A LOS 100 AñOS, MANOEL DE OLIVEIRA FILMA UNA NUEVA PELíCULA
› Por Gregorio Belinchón *
Desde Madrid
El 11 de diciembre el director portugués Manoel de Oliveira cumplirá 100 años. Un hecho anecdótico. El mismo, recién llegado de su Oporto natal, lo explica: “Son caprichos de la naturaleza. A algunos nos da lo que les quita a otros. En fin, yo sólo me hago responsable de mis películas, buenas o malas”. El jueves pasado, Oliveira cerró con su presencia un ciclo en el que se proyectó la mayor parte de su obra, homenaje surgido de la Filmoteca Española y la VI Mostra Portuguesa. Su trabajo no se puede reducir en un par de cajas de DVD: Oliveira filmó su primer documental, Douro, faina fluvial, en 1931; su primer film de ficción, Aniki-Bobó, en 1942 (no volvería a ese género hasta 1963); y tomó ritmo en los ’70 al terminar la dictadura de Salazar hasta mantener actualmente una producción de una película por año. “Cuando termino un largometraje ya no pienso en él. A veces veo algún filme por placer, y descubro de repente ¡que es mío! Yo hago una película cada doce meses si me dejan. Me gusta hacer cine. Hay una razón para este ritmo: cuando levanto un proyecto, paso momentos inquietantes. ¡El rodaje es el único momento en el que descanso!”
Oliveira participó en un coloquio en el que durante 45 minutos respondió preguntas de Carlos Heredero, director de la versión española de Cahiers du Cinéma, y del público. Demostró una energía inagotable –hasta hace poco tiempo aún conducía su Ferrari por las calles de Oporto– y decidió subir y bajar al trote las escaleras del escenario, usando el bastón como elemento decorativo. Preguntado por el futuro del cine, en el que espera participar, aseguró: “Como cualquier futuro, es una incógnita. Sólo tenemos la realidad de los hechos. A lo mejor le ocurre al cine como a la música de cámara, que era grandiosa... aunque cambiaron los tiempos y ahora hay esas canciones pop con las que la gente salta, baila... pero no es lo mismo. Es entretenimiento que no deja pensar”.
El realizador se explayó sobre la importancia de la palabra en sus películas. “En el cine, como en la vida, la palabra es fundamental. Nos entendemos a través de ella. Bueno, a veces por desgracia también lo hacemos a tortazos. La palabra explica las cosas y los sentimientos, decía Molière. Hasta en el cine mudo había carteles para que el público comprendiese la acción.” Y de ahí saltó a sus lecturas. “El cine es la síntesis de las artes porque refleja la vida, según Ripstein. Para mí hay una relación natural entre el cine y la literatura, aunque el cine es un espejo de la vida, y en la literatura cada lector es el realizador de su propia película. Cuando era niño, mi tío tenía un inmenso Don Quijote que mi hermano y yo tomábamos para ver las ilustraciones de Gustavo Doré. Fue mi primer libro. El segundo lo leí mientras reposaba de un ataque linfático en la enfermería del colegio, y encajaba perfectamente con mi espíritu: fue Pinocho.” Con una sonrisa, marcó el final del acto y anunció que, por supuesto, en breve empezará un nuevo rodaje: Excentricidades de una chica rubia.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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