SHENNY MADRIGAL Y A VECES UN PáJARO, SU PRIMERA NOVELA
La escritora mexicana, radicada en Italia, retrata desde la ficción a una Milán recreada como ciudad hostil con el inmigrante y habitada por seres grises y odiosos. “He volcado muchas de mis experiencias vividas en Italia”, asegura.
› Por Andrés Valenzuela
El grabador se ubica entre Shenny Madrigal y un stretto en diminuto pocillo de café. A espaldas de la escritora hay una bella reproducción de El Jardín de las Delicias, del pintor flamenco El Bosco. La mexicana, que vino a la Feria del Libro para presentar A veces un pájaro, su primera novela, propone una ceremonia pequeña y discreta. Madrigal habla en voz queda y suave. Sus modales y su risa imitan a la voz. En el libro, en cambio, las palabras de la autora resuenan con mayor intensidad. El texto es desasosegado y nihilista. A veces... transcurre en una ciudad de Milán, Italia, que refleja la propia experiencia de la autora, radicada allí desde hace algunos años. No muestra un lugar turístico de brillos falsos, sino una urbe hostil con el inmigrante, llena de habitantes grises y odiosos. Mateo, el protagonista de la novela, es un ornitólogo mexicano que recibió una beca para estudiar el pato centinela en Italia. Es un charlatán y lo sabe, pero va allí de cualquier modo y queda condenado a escribir relatos pornográficos para subsistir.
–A primera vista, Mateo parece un alter ego suyo.
–Hay cosas en que sí nos parecemos. Yo también soy mexicana y me he radicado en Italia; y claro, he volcado muchas de mis experiencias. Pero es un personaje mucho más rico y he hecho un esfuerzo muy grande por construirlo. Por ejemplo, en su forma de ver a las mujeres, pues me preocupaba mucho equivocarme y que no fuese real. Pero son aspectos, no sabría decirte hasta qué punto algo es mío y algo de Mateo.
–Entonces, ¿cómo fue la construcción del personaje?
–Empezó con la apatía; fue la primera característica que diseñé de él. El decide no interesarse en las cosas. Y luego estaba el pato centinela, un animal que me resulta fascinante por esa necesidad que tiene de informar el peligro a sus compañeros. Por ello también Mateo es ornitólogo. Este pato tiene esa necesidad de separarse, va hacia delante, a los lados y observa el entorno. A mí me pareció similar a ciertos artistas y personas que tienen la necesidad de expresarse.
–Pero Mateo no parece un pato centinela.
–Más bien es un admirador, un devoto de ellos. Es un nihilista, pero no tiene siquiera la fuerza para actuar, está bastante desencantado, pero a la vez goza y se deleita bastante con lo que hacen esos patos.
–¿Y usted? ¿Está tan desencantada del mundo como Mateo?
–Absolutamente. Pero creo que tengo más energía y ganas de hacer cosas que él. Y pese a estar desencantada me maravillo mucho. Adoro a los músicos callejeros. Me siento fascinada por la gente, por conocerla, escucharla. Son contradicciones, pero que de alguna manera logran llevarse de la mano.
–En varios pasajes el hastío de Mateo parece el suyo propio; a él lo llevó a ese estado una mujer. ¿Y a usted?
–México. Un país maravilloso, pero que puede llegar a mostrar lo peor de la gente porque es una colonia. Y a veces la colonia tiene tantas injusticias más sumadas a las que comúnmente nosotros como género nos procuramos... Crecí con una instrucción católica con esta esperanza de un ser que te quiere, un Dios. Pero luego, con el paso del tiempo, ver cómo suceden las cosas, las experiencias, pues me dio que al final no cumplimos con ninguna de las cosas que nos proponemos o defendemos. Algunos dicen que tras la muerte todo vendrá bien. De algún modo fui educada así, pero entonces tu vida se convierte en una prueba, una eterna espera a que algún día surja alguna justicia que yo al menos no he visto.
–En A veces un pájaro está muy presente el tema del rechazo al inmigrante en Italia, varios capítulos lo reflejan y se critica a Berlusconi. ¿Cómo vivió usted la situación allí?
–Pues definitivamente he sentido un rechazo. Es mi visión de las circunstancias, pero creo que jamás ha dejado de existir. Italia, a diferencia de países como Francia o Inglaterra, tiene muy poca experiencia y recién ahora está empezando a convivir con el fenómeno de la migración; es un momento clave allí, está por decidirse cómo van a suceder las cosas. Yo llego de un país del que se saben sólo los clichés, y la gente tiene nula idea de cómo ha sido mi vida en México. Allí soy sólo una mexicana, sin mi esencia. Tengo contacto personal, pero es con pocas personas. Todo eso puede ser difícil.
–En el libro el sexo parece traer más problemas que placer. ¿No es una mirada muy dura?
–No, pero sí creo que el sexo se está convirtiendo en un problema. No lo abordamos como deberíamos, estamos llenos de tabúes. No se vive de un modo muy saludable, no lo sé: el bombardeo que hay en los medios, este extraño culto que tenemos por cierto tipo de belleza, la provocación. Creo que deberíamos tomarlo con más naturalidad.
–¿Dice que lo estamos convirtiendo en una suerte de fetiche?
–No, creo que se está volviendo una enfermedad de nuestro tiempo, como la anorexia. Nunca se ha hablado explícitamente del sexo, a excepción de ciertas culturas que siempre lo han hecho y lo viven con más naturalidad. Pero sí encuentro que esta cosa prohibida hace que quieras tenerla y quizá cuando la obtienes descubres que no la necesitabas. Es raro, ¿no? Y hay casos en que definitivamente se convierte en una enfermedad, gente que tiene que ir a terapia por adicción sexual, ¡tiene que decir algo! (Apenas levanta la voz, pero deja en claro que el tema la preocupa.) ¡Tiene que decir algo que haya tanta pornografía en Internet! No estoy abriendo un juicio de valor, pero estoy convencida de que es una cosa a la que tenemos que hacer caso y ver qué está pasando.
Como el pato centinela, la novela espera advertir sobre algunas cosas que suceden en el mundo. Pero, pese a estar aparentemente plagado de desesperanza, A veces un pájaro deja abierta una puerta de esperanza: de que quizá sí sea posible construir relaciones más sanas sobre la base de la sinceridad, aunque sobrevuele una cuota de cinismo.
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