LA 20ª EDICIóN DE LA MUESTRA DE FOTOPERIODISMO ARGENTINO
La exposición, que puede verse desde hoy en el Palais de Glace, recorre los mejores trabajos de reporteros gráficos que captan los aspectos menos previsibles que ofrece la actualidad, bajo la consigna “Detrás de cada fotografía hay un autor”.
“Un fotógrafo de prensa tiene una
butaca de primera fila
en la historia”
Martin Keene, 1995.
Si se mira con atención la imagen de tapa que antecede a este artículo, se verá que, sobre el ángulo superior derecho de la foto aparece, pequeñito, un nombre y apellido. No es el de ninguno de los que aparecen en la instantánea, sino el de quien estuvo, en el momento en que fue tomada, detrás de la cámara gatillando flashes. En esa esquina suele estar indicado el autor (o proveedor) de la foto seleccionada. No es un dato menor a pesar del tamaño pequeño de la tipografía: es uno de los varios derechos que la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (Argra) reclama que se respeten. Y es, además, una de las varias razones que motivaron la realización de una selección anual del trabajo de sus integrantes. Desde hoy a las 19 y hasta el último domingo de julio, la Vigésima Edición de la Muestra de Fotoperiodismo Argentino podrá visitarse en el Palais de Glace (Posadas 1725), con entrada libre y gratuita.
“Lo básico del derecho de autor es que se mencione el nombre del fotógrafo que realizó la foto que se publica”, sintetiza Victoria Gesualdi, reportera gráfica de Perfil. Cuando el autor queda relegado, en ocasiones el espacio para el nombre permanece en blanco y en otras es atribuido al “archivo” del medio en cuestión: parecería que fuesen las gavetas las que habrían podido producirlas. Incluso los fotógrafos de las agencias de noticias sienten que son víctimas de esa maquinación de las empresas periodísticas: las imágenes vendidas a los medios gráficos son frecuentemente asignadas a las agencias y jamás a los reporteros gráficos que trabajan en esos sitios.
Pero el derecho de autor guarda relación, además, con la integridad de la obra, pocas veces respetada. “Me parece muy grave que hagan cualquier cosa con tu obra”, exclama Pablo Cuarterolo de Perfil. Lo pisa Leandro Teysseire, fotógrafo de Página/12: “En los diarios hacen fotomontaje, recortan y la fotografía no sale como la pensaste”. Las voces se suman una a la otra y el encuentro en la sede de la asociación, en Venezuela 1433, deviene en una charla entre colegas. “Hay fotos que salieron publicadas en tal diario con un fotomontaje horrible y la original está buena, tanto que quedó seleccionada para la muestra”, ejemplifica Cuarterolo.
Al igual que en las ediciones anteriores, profesionales independientes y contratados de todo el país enviaron sus producciones para que el comité editor de la Argra, integrado por Daniel García, Rafael Calviño, Marcos Adandia, David Fernández y María Eugenia Cerutti, eligiera las que finalmente poblarán durante 25 días los muros circulares del Palacio Nacional de las Artes. Fueron dos mil las que llegaron a Buenos Aires y 400 de más de 130 autores las que pasaron la prueba, postales del año pasado repartidas según su eje temático: deportes, naturaleza y medio ambiente, artes y espectáculos o situaciones cotidianas. Un vasto abanico de capturas para paladear emociones y ejercitar la memoria inmediata. “Son fotos nuestras que nos gustan y no tienen guías políticas, como en los periódicos”, subraya Bernardino Avila, reportero de Página/12.
Si bien sus caras no aparecen en los googleos, al menos no antes que sus producciones, los fotógrafos son de este mundo. Se los ha visto corriendo entre balas de goma (y de las otras también) en manifestaciones sobre las avenidas citadinas o, también, agolpándose frente a la manga ante la inminente salida de Boca al césped del Monumental. Son esos que utilizan las pecheras fluorescentes entre el vallado y el escenario en los festivales de música, los que ligan los escupitajos e insultos de la efervescente tribuna, los que ocupan las primeras filas entre cables y trípodes cuando algún famoso brinda una conferencia, los de las miradas cómplices con el entrevistado cada vez que el periodista pregunta seriamente una pavada. Y son, además, los que reciben los primeros bifes cuando el clima está caldeado, a lo mejor por la inminencia de esa lente brillosa que amenaza más que el tibio grabadorcito a pilas.
