JUAN SURIANO Y UNA NUEVA COLECCIóN DE HISTORIA, TEMAS DE LA ARGENTINA
El editor señala las ideas centrales de la serie, que arranca con La industria peronista, de Claudio Belini: un texto que no pretende activar polémicas fáciles, sino tratar de encontrar nuevos focos sobre un tema recurrente en el género.
› Por Silvina Friera
La originalidad es una palabra un tanto devaluada. Ha perdido la reputación que supo cosechar en los albores del humanismo, allá lejos y hace tiempo. Pocos se rasgan las vestiduras por la novedad, temiendo acaso no regresar del ridículo; muchos se cuidan de proclamar que una propuesta es original, tal vez para no resultar anacrónicos por exceso de ingenuidad. Cualquier pretensión de colocar la primera piedra parece estar condenada al repudio, al fracaso o a la risa. Juan Suriano sabe que no descubrió la pólvora de los libros de historia destinados a la divulgación, pero estuvo meditando mucho sobre el asunto, hasta que encontró una vuelta de tuerca con una nueva colección de ensayos históricos breves, Temas de la Argentina, que acaba de lanzar sus dos primeros títulos, publicados por la editorial Edhasa. Historias de la inmigración en la Argentina, de María Bjerg, es un texto cuya singularidad radica en el modo en que confluye un puñado de historias de vida de inmigrantes –la prosa de calidad de Bjerg es inusual para este género poco explorado– con una perspectiva teórica sobre el tema. La industria peronista, de Claudio Belini, indaga en el funcionamiento de distintas ramas industriales y las relaciones del Estado y las cámaras empresarias entre 1946-1955. Más que un proyecto industrialista, según el autor, el peronismo esbozó un puñado de políticas ad hoc que se fueron modificando constantemente de acuerdo con la coyuntura. El planteo, dirigido a uno los emblemas del peronismo, cosechará nuevas polémicas.
En esta nueva colección, diversos temas y problemas económicos, sociales, políticos y culturales, que desempeñaron un rol determinante en la configuración del país a través de un largo siglo XX –que empieza con la consolidación del modelo agroexportador hacia 1880 y se extiende a nuestros días–, adoptarán el formato del libro breve (hasta 200 páginas) con prosa fluida, que no atentará contra el espesor de cada cuestión analizada. En este terreno, claramente espinoso, tal vez haya un atisbo de innovación. La tensión entre una escritura amena y sin ripios académicos y la complejidad que demandan los temas divulgados sigue siendo un desafío que no siempre se resuelve en un ajustado equilibrio entre las partes. Los próximos títulos de Temas de la Argentina prometen una diversidad de tópicos y perspectivas, como La prensa obrera, de Mirta Zaida Lobato, un estudio sobre las disputas y debates entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX; La educación en la historia argentina, de Silvia Finocchio, una exploración de la historia de la educación a través de los periódicos educativos, y la biografía Alem, de Ezequiel Gallo, que puede ser una clave de comprensión del derrotero posterior de la Unión Cívica Radical. El próximo año se publicarán Historia social del turismo, de Elisa Pastoriza, y dos tomos de Historia de la publicidad argentina, de Fernando Rocchi.
“Hace tiempo que me interesa difundir lo que hacemos los historiadores en versiones medianamente legibles”, dice Suriano a Página/12. “Más allá de la corriente historiográfica a la que pertenezcamos, los historiadores no podemos simplificar la historia a partir de grandes proyectos editoriales que la convierten en una sucesión de maniqueísmos y meros anacronismos.” La variedad de libros de historia, que cualquiera que recorra un par de librerías podrá comprobar de primera mano, indicaría que hay una demanda, sin importar cuán masiva sea. “El fenómeno es muy difícil de explicar”, admite Suriano. “Todo empezó a mediados de los ’90, a partir de las demandas vinculadas con los casos de corrupción. Se buscaba una explicación simplista: la historia argentina es vista como una historia de decadencia política y plagada de corruptos.” El director de la Maestría en Historia del Instituto de Altos Estudios y Sociales (Idaes) de la Universidad de San Martín y autor de Dictadura y democracia, Auge y caída del anarquismo y La protesta social en la Argentina, entre otros, lejos de desaprovechar esa demanda del público, busca capitalizarla con una colección que apuesta por la calidad. “La idea de salir a la palestra y difundir versiones más complejas de la historia nos permite ofrecer interpretaciones medianamente elaboradas con todos nuestros conocimientos.” Suriano observa que este es un momento de “pavorosa sequía” de debates nodales de nuestro pasado, sobre todo en los medios de comunicación masiva.
