UN CANCIONERO CON LA OBRA DE SILVIO RODRíGUEZ
El libro incluye más de cuatrocientos temas –cien de ellos inéditos– y trabajos de su próximo disco. “En Cuba el cantor es parte de una dignidad colectiva”, sostiene el cantautor, que repasa sus influencias literarias y su modo de escribirle a la Revolución.
› Por Jorge Boccanera
El trovador cubano Silvio Rodríguez acaba de publicar un voluminoso libro, Cancionero, que incluye más de cuatrocientos temas –cien de ellos inéditos– y trabajos de su disco próximo. El arte como desafío constante sigue siendo la premisa del músico y poeta, quien en una entrevista telefónica señaló que todavía le interesa cantar “lo que resulta un reto”. El libro que desde el título rinde homenaje a los modestos cuadernillos con letras de canciones que se vendían en quioscos y librerías, está ilustrados con dibujos del artista y resume cuatro décadas de tarea constante en la composición, donde despuntan temas como “Sueño con serpientes”, “Pequeña serenata diurna”, “Unicornio” “La maza”, “Ojalá”, y “Te doy una canción”. La presencia de José Martí asoma en varias de sus piezas –entre ellas “De donde crece la palma”, “Yo te quiero libre” o “El vigía” y esta influencia, menciona Rodríguez, lo remite a “La Edad de Oro”, una de sus primeras lecturas, “en una edición que hizo Emilio Roig para celebrar el centenario de Martí”. Y desde aquella lectura, “el Martí que me acompaña es el ser humano, el amigo, el compañero, además del patriota de espíritu cosmopolita. Y van conmigo sus versos sustanciales y hermosos”.
En Cancionero, un libro que completa el aspecto autobiográfico del artista con numerosas fotografías que retratan épocas diferentes, Rodríguez subraya la importancia de la letra, por ende de la poesía, de la que empezó a gustar de niño, dice, gracias a su padre: “El viejo Dagoberto, un obrero agrícola que leía a Darío, a Martí, a Juan de Dios Peza, a Nicolás Guillén”. Sus lecturas –comenta– siguieron por autores que “me dieron un par de buenas sacudidas”, como los cubanos José Zacarías Tallet, Eliseo Diego y Rubén Martínez Villena, a quien hoy considera “de cabecera”, también a César Vallejo “que me condenó a la fascinación eterna” y a Saint-John Perse.
Sobre este último narra: “En un campamento militar un recluta leía en voz alta a Perse, enamorado de la exuberancia de sus imágenes, de lo que me contagié hasta nuestros días. El me prestó una maravillosa edición bilingüe de los sonetos de Shakespeare que le devolví veinte años más tarde, de estúpido que soy”.
Una cuerda lírica y de pasajes oníricos atraviesan los álbumes de Rodríguez –Días y flores, Mujeres, Rabo de nube, Causas y azares y entre otros, Oh melancolía– dentro de una línea en la que predomina el tema amoroso: “¿Qué sería del ritual de apareamiento humano sin las llamadas ‘canciones de amor’?”
Aun sus letras testimoniales, lejos de cualquier voluntarismo y de tonos altisonantes, van por la cuerda de lo confidencial: “Desde niño –explica–, salí a la calle a apoyar con entusiasmo el proceso revolucionario, pero cuando me puse a cantar evité hacer panfletos. Soy de esa gente que no soporta adular lo que respeta”.
“Las pocas alabanzas que he suscripto suelen señalar su excepcionalidad desde el título, con un distanciamiento casi brechtiano. ‘Canción urgente a Nicaragua’ es buen ejemplo. ‘Oda a mi generación’ continúa teniendo implicaciones desafiantes, ante una generación del Moncada vigente y a veces demasiado paternal.”
Respecto de que en sus temas campea un “nosotros”, un diálogo con un compañero de ruta, sostiene: “Creo que la Revolución ha sido un hermoso proyecto de Nosotros, con mayúsculas, a pesar de momentos que pudieran confundir su nobleza. El nosotros que se identifica en las canciones debe ser necesidad de establecer que el cantor es parte de una dignidad colectiva”.
Uno de sus primeros temas –“Mientras tanto”– dice: “Yo tengo que hablar, cantar y gritar/ la vida, el amor, la guerra, el dolor”; interrogado sobre si persiste la idea, responde que en sus inicios creía que había que ampliar la temática y el vocabulario de las canciones, ante lo que sonaba trillado. “Ya yo era amigo de los poetas de la revista El Caimán Barbudo y hablábamos de estas cosas –recuerda–. ¿Por qué no se usa la palabra ‘herramienta’ en las canciones?, decía uno, o ‘zapato’, agregaba otro. Así que anduve a la caza de palabras que no se usaban, para hacer canciones con ellas. La búsqueda me llevó a vocablos que la moral predominante discriminaba. De ahí salió que ‘La era está pariendo un corazón’ era contrarrevolucionaria, porque para algunos la palabra ‘parir’ era inmoral. O sea que declarar que ‘cantar y gritar la vida, el amor, la guerra, el dolor’, era casi un sacrilegio”, apunta.
En mayo no pudo participar en Estados Unidos del homenaje al músico Pete Seeger porque le fue demorada la visa. “Llevamos años de hostilidad y eso ha condicionado ambas partes. En los Estados Unidos muchos mecanismos siguen funcionando en el sentido obsoleto de la guerra fría. También en Cuba, con el atenuante de que históricamente hemos sido el país agredido”, explica. “A mí me gustaría ver qué nos toca a los cubanos que vivimos en Cuba de ese cambio proclamado por la nueva administración norteamericana. No quisiera creer que la buena voluntad de ese gobierno es sólo para los que quieren vivir allá o para los que piensan como ellos”, opina el trovador.
Cancionero adelanta temas de su próximo álbum Segunda cita, entre ellos la canción “Tonada del albedrío” dedicada al Che. “Su huella es siempre diferente, contrastada contra la marea universal. En las últimas dos décadas la posibilidad de un mundo más justo, al menos de la forma en que se preconizó entre el siglo XIX y el XX, se ha hecho más dudosa”, considera. “Entre los ejemplos revolucionarios que esa globalización intenta pulverizar, está el Che. En ‘Tonada...’ toco tres aspectos de su pensamiento: la lucidez con que caracterizó al imperialismo, el amor que motivó su condición revolucionaria y su concepto del socialismo, que no pretendía ‘asalariados al pensamiento oficial’”, menciona.
Finalmente, el trovador que se inició un día después de ser desmovilizado del servicio militar en el programa televisivo Música y estrellas, en 1967, apuesta de nuevo a su porfía: “Todavía me interesa cantar lo que resulta un reto; lo prohibido siempre es interesante, sobre todo cuando va más allá del jueguito de ‘a ver si te atreves’”.
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