Es que, quien no quiera ser capturado por un casete no tiene más que cerrar la boca, pero no hay nada que hacer cuando uno de estos cazadores de imágenes apuntan hacia su objetivo: click y la inmortalidad. A veces agitados y malheridos, llegan a la redacción del diario o agencia de noticias para la que trabajan con una treintena de fotos en el bolsillo (o en el pendrive que traen en el bolsillo). Con suerte, tres de ellas saldrán publicadas, tal vez ninguna de las que su hacedor creía potables, siquiera la que le costó un yeso por tres meses. Pero, a no asustarse, no todos los días son una calamidad en la vida profesional de un fotorreportero. No se corre peligro si la misión es retratar una playa nudista, por ejemplo. La osadía estará en quitarse el pantalón para dorar la píldora entre los exhibicionistas. ¡Y claro que tienen sus tardes de mates y chistes en la redacción! Tan vigoroso es el ejercicio de la profesión que la “rutina de los fotógrafos” resulta un oxímoron.
Dicho esto, Leo Vaca, de Clarín, opta por reincidir en el trato que se le da la fotografía en el seno de las redacciones. “El cuidado está bastante desmerecido. La foto la termina eligiendo alguien que no sabe nada y las más lindas terminan en nuestros sitios en Internet”, explica. De hecho, casi todos los que expondrán en el Palais cuentan con blogs personales (en www.blogger.com o www.wordpress.com) o una cuenta en Flickr (www.flickr.com), sitio que aloja, desde febrero de 2004, más de cuatro mil millones de imágenes.
“En los medios gráficos no hay espacio para trabajos profundos, por eso terminan apareciendo en libros, exposiciones o en páginas web”, acota Victoria. Y son más las problemáticas que aquejan a los fotorreporteros en los emporios periodísticos: “Ahora vas a hacer una foto de un accidente y, de paso, tenés que sacar algunas de otra cosa, y después rajar a Casa de Gobierno. Esa acumulación de trabajo va en desmedro de la calidad”, señala Vaca. Es que las cosas ya no son como eran y la profesión, tanto como la vida cotidiana de todos los mortales, ha cambiado vertiginosamente frente al avance de las nuevas tecnologías, acentuado durante en los últimos diez años. “La fotografía digital ha devenido en la pérdida del oficio. Antes, tenía que hacerse un cuarto oscuro (la “panchera”, acota Jorge Larrosa, también de Página/12), todo para revelar un rollo de 36 fotos. Si te equivocabas, no tenías nada. Ahora es más fácil. El que tiene plata y puede conseguir una buena cámara le gana a uno que tiene una cámara peor, pero quince años de oficio”, ejemplifica Srur.
¿Algunas de las fotos que podrán verse en el recorrido de la exposición? La de un atribulado De Angeli, tironeado desde el piso por un grupo de gendarmes durante el desalojo de la ruta 14 en Gualeguaychú; la de un Antonio Domingo Bussi con la frente sobre el mango de su bastón, sentenciado por su participación en el terrorismo de Estado durante la última dictadura militar; la de un Diego Maradona devenido en Lorenzo Lamas, envuelto en un traje negro y lentes de sol, rodeado por dos patovicas de bailanta; la de un Carlos Menem fraternal y sonriente sosteniendo a un bebé de rostro horrorizado, y la de una simpática enana en corpiño y pollera subiendo los peldaños hacia un remolque de circo. “La gente lee los diarios en diez minutos”, analiza Alfredo Srur. “En cambio, en las galerías tenés la posibilidad de una lectura más lenta”, prosigue. Sólo si el lector deja de mirar para observar, surgen las historias; no únicamente las de quienes salen en la foto, sino las de estos cazafantasmas con flash. De hecho, “detrás de cada fotografía hay un autor” es el slogan de la muestra. No por ello se descuelguen los cuadros del museo.
Informe: Facundo Gari.
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