constante de la nicotina: se exhiben amarillentos. Angus no les da tregua a sus pulmones. Dice que fuma unos 30 cigarrillos al día: de hecho, en los 40 minutos de entrevista apura cinco cigarrillos. También en su mano izquierda lleva encajado un anillo de boda: el pequeño gran hombre cambió de bando allá por 1980. Su mujer se llama Ellen y es holandesa. ¿Sorpresa? Quizá, pero los rockeros duros también pueden llevar una vida marital acomodada.
No, Angus no lleva hoy su celebérrimo uniforme escolar. Descansa en una percha, planchado y perfumado, a la espera de arrancar la nueva gira (en noviembre en Estados Unidos, y en 2009 en Europa), la de presentación de su reciente disco Black ice, el primero en ocho años. Y sin su disfraz de colegial se hace complicado reconocerlo. Son las 10.30 de un miércoles en un vanguardista y opulento hotel en Düsseldorf (Alemania). En este reino de la corbata y el estrés exprés, Angus se presenta vestido como si fuese un fan de AC/DC: jeans, camiseta azul, cazadora vaquera y zapatillas All Star. Masca chicle. Su cuerpo es diminuto. No, es insignificante. El tipo que toca más salvaje mide 1,55 y debe pesar unos 50 kilos. No lleva celular, ni cartera ni llaves. Sólo dos objetos: un paquete de tabaco en una mano y una pequeñísima bolsa verde en la otra.
Con mucho, es el tipo que más dinero amasa en su cuenta corriente de cuantos corretean por el hotel. De hecho, con un clic de sus dedos podría comprar el edificio, desalojar al personal, colocarse en el centro del jardín interior, enchufar a los amplificadores su Gibson SG y demoler la estructura. Aunque tiene 53 años, el jefe de AC/DC aparenta bastantes más: los rigores de la carretera, quizá. Se sienta, solicita un café y prende un cigarro.
–¿Lo reconocen por la calle cuando no lleva su famoso uniforme escolar?
–La verdad es que no mucho. Es estupendo, porque paso bastante inadvertido y puedo llevar una vida tranquila.
–¿Dónde compra los trajes y cuánto le cuestan?
–Tengo un sastre que me los confecciona desde hace muchos años. Están hechos de terciopelo. Son muy suaves. En cuanto al dinero, déjeme pensar... En euros, un poco por debajo de los 1000. No es mucho.
–Teniendo en cuenta que es uno de los iconos sagrados del rock, parecen moneditas. ¿Cuántos conciertos le aguantan?
–Me suelo llevar unos 20 de gira. A veces me duran un mes o dos. Otras sólo un día, porque me tiré por el escenario a hacer un solo de guitarra y lo rompí.
Fin del primer pitillo. Gran parte del éxito de AC/DC, sobre todo en el apartado estético, hay que adjudicárselo a la hermana de Angus, Margaret. Cuando surgió todo, con su hermano Malcolm, por supuesto, también fundador de AC/DC, era la época glam y había que disfrazarse. Angus probó el de Superman, El Zorro, el de gorila. Un día llegaba del colegio con el uniforme y debía tocar en un local del barrio. No había tiempo. Entonces apareció la intuitiva, Margaret: “¿Por qué no salís con la ropa del colegio?”. La camisa blanca, la corbata, la chaqueta y los pantalones cortos se pegaron a su piel para siempre. Margaret también fue crucial en otro capítulo importantísimo. En busca del nombre para el grupo, los ojos de Angus y Malcolm chocaron con la parte trasera de la máquina de coser de la hermana. Allí estaba impreso: “AC/DC” (corriente alterna/corriente continua).
–¿Cómo era usted en el colegio?
–Me portaba bien... cuando iba. La verdad es que no se me daba muy bien asistir al colegio. Crecí en Sydney, en una zona llena de fábricas, y los colegios no estaban bien vistos: los pibes enseguida se ponían a trabajar. El nivel de educación no era muy alto, se consideraba un trámite. Incluso el director del colegio te decía: “Pronto tienes que buscar trabajo, ¿eh?”. ¡Y teníamos 15 años!
–¿Es cierto que su primer trabajo fue en una revista porno?
(Risas.) –Bueno, no exactamente. Cuando dejé el colegio, mi padre me dijo: “No vas a estar ahí todo el día sentado. Tenés que encontrar un empleo”. Malcolm me comentó que había una imprenta cerca de casa. El dueño hacía una revista erótica, pero en plan clandestino. El tipo iba cambiando de imprenta, para no dejar pistas, y de vez en cuando tocaba en la mía.
