PRESENTACIóN DEL ESCRITOR JUNOT DíAZ
Dominicano residente en los Estados Unidos, obtuvo el Pulitzer con La maravillosa vida breve de Oscar Wao, una novela que explora las tensiones entre la lengua española y la inglesa. “Quería iluminar cómo viven esos dos idiomas en una sola comunidad”, subraya.
› Por Silvina Friera
Junot Díaz parece un dominicano estadounidense serio. Sus anteojos enmarcan unos ojos que destellan por momentos un halo de melancolía. Pero de pronto, para confirmar que las apariencias engañan, hace un ademán exagerado, gesticula y sonríe para los fotógrafos. Nada de modelos serios. A él que no le vengan con esa vaina de la solemnidad, pensará, mientras la risa le parte la cara al medio y subraya unos tímidos hoyuelos.
El primer dominicano en ganar el premio Pulitzer con La maravillosa vida breve de Oscar Wao (Mondadori) habla mucho. Hasta por los codos. Si en su primera novela uno de los protagonistas es el lenguaje, para escribir una crónica del diálogo entre Júno (“la letra t es muda”, aclara el escritor en un extraño arrebato de purismo lingüístico) y la periodista Patricia Kolesnikov en la Feria del Libro no hay que perder de vista la oralidad con la que se expresa este escritor que dice que tiene un castellano “malísimo”, “medio muerto”. Quizá sea una lengua natal que suena más bien “atrofiada”, aunque se pecaría de un exceso de ortodoxia académica en momentos donde las mezclas y las jergas imperan, y ya nadie puede arrojar la primera piedra a la hora de plantear qué significa hablar o pronunciar correctamente una lengua. Su castellano de cabotaje es como un animal doméstico que pierde el control cuando se inquieta o se entusiasma. Entonces un masculino se vuelve femenino, o viceversa, algunas consonantes finales se pierden en el camino; dirá paí (en vez de país, y se agradece, suena muy bonito) o boracho (suavecito, sin la múltiple vibración de las dos erres) y no siempre los plurales y singulares, en ocasiones enemistados, van de la mano.
Junot pertenece a una colonia dominicana en Estados Unidos –llegó en diciembre de 1974, a los siete años–, donde conviven el inglés con el castellano. “Como escritor quería tratar de explorar, pero también iluminar cómo viven esos dos idiomas en una sola comunidad. Esta novela es como una foto de lo que está pasando entre el inglé y el español en la comunidad dominicana. No soy experto –aclara el escritor–; ésta no es una historia de la comunidad dominicana. Nada má es un punto de vista, es parte de una conversación mucho má amplia.”
–¿Es un libro realista en lo lingüístico? –le pregunta Kolesnikov.
–No, nadie habla así, es un metáforo (lo corrigen); me comí los mocos ya, es una metáfora de cómo se ligan esos dos idiomas. Siempre les digo a mis amigos que dicen “guau, tú capturaste esa vaina del dominicano”, coge una página de esta novela y trata de leerlo en público y vete como tú suenas como pariguayo.
Alguien pide que explique qué demonios significa pariguayo, un neologismo muy peyorativo y dominicano que se originó del inglés party watcher. “¿Hay dominicanos aquí?”, pregunta el escritor. Unas chicas, sentadas al final de la sala Julio Cortázar, confirman al unísono que hay dominicanas más que dominicanos en la costa. “¡Diablos! Están presentes, ya llegó la invasión dominicana. ¡Argentinos, mucho cuidado...!”, bromea el escritor. “Un pariguayo es un chamaco o una chamaca que está en la fiesta y no baila. En Santo Domingo, con nuestros valores, el que no baila es como un argentino feo.” El público festeja las ocurrencias de Junot. “Escribir una novela es algo muy, muy difícil. Hay escritores que escriben una novela cada año. Son como máquinas. Para mí no fue así; yo duré como once años con esta mierda”, confiesa el escritor. La maravillosa vida breve de Oscar Wao fue traducida por la cubana Achy Obejas. “Ella tenía su equipo, dos chamacas caribeñas, y yo tenía un equipo mío, dos mujeres dominicanas. Y aunque hablo un español malísimo, medio muerto, estas dominicanas hablan un castellano muy fino y se preocupan mucho por el lenguaje. Con este grupo logramos traducir la novela. Pero imagínate: cinco gentes peleando por una oración. Después la gente empieza con su mierda: ‘que yo soy más dominicano que tú’, ‘tú no sabes lo que dices, maldito’. Fue muy interesante, me gustó mucho; fue una master class de nacionalismo dominicano. Entre uno y dié me dieron un tre.”
–¿Se siente incómodo con el castellano? –quiere saber la periodista.
