LOS MANSEROS SANTIAGUEñOS PRESENTAN MEJOR QUE NUNCA EN EL ND ATENEO
La definición de León Gieco les causa algo de gracia, pero admiten: “Quizá refiere a que somos un grupo que mantiene el estilo”.
› Por Cristian Vitale
Cuesta imaginar a Onofre Paz –casi 70 años, manos curtidas, corte oreja destapada, panza prominente– haciendo el baile del pollo en el Festival del Queso. Más aún, a Guillermo Reynoso dándose un pico de heroína por la senda del Tafí o a Alfredo Toledo, descontrolando groupies en el Chelsea Hotel. Pero León Gieco abrió la boca y así quedó: ¡Los Rolling Stones del folklore! Ellos se ríen. “Bueno, no sé si queda bien eso de los Stones del folklore”, dice Onofre, único fundador, entre los que quedan, de Los Manseros Santiagueños. Cincuenta años de trayectoria, 40 discos grabados –sin contar compilaciones– y una forma de abordar el folklore que permanece intacta pese al paso del tiempo, de las formas y las tendencias. “Calculo que León habrá pensado en eso cuando nos puso así”, interviene Toledo. “Se refiere a un grupo como el nuestro que, aunque pasen generaciones, sigue la misma línea, la de mantener un estilo.”
Unica explicación posible, porque sus “hits”, claro, no hablan de excesos ni rescates emotivos. No son “Paint it black” ni “Brown sugar”, son “Monte Quemado” y “Josefina”, canciones de amor a los peones hacheros del monte espeso o a esa morocha cuyos ojos negros alumbran el camino del cantor. Gente de la tierra. Inmutable con las formas y las costumbres. Guardianes de la tradición. Tres guitarras, un bombo y “meta, amigo”, que viene la música. “La verdad es que no tenemos nada contra los renovadores del folklore, pero ellos no han inventado nada nuevo. Ellos agregan instrumentos y nada más, pero el canto es el mismo y los compases también. Además, como son muy unidos entre ellos, a los conjuntos tradicionales como nosotros no nos dan mucha bola. Yo me río de eso... así es la cosa. Jacinto Piedra andaba todo el tiempo atrás de nosotros”, lanza el bravo Onofre, cómodamente sentado en el bar de Lavalle y Maipú.
Los Manseros están a punto de presentar en Capital su último disco: Mejor que nunca (hoy en el ND Ateneo), un compendio de chacareras, huaynos, escondidos, pasillos, gatos, chayas y vidalas chapadas a la antigua. “Sin salir de la línea, como se grabó toda la vida”, sintetiza Reynoso. Son ellos tres más Martín Paz –hijo de Onofre–, quien se integró al grupo en 2006. “Cada tres meses tocamos en las bailantas del Gran Buenos Aires... estamos en José C. Paz, Berazategui y González Catán. Nos mezclamos con grupos de música tropical y chamamé en esos lugares, pero en Capital hace diez años que no tocamos”, dice Toledo.
–¿Cómo se llevan padre e hijo? ¿A las trompadas?
Onofre Paz: –No. Cachetadas, nomás (risas). A veces, las cosas hay que decirlas y yo tengo ese estilo, te guste o no. Ojo, sólo cuando tengo razón... no me gusta hacer enojar de vicio. Hay internas: si quedamos en que vamos a la tele con la ropa azul, y él viene con la celeste... bueno, se lo reprocho. A Reynoso le pasó eso.
Guillermo Reynoso: –¿Y vos, cuando fuiste con las botas cambiadas?: se puso dos botas del mismo pie: el derecho (risas).
Alfredo Toledo: –Bueno... todo esto pasa por la perseverancia y el tiempo del año que pasamos juntos. Los roces son inevitables.
Cuando Toledo se integró al grupo, en 1985, los Stones estaban momentáneamente separados y los Manseros cumplían veintiséis años de labor casi ininterrumpida. Lo había fundado Onofre en 1959. “Andaba cantando por ahí en pantalón corto y alpargatas. Tenía 16 años y nunca más dejé de cantar. No voy a empezar a contar todas las miserias, porque no voy a terminar más... sólo digo que cantábamos por la comida y la propina también, ¿si Gardel también ha tirado la manga, cómo nosotros no?”, evoca él. Reynoso, el vidalero del grupo, se integró en 1966 –año del monumental Aftermath– y Paz hijo, el mismo año en que los “Manseros del rock” llegaban al pico de recaudación por shows en vivo: 138 millones de dólares. “Bueno, nosotros algunos pesos hicimos también”, sigue Onofre en tren de chiste. “Además, yo tengo lo mío también: nadie rasguea como yo en Santiago”, se ríe y revela el misterio: la Salamanca. “Será así porque yo he andado por ahí, en Santiago. Hay cosas sobrenaturales: vas a un socavón, te recibe un sapo y tenés que escupir la cruz de Cristo, y pasar a ver la cueva de la Salamanca.”
–¡Como Encrucijada!
O. P.: –¿Qué es eso?
–La película que narra la leyenda de Robert Johnson. Se dice que el blusero le entregó el alma al diablo a cambio de que le otorgara el poder de tocar bien la guitarra, en un cruce de caminos.
O. P.: –Ah... no sé. Yo fui un manserito que cuidaba las haciendas. Trabajé con la pala, el pico, el arado y amansando potros chúcaros. También he trabajado en la zafra: esta uña me la saqué con un hacha por no mirar la caña. Me levantaba a las 5 para pelar caña. Mi hermano mayor me llevó, era más bruto que un arado el pobre. “Así se hace hombre”, decía el bestia. Por eso mi grupo se llama Los Manseros, en homenaje a esos chicos que hacían lo mismo que yo.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux