Sáb 17.12.2005
espectaculos

EMILIO GARCIA WEHBI PRESENTA HOY “EL MATADERO”

“No hay que perder lo atávico”

El director propone en su performance una singular forma de comunicación. Busca recrear “el concepto de utopía colectiva”.

› Por Hilda Cabrera

La instalación sonora y visual de El matadero (Slaughterhouse) requiere por sí sola una dedicación de cuatro a cinco horas. De modo que su creador Emilio García Wehbi decidió ofrecer este montaje en contadas ocasiones. Esta performance de estructura abierta y singular enlace con el espectador se desarrollará hoy a partir de las 24 en Espacio Callejón, de Humahuaca 3759. El espectáculo se prolongará hasta la madrugada y quienes asistan podrán entrar y salir cuando lo deseen. “Puede verse como un todo o sólo como fragmentos. Depende del cansancio y del interés o desinterés de los asistentes”, observa García Wehbi, también actor en esta experiencia que incorpora activamente al iluminador, los músicos y escenógrafos. La anécdota parte de un supuesto SPK (Socialistisches Patientien Kollectiv), grupo de pacientes socialistas que en los años ’70, conducido por un psiquiatra alemán de la Universidad de Heildelberg, “declara la guerra” al sistema capitalista. “La improvisación o el no ensayo es propio de este tipo de trabajos. En los últimos años, mi utopía ha sido recuperar elementos que el teatro regaló al happening y el body art de los años ’60”, sostiene el director.
–¿Quiere decir que abundaban en el teatro?
–No, pero existían, aunque dominó el teatro psicológico y naturalista y no el total propiciado por creadores como Antonin Artaud, que sintetizaba actuación, sonido, movimiento corporal y luces. El regalo se debe a que, históricamente, el teatro se encarriló sobre los textos o las interpretaciones.
–Sin embargo prosperó el interdisciplinario...
–Que en general se relaciona abiertamente con la tecnología. Yo prefiero experiencias donde importan más el cuerpo, la poesía, la música. El teatro no debería perder su carácter atávico, esa especie de vínculo con los dioses o como quiera llamárselos; tampoco el rito y el misterio.
–¿La tecnología resta?
–No es amigable. El teatro remite a experiencias muy antiguas y la tecnología a otras, contemporáneas.
–¿Qué significa ser contemporáneo en teatro?
–Analizar los problemas históricos desde una perspectiva actual. Si elijo hacer una obra de Shakespeare, tengo que pensar qué se entiende hoy por ejemplo del monólogo de Hamlet, porque las palabras no significan lo mismo que hace 500 años. Supongamos que soy un histórico y respeto a rajatabla el texto de Rey Lear o la representación isabelina, el contexto en el que me encuentro va a modificar el significado, y a su vez el significante modificará a la totalidad de la pieza.
–¿Qué opina de la tendencia a explicar obras u otros materiales culturales con parámetros actuales?
–La función del arte no es explicar sino generar dudas e interrogantes.
–¿Cómo se socializa el arte, siendo puro interrogante?
–Se logra de distinta manera. Hasta ahora, creo, ha triunfado la línea racionalista y deductiva. El espectador necesita decodificar lo que ve y oye, y sabemos que cuanto más unificador es el mensaje que recibe, más se tranquiliza. Pero cuando el mensaje está velado, la lectura de quienes lo reciben se diversifica. Ese ámbito difuso genera dialéctica, y divide en el mejor de los sentidos: el de la crítica.
–Pero esas discrepancias se desarrollan siempre dentro del campo de lo racional. ¿Lo contrario sería el delirio? ¿De qué manera se socializa en ese terreno?
–Existe una tercera vía que no se relaciona con uno ni con otro, y no es emotiva, no se conecta con eso que nos hace llorar o nos pone contentos. Esa otra vía es de tipo visceral: nos produce un malestar profundo y nos inquieta enormemente.
–¿La anécdota de El matadero se conecta con un suceso real?
–No, trabajamos por asociaciones. Partir de un grupo de pacientes que se alza contra el capitalismo en nombre del marxismo, porque cree que de esa forma podrá curar la propia esquizofrenia, se convierte para mí en emblema. Dentro de ese marco de enorme utopía es posible la poesía, el body art, la música. En esta performance el espectador se ubica en un centro y las acciones van desarrollándose a su alrededor. Es libre de entrar o salir, permanecer sentado o de pie. No le pedimos un compromiso físico sino que sea responsable.
–¿En qué sentido?
–En los espectáculos convencionales su responsabilidad desaparece cuando se apagan las luces de la sala, y le es restituida cuando éstas se encienden. Durante ese tiempo domina el hecho artístico, una situación que acepta, como lo demuestra con su silencio y corrección. En El matadero planteo otra forma de comunicación, casi una experiencia de utopía real. Abogo por la recuperación del concepto de utopía colectiva. El socialismo real mostró su peor cara y hoy sería un honor generar una utopía nueva que se oponga al neoliberalismo y a la sociedad de consumo, porque sólo existen utopías regionales, pequeñitas.
–¿La locura es un elemento esencial en el Woyzeck, de Georg Büchner, que estrenará en el Teatro San Martín?
–Esa versión de los textos de Büchner que está traduciendo Ricardo Ibarlucía ensambla con otros materiales, algunos más de Büchner, como La muerte de Danton, y otros de Sigfried Lenz; poesías de Paul Celan y relatos muy breves de Franz Kafka. La poesía de Celan refiere al universo de Woyzeck, al sufrimiento de los seres humildes y a la experiencia trágica. Esta es una obra compleja, donde la locura no es el único elemento. Tiene frases formidables, tomadas algunas del Antiguo Testamento y de obras de Shakespeare. En esta puesta, Guillermo Angelelli será el protagonista y Marisel Alvarez, Margarita (María en el original). Ella es también la protagonista de un monólogo demoledor de Elfriede Jelinek que voy a presentar nuevamente en febrero. Se llama Bambilandia. Lo estrené ya como anticipo en el auditorio del Instituto Goethe. Jelinek es una autora mordaz, destructora del mundo de hoy, de esa mass media que acuerda y mira por la CNN la invasión a Irak.

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