De la boca de Angus sale una voz ronca, como de recién levantado. A Malcolm y a Angus hay que adjudicarles la famosa fórmula AC/DC, tan adictiva que es capaz de abducir a músicos tan dispares como Beck (“¿Cómo no dejarse seducir por un riff de guitarra de AC/DC? Son hamburguesas musicales”, dijo), Celine Dion (realizó una versión, junto a Anastacia, del clásico “You shook me all night long”), Bryan May, de Queen (“AC/DC es una terapia absoluta. Un concierto de ellos y te deja sordo. Una maravilla”); cineastas como Jonathan Demme... El guitarrista devela la fórmula del sonido AC/DC: “Mi hermano Malcolm escribe en su casa de Londres, y yo en la mía de Sydney. Luego nos juntamos y nos quedamos con las mejores canciones. Analizamos entre los dos unas cien ideas y de ese grupo empiezan a aflorar las que suenan más a AC/DC. Nos volvemos a separar, y luego nos reunimos y elegimos las mejores. Es un proceso que lleva mucho tiempo, pero así lo hicimos siempre”. Angus dice que intentó escuchar música clásica, pero le aburre: “Cuando pasan unos segundos y no entra la batería me desespero”.
Su discurso se articula de forma tan rotunda como su música. Siempre habla del ritmo: “Respeto a los grupos de heavy metal como Iron Maiden, Judas Priest o Metallica, pero no tienen nada que ver con nosotros. Lo más importante de AC/DC es el ritmo. Es el elemento básico”. Y ahí irrumpe su estilo guitarrístico, complementado por un despliegue escénico que agota al que mira. Treinta y cinco años con esas sacudidas tan violentas de cuello no es lo que recomendaría un médico. Sin embargo, no parece haber secuelas. Y no hay remedio: gracias a esos hachazos de columna, Angus lleva el compás. “Algunos lo hacen con los pies: yo lo llevo con el cuello”, dice.
Existen medidas de prevención, como esas botellas de oxígeno que el grupo se lleva de gira. “Cuando estoy en el escenario me convierto en un salvaje. Es como si fuera un hombre de las cavernas. Después del show necesito seis horas para recuperarme. Y el oxígeno siempre está ahí, por si lo necesito.” Las bolsas que exhibe bajo sus ojos parecen inflarse aún más cuando sale el nombre de Bon Scott, primer cantante de AC/DC. Scott forma parte de los mitos caídos del rock: desapareció cuando se encontraba en la plenitud de su carrera, justo después de haber grabado Highway to hell (1979). La versión oficial cuenta que después de una nueva borrachera, un colega lo dejó dormido en un coche frente a su casa. A la mañana siguiente ya no respiraba. Diagnóstico: ahogado en su propio vómito.
Los mal pensados apuntan otra teoría: sobredosis de heroína, una carga demasiado dolorosa para una banda rockera, pero también conservadora en ciertos aspectos. “Me llamó una amiga de Bon y me dijo: ‘Escuché por ahí que Bon está muerto’. Yo pensé que era un rumor absurdo. Pero luego me telefoneó otra amiga que nos conocía bastante y me dijo lo mismo. Entonces llamé a nuestro manager y me lo confirmó. Fue el momento más duro de nuestra carrera.” Era el 19 de febrero de 1980 y cualquier banda habría abandonado o habría tardado tiempo en recuperarse. Ellos no. A los pocos meses ya tenían un nuevo cantante, el estibador (tiene toda la pinta de ello) escocés Brian Johnson, y grababan Back in black, aún hoy el segundo álbum más vendido de la historia de la música, sólo por debajo de Thriller, de Michael Jackson. La integridad de AC/DC es suicida en un mundillo materialista. Es el único grupo de los grandes (quedaban Los Beatles, pero ya cedieron) que no deja que sus canciones se puedan descargar en iTunes. Y odian las recopilaciones. Angus lo justifica: “Nosotros seríamos anti iTunes incluso si no se hubiese inventado iTunes. Me regalaron un iPod, pero me puse a tocar los botones y me desesperé: no sé cómo funciona ese cacharro. Sólo escucho vinilos. Es más sencillo: los colocás, pones la aguja y ya está. Y suena a gloria”. No se le puede hablar de música actual, de Coldplay o Arcade Fire. Angus sigue disfrutando con los de siempre: pioneros del rock como Chuck Berry y Little Richard, o viejos bluesmen como B. B. King y Albert King.
–¿Cuál es su bebida favorita?
–Tengo dos: el café y el té.
–¿Nada de alcohol?
–No. Creo que debo de ser el único miembro de mi familia que no bebe alcohol.
–¿Nunca se emborrachó?
–Sí, claro. De joven bebía cerveza, whisky... pero el día que probé el tabaco decidí cambiarlo por la bebida.
–¿Y drogas?
–No, nunca. Bueno, sí: aspirinas para el dolor de cabeza.
–A todo esto, Angus, ¿usted tiene hijos?
–No, mi mujer dice que conmigo ya tiene suficiente.
* De El País de Madrid. Especial para PáginaI12.
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