Sáb 12.09.2009
espectaculos

CRóNICAS DE NUEVA SATURNIA/2

Remasters

› Por Eduardo Fabregat

It’s getting better all the time.
Lennon/McCartney, 1967.

Todo empezó con The Beatles. No es un análisis de la música pop de los últimos cincuenta años: fue en Nueva Saturnia donde todo empezó con The Beatles. Como sucedió en el resto del mundo, el lanzamiento de catorce discos remasterizados de la banda inglesa concitó la atención de todos los medios y los consumidores, sobre todo los melómanos. Las escenas hogareñas se repitieron: pibes que de pronto descubrían a la madre de todas las batallas del rock, una banda de cuatro flequilludos primero con corbata y luego con atavíos que hacían parecer caretas a los woodstockians; personas solteras que enfrentaban inéditos enfrentamientos con sus vecinos por el repentino estruendo del equipo a cualquier hora; padres preocupados por transmitirles una buena educación musical a sus hijos; gente de toda edad, de todo color y sexo, tirada en el piso con los auriculares clavados en Revolver a volumen trotyl.

De pronto, en Pepperland todo era felicidad. En Nueva Saturnia también, aunque allí tampoco pudo dejar de contemplarse el hecho de que el sello grabador de The Beatles tenía intereses tanto artísticos como económicos. Los discos reeditaban el mito del cuarteto de Liverpool y volvían a certificar sus valores, pero también salvaban las finanzas de un monstruo que, en parte por los efectos de la piratería y en parte por la deserción de grandes figuras de su staff, encontraba cada vez mayores dificultades para tapizar los autos de sus ejecutivos. En un diario de Nueva Saturnia, el ingeniero de sonido Eduardo Bergallo expresó sus reparos. “El remasterizador hace un trabajo de restauración sobre los tracks, sacar ruidos, soplidos, clicks, ediciones que por ahí estaban mal hechas. Se limpia y se trabaja la mezcla desde un material que está en mejores condiciones”, detalló el experto argentino, para luego señalar que el material de The Beatles ya estaba en muy buenas condiciones antes, que no era tan necesaria la remezcla. “No sé si a alguien se le ocurre agarrar la Gioconda y photoshopearla”, redondeó, con lógica implacable.

La idea llamó la atención de uno de los lectores: a Eusebio Alana no le parecía tan loco photoshopear a la Gioconda. Es más, Eusebio Alana ya había photoshopeado a la Mona Lisa, y estaba orgulloso del resultado. Para Eusebio Alana el runrún alrededor de The Beatles, las impactantes cifras de venta del material reciclado, eran el disparo de largada para sus planes más ambiciosos. Sonaba la hora del remaster.

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El director de la Biblioteca Mayor de Nueva Saturnia tuvo que hacer un lugar en la agenda de actividades para darle cabida al evento que el público reclamaba. En el Salón Principal, Alana dejó de parpadear ante los flashes para entrar en la materia de su remasterización de Don Quijote de la Mancha: nunca los molinos de viento se vieron tan definidos, tan bien recortados en la llanura, impactando la vista del ingenioso hidalgo montado en un Rocinante hecho una pinturita, listo para un par de Pellegrinis. A Sancho Panza lo dejó casi igual, apenas más liviano para que el personaje del burro no fuera tan sufrido. En su inolvidable charla, Eusebio Alana argumentó que existían límites, que un personaje bautizado con un rasgo físico tan evidente no podía –no debía, señores– ser llevado hasta la desnaturalización. “Si Cervantes viviera lo aplaudiría”, quiso hacerse la culta una señora sin darse cuenta de su propio chiste. Sobre el final de la charla, Alana se permitió prometer “un Borges mejor definido, un Kafka de oscuridad menos asfixiante, una Biblia más específica”. Nunca llegaría a concretar esos proyectos.

Remasterizó a Carlos Gardel. No los discos de Gardel: remasterizó al Morocho mismo, que mostró dientes más relucientes e hizo honor al mito sobre su canto progresivamente mejorado. En su impenetrable laboratorio de Barrio Cánula, acunado por la delicada sinfonía de sus canarios remasterizados, Eusebio Alana se encargó de Apocalypse Now! y The shining, con el sorprendente efecto de un Marlon Brando más inquietante, un Jack Nicholson infinitamente más aterrador. Stephen King llamó para felicitarlo.

