Sáb 09.05.2009
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BENJAMíN PRADO Y RAQUEL ROBLES, UN DEBATE SOBRE DERECHOS HUMANOS

Ficciones sobre el horror vivido

El autor español y la novelista de Perder revelaron cómo recrearon sus historias de apropiación de menores y dictadura.

› Por Silvina Friera

Benjamín Prado y Raquel Robles se vinculan con la búsqueda de la verdad y la justicia. El escritor español lo hace desde las trincheras de la ficción, especialmente a través de su novela Mala gente que camina (Alfaguara), en la que exploró el tema de la apropiación de menores durante el franquismo. La autora de la novela Perder, ganadora de la última edición del Premio Clarín, víctima de la violencia del terrorismo de Estado –sus padres están desaparecidos–, puso el cuerpo en la militancia en H.I.J.O.S. Y aunque nunca se puede dejar de ser militante, confesó que está de “licencia”. Estos itinerarios “compartidos” se cruzaron en la Feria del libro, en el panel “Democracia, derechos humanos y literatura”, que coordinó Mario Wainfeld. “España fue un laboratorio del horror: hubo niños robados, se inventaron los campos de concentración, los trabajos forzados, había 250 mil presos trabajando como esclavos. Y se inventó también la invisibilidad, que es una condición de toda dictadura. Se trata de hacer las cosas y que no se vean. Se trata de conseguir impunidad. Siempre suelo decir que si las palabras inmunidad e inmundicia se parecen debe ser por algo, si no no estarían tan cerca”, dijo el escritor español.

La novela que escribió Prado saltó hacia él desde la televisión. “Un día llegué a casa a horas intempestivas, como Dios manda, y de pronto puse la tele y apareció un documental de la televisión catalana que se llama Los niños perdidos del franquismo. Ahí me enteré de que a finales de los años ’30, los años ’40 y ’50, la dictadura franquista les robó casi 31.000 niños a los republicanos”, explicó. “A lo que he venido aquí es a quitarles un peso de encima, la apropiación de menores la inventamos nosotros, como tantas otras cosas. De manera que se pueden sentir aliviados”, bromeó el escritor. “Muchos me han preguntado por qué con tantos niños robados no hubo en España un movimiento como las Madres de Plaza de Mayo. Una dictadura duró 38 años, la otra 7, y el peso de las hojas del calendario aplasta las cosas. El tiempo puede ser una manera de memoria pero también de silencio –comparó Prado–. La libertad de un país consiste en poder regresar atrás, mirar qué ocurrió y contar la verdad. No se puede establecer una democracia completa sin memoria, sin recuerdo y sin justicia para las víctimas. A mí me importa la rehabilitación de las víctimas. Aunque sé que es importante, en el fondo que Videla esté en una cárcel, en un cuartel o en su casa, me importa menos que las víctimas de la dictadura argentina reciban toda la clase de reparación que merecen.”

Prado evocó el “machismo espantoso” de la sociedad española durante el franquismo. Y leyó, a modo de ejemplo, un fragmento de un panfleto que se les daba a estudiar a las alumnas, Economía doméstica para el bachillerato y el magisterio, publicado en 1951, que aparece citado en su novela: “En lo que respecta a las relaciones íntimas, es importante recordar tus obligaciones matrimoniales. Si él siente la necesidad de dormir, que así sea. No le presiones o estimules. Si tu marido sugiere la unión, entonces accede humildemente, teniendo en cuenta que su satisfacción es siempre más importante que la de la mujer. Cuando alcances el momento culminante, un pequeño gemido tuyo será suficiente para indicar cualquier goce que has podido experimentar. Si tu marido te pidiera prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes”. “No hay sociedad machista que pueda aplastar a una mujer que tenga algo que decir. Ese es el mensaje de la novela”, aclaró el español.

Robles planteó que no hay otra forma de contar esas realidades “delirantes” de las dictaduras que no sea a través de la ficción. “No hay manera de recordar algo si no ha sido olvidado. La condición del recuerdo es haber olvidado. Uno recuerda cuando soporta recordar. Cuando hay otro que reclama el recuerdo, cuando la memoria de uno tiene que recordar para otro, tiene que hacer un acto de entrega, de amor. Yo violenté a muchas personas para que pudieran recordar. Cuando una va creciendo y llegando a los 40 tiene mucha más claridad de cuán ficcionado es el recuerdo. Como hija de unos padres que no he conocido tanto, pedía a los otros la verdad, quiénes fueron mis padres y qué hicieron.” Sobre la protagonista de Perder, que intenta sobreponerse a la muerte de su hijo, es “un homenaje a todos los que han inventado una historia para mí, a todos los compañeros de mis padres y a mi abuela, que inventaba bastante”.

Prado advirtió que una de las razones por las que hay que escribir este tipo de novelas es porque las cosas no quedaron tan resueltas para todo el mundo. “Uno tiene que tratar de ponerse en todos los ángulos posibles de la realidad. Hay gente que cree que de las mujeres sólo pueden escribir las mujeres, de los catalanes los catalanes y de la guerra los que la vivieron. La distancia es buena para el análisis y es muy importante a la hora de escribir.” Muy festejada por la gente que desbordó la sala Victoria Ocampo fue la anécdota que contó Prado, protagonizada por los poetas Luis García Montero y Javier Egea (1952-1999), que se creía el “más rojo de todos los comunistas”. Los dos poetas fueron a leer a un colegio religioso. “Egea leyó poemas de amor y se portó bastante bien, hasta el momento del coloquio –recordó Prado–. Una monja levantó la mano y le dijo a García Montero: ‘Hombre, me han gustado sus poemas, son bonitos y están bien, pero usted está hablando de la posguerra y eso no lo ha vivido. ¿Hasta qué punto se puede escribir sobre algo que no se ha vivido?’. Cuando iba contestar, Egea le quitó el micrófono y dijo: ‘Hombre, ustedes están peor, porque aquí hablan de Jesucristo hace dos mil años y verlo no lo ha visto ni Dios’.”

“Hay un poroto que nos podemos anotar los organismos de derechos humanos –afirmó Robles–. No tenemos que mostrar en un juicio permanente que lo que nos pasó nos pasó; que los que no están, no están en España tomando sol –subrayó la escritora–. El mérito de los organismos de derechos humanos es haber humanizado a las personas que están muertas. Hay juicios que demuestran que esto pasó, pero hay culpables que dicen que estuvo buenísimo lo que hicieron. Un jefe que tenía, cuya madre está desaparecida, me decía que un día íbamos a ver un monumento para los desaparecidos. No fue hace un siglo, estoy hablando de 1994. De tantas cosas que nos salieron tan mal, eso nos salió bien. Pero creo que la mitad más uno sigue pensando que no fue para tanto lo que pasó durante la dictadura. Lo que sucede es que esa mitad más uno sabe que decirlo en voz alta no queda bien.”

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