RECITAL DE RAíCES EN EL TEATRO IFT
› Por Cristian Vitale
“Hemos hecho un gran esfuerzo para estar acá, no se nos va a escapar.” El contexto no es el –a priori– ideal para festejar el cumpleaños número 30 de semejante banda. Apenas unas 300 personas, de las 650 que alberga de máxima el Teatro IFT, petrifican sus sentidos al escuchar una versión más de “Belmiro”, viejo esmero negro de B.O.V. Dombe (1978), y la sensación general roza la impotencia: Raíces, banda fundada mediando los ’70 por Beto Satragni, hubiese merecido otra atención en las butacas. Son los primeros momentos-flash (claroscuros) de una noche que, como sostuvo el guitarrista-bajista-cantante-compositor-personaje uruguayo en su primera intervención hablada, pasó por varias instancias para ser: primero, la edición de un disco. Pergeñado por el mismo Beto, potenciado por el “sí quiero” de Andrés Calamaro –tecladista de la segunda formación, la de Habitantes de la rutina– y concretado por el incansable Litto Nebbia, que puso Melopea a disposición, la banda de funk-rock-candombe editó un disco a la altura de sus pergaminos: Raíces, 30 años. Una resignificación, certera y concluyente, de ese sonido que tiñó de swing y colores, la oscura Buenos Aires de la dictadura. Una muestra de supervivencia de un género en transición, que unió la vieja mística de El Kinto con el candombe de fábrica y el funk que, por entonces, hacía desastres en la comunidad afrolatina de los Estados Unidos.
Segundo, lo costoso que resulta alquilar un teatro, ajustar todos los detalles para una presentación digna (luces, traslados, instrumentos, sonido, etc.) y lograr que los varios músicos que pasaron por el grupo en todos estos años coincidieran en tiempo y forma. No están Leo Sujatovich ni Diego Rapoport, tampoco los catorce tamborileros que retumbaron el Teatro Cómico cuando la banda debutó, en 1977, pero sí los dos bateristas iniciales (Juan Carlos Tordó y Raúl Campana) que se van alternando en la batería según pasan los temas; también el enorme Jimmy Santos, sacando lustre a su austero set de percusión, y otro negro descomunal: Cacho Tejera. Todos aquí, reviviendo una vieja magia. “Llegó el tambor”, “El loco” –del último disco–, “Somos todos candomberos”, “Para el abuelo Jacinto” –hit hot de Los habitantes de la rutina (1980)–, “Boyero” –tema mántrico que Satragni compuso en honor a los que pintan boyas en el Río de la Plata–, una rémora acústica de cuando Satragni pasó por Spinetta Jade (“Dale gracias”) o “Esto es candombe”, (casi) todos temas atravesados por la llama original. Candombe fino y sutil; un groove de fusión prácticamente irrastreable en otra formación que no sea ésta: temas sujetos a la libre improvisación, y un vuelo que no reconoce épocas ni prejuicios: Raíces ratificó su sino, la alegría de tocar y la libertad de hacerlo como les dé la gana.
Poco pesó, a los efectos estéticos, que la estrella esperada no apareciera. Calamaro, que sí participó en la grabación del disco, brilló por su ausencia, pese a que los afiches callejeros daban por hecha su presencia. Satragni perdió cuidado (“somos los que estamos y cada quien se hace cargo de lo que hace”, se limitó a decir) y presentó con todos los honores (en palabras) al invitado sorpresa. Litto Nebbia, eterno músico, melómano activo y redescubridor de talentos, ocupó la silla del ex Abuelo de la Nada. Del teclado, y su toque dúctil, eyectó una intensa versión de “El otro cambio, los que se fueron” –incluida también en el disco– y se perdió entre los laberintos sonoros –multirrítmicos, calientes, cambiantes– del tema que mejor cuenta la historia y el presente de Raíces: “Esto es candombe”. ¿Cómo dudar que lo es, ante semejante manifestación?
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