EL INEFABLE BANDONEóN DEL TANGO, VIDA Y OBRA DE LEOPOLDO FEDERICO
La excusa del libro escrito por Jorge Dimov y Esther Echenbaum permitió que Hermenegildo Sábat, Héctor Larrea, Oscar del Priore y Susana Rinaldi, entre otros, celebraran la vigencia del maestro, que señaló: “No lo digo por falsa modestia... ¡yo no me creo todo esto!”.
› Por Karina Micheletto
Es “el máximo músico de tango vivo”, “un puente virtuoso entre dos siglos”, “el que tocó con todos y marcó un estilo único” y, sobre todo, “un ser tan honesto en el plano personal como en el profesional”. Es El inefable bandoneón del tango, tal como lo presenta la biografía recientemente editada, minuciosamente escrita por Jorge Dimov y Esther Echenbaum, en cuya presentación se escucharon algunas de estas definiciones posibles de Leopoldo Federico. Fue el lunes pasado, en el marco del Festival de Tango, y la sala de Harrod’s reservada al evento quedó chica para la convocatoria de público. Adentro, los autores del libro, Hermenegildo Sábat, Héctor Larrea, Oscar del Priore, Luis Tarantino y Susana Rinaldi, entre otros, celebraron la vigencia del maestro, ante su sincera conclusión: “No lo digo por falsa modestia... ¡yo no me creo todo esto!”. Un nutrido grupo de nietos y bisnietos de Federico y de la autora revolotearon alrededor de la mesa de los oradores, agregando su propia cuota de belleza. La presentación fue en familia, en más de un sentido.
Después, la orquesta de Federico tocaría afuera, en el salonazo de Harrod’s. Pero a eso de las seis de la tarde la gente se amontonaba en la puerta de la sala, pedía por favor, quería estar ahí. Tamaño desbarajuste por la presentación de un libro, en tiempos como los que corren –un libro que no es un best-seller, ni la obra de un gurú de la autoayuda, ni de uno que sale por la tele–, obedece a una razón que supera lo estrictamente musical: la figura entrañable de Federico despierta este tipo de pasiones, que tienen que ver con el cariño y la admiración arriba y abajo del escenario. Como lo resumió Larrea durante la presentación: “Si ese intérprete que me da todo con el bandoneón pone la misma espiritualidad en todos los actos de su vida, la suya es una honestidad brutal”.
Leopoldo Federico, el inefable bandoneón del tango (Gourmet Musical Ediciones) es el meticuloso trabajo de Dimov y Echenbaum, médico psicoanalista y profesora de Letras, respectivamente, estudiosos y apasionados del tango por igual. Ambos investigaron durante unos tres años y –lo más jugoso del caso– lograron establecer con Federico un fructífero ida y vuelta que incluyó largas entrevistas semanales en la Asociación Argentina de Intérpretes (entidad que preside el bandoneonista), con correcciones del entrevistado y agregados hasta último momento. Los que entraron en esta primera edición, claro, porque como apuntó Echenbaum: “Leopoldo es una caja de sorpresas y todos los días recordaba algo más para agregar. Diez días atrás, por ejemplo, cuando el libro ya estaba en imprenta, nos contó jugosas anécdotas de su paso por la orquesta de Pedro Laurenz, de Tarantino, y de unas siete u ocho más”.
“Hubiese sido mucho más simple enumerar las orquestas en las que no tocó, pero afortunadamente para nosotros, no elegimos ese atajo, y así pasamos tres años disfrutando de sus anécdotas. Vamos a extrañar esos encuentros en AADI”, completó la autora. Lo cual es una verdad estricta, porque en el currículum de Federico parece resumirse buena parte de la historia del género. Como consigna su biografía, al repasar sus inicios desde 1944, “con sus tiernos 17 años”, hasta 1953, cuando fue nombrado director de la Estable de Radio Belgrano: Cobián, Gobbi, Maderna, Piazzolla, Caló, Balcarce, Di Sarli, Stamponi, Mores, Salgán, fueron algunos de los directores de las orquestas por las que transitó. No sólo eso: Marcó excepción acompañando a Julio Sosa, en tiempos de mishiadura para el tango, mantuvo su propia orquesta –de la que supo hacer una familia– durante unos cincuenta años, dejó el sello de su estilo como director, compositor, arreglador e intérprete.
Dimov aludió al papel de Federico durante esta crisis del género de los ’60, en tiempos en que las orquestas se desarticulaban para dar paso a formaciones más chicas –más baratas–: “Era un barco que se hundía lentamente, pero ocurrió algo inesperado: Julio Sosa y Leopoldo Federico. Sosa y Federico cambiaron una época con la ayuda de Discépolo y el estandarte de ‘Cambalache’, que grabado por esta dupla se transformó en un nuevo himno”. Un himno que sonó, minutos más tarde, mientras se ajustaba el escenario para la frutilla del postre, la actuación de la mismísima orquesta de Federico, con Susana Rinaldi como invitada. Antes, Federico celebró el homenaje con su familia: allí estaban su esposa, su hijo, sus nueras, nietos y bisnieto, sus primos y primos segundos, y también Rinaldi –compañera suya en la lucha de AADI por la sanción de los derechos de intérprete, que le dedicó emotivas palabras–, y Horacio Malvicino –otro amigo de AADI–, y su viejo amigo José Colángelo, y muchos de la familia de la orquesta. Federico recibió el retrato que le hizo Sábat, que ilustra la portada del libro, agradeció una y otra vez, dedicó el momento a los que ya no están, se emocionó. Y enseguida rumbeó para el escenario, donde los esperaba su orquesta. Que era –había dicho un momento antes– en lo que estaba pensando, mientras todos lo halagaban.
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