¿Por qué una colección de estas características?, se pregunta Suriano, como si buscara ganar unos segundos para poder despejar el camino que lo llevará a la respuesta. “Lo que está faltando hoy es libros de divulgación que sean trabajos originales. Los títulos de nuestra colección son investigaciones que se están realizando o que se están terminando; no son refritos que aprovechamos para publicar en forma de ensayo histórico”, aclara el director. “La idea no es hacer ruido ni encontrar versiones que pongan patas para arriba distintas interpretaciones de la historia. No es tan fácil ser demasiado novedoso, pero sí me parece que uno tiene que seguir horadando las versiones más cómodas y fáciles de la historia, que tienen que ver con el sentido común.” El ejemplo que cita el historiador es el primer título de la colección, La industria peronista. “Hay un sentido común que sostiene que el peronismo inauguró la industria nacional. Este libro no viene a tirar abajo ese sentido común, pero en primer lugar establece una línea de continuidad con la década del ’30, porque el proceso de industrialización se abrió en los años ’30, con la crisis del modelo agroexportador, cuando las economías centrales se cierran y se produce un proceso de sustitución de importaciones. En este punto no dice nada nuevo. Lo novedoso es que intenta demostrar que había una idea industrialista, pero no un proyecto claro durante el peronismo”, explica el historiador.
Suriano recuerda que a partir de la crisis de 1951, Perón tiene que volver a políticas clásicas “que el sentido común peronista pone en el rincón de los recuerdos”. Una de las cuestiones que aparece en el libro es que la industria que avanza es la norteamericana, “mucho más que la industria nacional”. Hasta ahora ningún historiador peronista ha cuestionado el texto de Belini. “No es un libro que altere a nadie, porque está escrito en un medio tono y es muy poco ofensivo, aunque diga cosas fuertes.” El director de la colección anticipa que habrá un sitio en Internet donde se colgarán “los datos del aparato erudito que han quedado fuera de los libros para hacerlos más legibles y ágiles, para que las hipótesis que estaban en la tesis original se las pueda leer en una página web. Una de las preocupaciones de algunos autores es que afirman cosas fuertes que las tienen fundamentadas con información estadística, y todos están muy contentos con esta idea de colgar lo que queda excluido del libro, algo que me parece verdaderamente novedoso”.
“En los ’90 la historia se profesionalizó”, repasa Suriano. “Los historiadores logramos que la Agencia Nacional de Investigaciones Científicas nos diera buenos subsidios para investigar. Pero por otro lado nos puso tantos condicionamientos, tantas publicaciones por año, que se convirtió en una especie de carrera por el currículum. Esto hizo que lentamente se fuera dejando de lado la polémica para producir y publicar. Y para eso no me tengo que llevar mal con nadie. Dirijo una revista independiente, Entrepasado, hace dieciséis años, y un colega me comentó los problemas que había detectado en un libro. Le pedí que escribiera una reseña, pero me dijo que no quería porque el autor podía ser su director de tesis o jurado de una beca a la que se presentara. De manera que se produce una especie de perversión que nos achancha.” El historiador resume su caballito de batalla como director de Temas de la Argentina: “Me interesa que los lectores puedan leer versiones complejas y matizadas donde predominen los grises más que los blancos o negros”.
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