En pleno proyecto de remasterización de alarmas de auto, sirenas de policía y bomberos que ululaban de modo menos irritante, Alana recibió un llamado del jefe de asesores del Ingeniero Toblerone. Al jefe de gobierno de Nueva Saturnia le gustaba la idea. Como su política de no contratación le impedía retribuir económicamente los servicios del experto y éste se negaba a hacerlo por el honor de la ciudad, Toblerone decidió copiar la idea y encargó a un equipo de cráneos la tarea de remasterizar la ciudad. Uno de ellos recordó las declaraciones de Bergallo y tomó al pie de la letra eso de que se comienza limpiando las imperfecciones: a las usuales tareas del temible Comando Barredor de Neanderthales Indeseables (CoBaNI) se sumaron las cuadrillas que echaban abajo árboles torcidos, arrumbaban monumentos y estatuas antiestéticas en depósitos municipales, arrasaban con casonas y predios que antaño utilizaran los centros culturales de la ciudad, diseñaban obras de teatro virtuales para reemplazar a esos molestos actores, directores, dramaturgos y técnicos que pretendían cobrar por su trabajo. Incluso hubo una breve campaña de relanzamiento, Saturnia va a ser regrossa.

Eusebio Alana estaba en otra. “Remaster” tituló un diario cuando el oscuro hombrecito corrigió los defectos de origen (los jugadores de los clubes) y con ello consiguió la primera clasificación a un Mundial de la Selección de República Saturnina. El jefe de asesores volvió a llamarlo cuando se supo que su siguiente proyecto era un Macbeth con menos personajes, menos extras, sin tanta sobreproducción, como el Let it be... Naked sin Phil Spector. Alana escuchó el insistente reclamo de su teléfono remasterizado, pero no se dignó contestar.

Con el tiempo y los éxitos, Eusebio Alana no se cerró a ninguna posibilidad. Quiso remasterizar los subterráneos y ómnibus de Nueva Saturnia en pro de una mejor calidad de vida auditiva; estudió la capa de ozono y los glaciares en proceso de derretimiento; se presentó a una reunión en la Embajada china para escuchar una propuesta de remasterización de la Muralla; disfrutó una ola mundial de reconocimiento, cuando su foto Korda del Che remasterizada desató una nueva presencia del guerrillero argentino en marchas de todo el mundo, y una nueva y amplia serie de merchandising. Los fierreros abandonaron el término tunear y empezaron a alardear de sus autos remasterizados. Un proyecto para un canal televisivo de oldies resultó tan exitoso desde lo técnico como catastrófico para el rating: el público encontraba todo tan nuevo que dejó de verlo.

Llovían ofertas, algunas interesantes, otras molestas, muchas intolerables, como las de pesados que querían remasterizar a su hijo, su novia o su suegra. Lentamente, la vida de Eusebio Alana se fue convirtiendo en un infierno. Una militante de la anorexia empezó a llamarlo todas las madrugadas para que remasterizara a Botero. El Opus Dei le dejaba amenazas por el Proyecto Biblia. Una tarde, la hinchada de Defensores de la Troika, un equipo de la divisional C de fútbol, pintó el paredón de su casa: “Agarrás el equipo o te remasterizamos el orto”. Fue el acabóse, la gota que rebalsó el vaso, la tecla de stop. A la mañana siguiente, el conductor del exitoso informativo Noticias Remasterizadas anunció que algo extraño sucedía en Barrio Cánula. “Estamos en condiciones de afirmar que Eusebio Alana ha desaparecido”, dijo, aunque la información no era del todo exacta.

El grupo de pedigüeños que solía formarse bien temprano a la mañana no había encontrado la casa del paredón infamado, sino una verdulería y frutería de mercadería armoniosa, bien proporcionada, atractiva al ojo. En la fila, un fan de The Beatles aseguró que había algo en la curva de la oreja del verdulero que le resultaba familiar. Pero, como el chirrido de la silla al final de “A day in the life”, la impresión se desvaneció enseguida, y solo quedó un largo, incómodo, remasterizado silencio.

Eusebio Alana nunca volvió.

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