–Ay, por favor, yo siempre me siento incómodo (risas). Creo que fue Fanon que dijo que la condición de un nativo es una condición nerviosa. Como inmigrante siempre me sentí medio incómodo. Qué me importa si mis amigos y mis hermanos dominicanos me dicen: “Coño, tú sí que hablas un español feo”. Eso no es nada nuevo. Los gringos siempre me dijeron: “Tú sí que hablas un inglés feísimo”. Ya estoy acostumbrado a esa mierda.
El escritor repasa su experiencia de inmigrante latino en Nueva Jersey. “Soy lector porque llegué a los Estados Unidos. Sé que empecé a leer para sobrevivir como inmigrante. Cuando tú lees un libro, nadie puede comentar sobre tu acento. Pero, por otro lado, también tengo ese punto de vista. ¡Diablo! Nosotros en nuestras sociedades les ponemos la vida muy difícil a nuestros inmigrantes”, reconoce el escritor. “Me crié en un barrio moreno con todos los Obamas del mundo. Cuando cierro mis ojos y pienso qué es lo americano, yo veo una cara morena. El inglés mío es un inglés bien bien morenizado.” Junot dice que la gente no tiene ningún problema con un libro escrito por un dominicano, pero no quieren a ese dominicano como vecino. “Claro que la cultura se está mezclando: welcome, bienvenido, a la globalization, todo el mundo come el fucking sushi. Pero eso no significa, ni mucho menos, que el mundo entero está apoyando o defendiendo los valores japoneses. Es más fácil consumir un pueblo que aceptarlo. El gran reto va a ser, si podemos, vivir juntos a un nivel muy complicado.”
Junot asegura que un inmigrante siempre es un inmigrante. “Me quedo más o menos con el escritor dominicano-inmigrante-traumatizado para siempre. Eso hace el destino mío”, plantea el escritor sobre su futuro dentro de la literatura norteamericana. “Vivo dos vidas simultáneamente. ¿Cómo es eso? Es el gran misterio. Escribo esto libros para tratar de comunicar de alguna manera cómo vivo el mundo.”
Después de publicar su primer libro de cuentos, Los boys, le pidieron que escribiera una novela. Empezó en el ‘97. “Escribí como 300 páginas y las tenía que botar porque era una porquería. Un año y pico, do años, tre comiéndome los mocos. No tenía nada de éxito.” Un amigo guatemalteco norteamericano, el escritor Francisco Goldman, estaba viviendo en el DF y lo invitó a Junot. El escritor se instaló en el barrio de La Condesa. Los primeros meses todo seguía igual. “Escribía ocho páginas cada día, y esas ocho páginas, botadas, eran mierda. Después de seis meses fui a una fiesta; tú sabes cómo somos los latinos –explica Junot–. Había un tipo que me quería hablar de la literatura inglesa, pero estábamos completamente bo-ra-chos. Con un acento fuerte chilango, me dijo: ‘El mejor escritor que existe es Oscar Wao’. No lo entendí al principio, le dije que no lo conocía. En el taxi me di cuenta de que estaba hablando de Oscar Wilde y yo, muerto de la risa. Cuando estás boracho, todo es muy funny. Llegué a mi departamento, me tiré en la cama y esa misma noche vino la inspiración. Vi la familia de Oscar entera, su hermana, su mamá, su abuelo, y la idea de que el narrador del libro no iba a ser miembro de la familia sino un friend-enemy, un amigo-enemigo”.
Junot está escribiendo una nueva novela sobre una familia que sobrevive a la destrucción de su ciudad. “Me está yendo muy mal de nuevo, estoy botando muchísimas páginas”, confiesa. Le sugieren que vuelva al DF, pero ya lo probó. Alguien insinúa que Buenos Aires puede ser un buen lugar para inspirarse. “Acá me vuelvo de nuevo bo-ra-cho. Buenos Aires a cualquier hombre lo convierte en mujeriego.”
Una joven quiere saber con cuál de los personajes de La maravillosa vida breve... se identifica. “Hay un narrador medio bruto que se llama Junior, un tipo muy complicado, machista. Hasta los 30 yo era Junior, todavía era el hijo de mi papá. Es una cosa muy interesante cómo uno puede vivir el sueño del otro. Yo era el hijo de un militar; iba al gimnasio tres horas al día seis días a la semana; el boxeo fue mi deporte, escondía que leía libros y que me interesaba la vaina de los intelectuales. Pero uno se cansa de eso. Y a los 30 años me convertí más en Oscar.” En Estados Unidos, según el escritor, muchos no pueden imaginar a un dominicano que le guste la ciencia ficción, ni que a un latino le guste Siouxsie & The Banshees. Un periodista finlandés le dijo que no creía que un dominicano pudiera saber “nada” de Siouxsie & The Banshees. “Esta novela fue una forma de recordar a la gente que no hay un joven que no sea complejo. No puedes reducir a un dominicano o a un argentino a una fórmula. Lo dominicano no se puede definir. Parte del trabajo de un escritor es recordar a los seres humanos que nosotros no podemos simplificar.”
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