PRESENTACIóN DEL LIBRO DE GUSTAVO SALA
El dibujante, colaborador del suplemento No y de la revista Fierro, reconoce estar atento a cierto aspecto “zoológico” que detecta en la calle. El músico Palo Pandolfo y el periodista Mariano Blejman aportaron su mirada para ayudar a conocer a un artista notable.
› Por Facundo García
Uno de los efectos más poderosos que puede tener un artista es lograr que su obra se cuele en la realidad; y al mirar la fila de los que querían entrar a ver la presentación de Bife Angosto, el libro de Gustavo Sala que acaba de publicar Ediciones de la Flor, quedaba claro que el historietista lo está logrando. Porque la mayoría de los que se habían acercado el domingo a la Feria del Libro para escuchar al atorrante que hace de las suyas en la revista Fierro y el suplemento No hubieran podido ser fácilmente trasladados a una viñeta. Enanos altos, panaderos cleptómanos y chicas existencialistas estaban ahí, aguardando que habilitaran la entrada y haciendo el bardo esperable en situaciones como ésa. Para no desentonar, adentro se acomodaban Palo Pandolfo y el periodista Mariano Blejman, que ya han sido retratados por la pluma del marplatense.
A Blejman, editor del No, le tocó conducir la reunión y hacer una reseña de cómo esos cuadritos delirantes se fueron abriendo camino hasta convertirse en guiño de identidad. “Cuando apareció Sala, medio por casualidad, su carpeta quedó archivada varios meses. De todos modos las criaturas que él había pergeñado jodían porque querían salir del cajón. Yo veía que Gustavo tenía mucho conocimiento del rock y del mundo, y sutileza. Básicamente, me parecía que estaba completamente loco.” Finalmente, a fines del 2005 se empezó a publicar la tira “Bife Angosto”, la misma que ahora mutó en libro. “En ese pequeño espacio Gustavo nos ayudó a todos a entender que la cultura joven tiene códigos, y que existía la posibilidad de reírse de esos códigos.”
Por su parte, Pandolfo conoce a Sala casi desde tiempos inmemoriales. En un recital que Los Visitantes dieron en Mar del Plata a mediados de los noventa, el músico notó que un energúmeno le tiraba fanzines como si fueran cascotazos. La publicación se llamaba Falsa Modestia, y era un proyecto independiente que el dibujante hacía a pulmón. “Ahí –evocó el autor– vos recogiste la revistita en el escenario y la mencionaste, ¿no?” Pandolfo: “Sí, y me sentí un privilegiado. Me puse a pensar que por suerte en el rock no eran todas piedras. Ya entonces estaba ‘José Luis Perales, el fanático de los Redondos’ y era genial ver cómo Gustavo era capaz de detectar realidades y subvertirlas”.
Sala pulsa con talento los resortes humorísticos de una generación que no tiene la menor idea de lo que vendrá en la próxima viñeta. El tipo graba en su memoria formas de hablar, reacciones y obsesiones que cosecha por ahí, y luego las expele coqueteando con el absurdo, aunque sin agotarse en él. En ese sentido, no sería descabellado interpretar su obra como la contraparte comiquera de Peter Capusotto y sus videos. Y todo eso –esquinas, obsesiones, resortes– se procesa en una usina mental que no tiene miedo de mezclar en una misma oración al compositor maníaco depresivo Daniel Johnston con los precios de las medialunas. Con esa libertad Sala condimenta su puchero de la risa, que después termina salpicando el papel.
Lógicamente, más de uno se pregunta si ese muchacho de barba que manda chistes con timing inesperado estará tan limado como podría suponerse. “Es curioso –comentó Blejman– porque cuando hablamos en la cotidianidad das la imagen de un chabón más o menos normal.” Sala reaccionó haciendo ruidos de chimpancé durante cinco segundos. Ya repuesto del ataque, agregó que una posible explicación está en que “es divertido dibujar lo que uno no se anima a hacer”. “Sin embargo –aclaró– la gente siente la necesidad de asociar lo que uno hace en el dibujo con la vida real. ¿Viste cuando uno dice ‘qué hijo de puta, éste se debe dar con cualquier cosa’? Y la verdad es que no, yo no me doy con nada.”
“Después de cuatro años de estar leyéndolo –retomó Blejman– he empezado a leer la realidad desde la lógica de Bife Angosto. ¿A vos te pasa lo mismo, Palo?” Pandolfo asintió. “Totalmente. Te subís a un colectivo y ves que cada uno de los que viaja se ha construido un personaje para andar por ahí. Además, todos compartimos la necesidad de una perspectiva humorística, porque la seriedad te pone rígido y hace que te quiebres ante los problemas. En cambio, el humor te da flexibilidad. Si un boludo te tira el auto encima, siempre tenés la opción de cagarte de risa de su estupidez en vez de envenenarte”, comentó.
Y hablando de altercados viales, cabe destacar que un riesgo de recorrer Bife Angosto mientras se anda por la vereda –además de tropezarse con un cordón– es que los demás transeúntes interpreten las carcajadas del lector como un signo de insania. A pesar de ese peligro, la calle es uno de los espacios naturales de lo que propone Sala. “Yo ando mucho –subrayó él, cuando Pandolfo ya se preparaba para interpretar unos temas–. Recorro y miro en dos sentidos. Por un lado miro dónde voy para no chocarme con el que viene en sentido contrario; y por otro estoy atento a cierto aspecto ‘zoológico’. Una vez, por ejemplo, estábamos con mi novia en un bar al que llamamos ‘el Bar Ciruja’, que nos gusta porque va mucho punk, veteranaje y linyeras, un conjunto de seres desdentados que son interesantes de estudiar sin que ellos se den cuenta. Bueno, estaba con el cuadernito a ver qué se me ocurría y entra por la puerta uno que vendía cuchillos. Le dice a otro que estaba en una mesa: ‘Eh, amigo, ¿un cuchillo?’. Y el de la mesa le contestó: ‘No, no somos amigos, flaco’. Indudablemente, ahí había un chiste.”
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