Mar 15.09.2009
espectaculos

FESTIVAL INTERNACIONAL DE CUENTACUENTOS “TE DOY MI PALABRA”

La voz como herramienta literaria

El encuentro se desarrollará a partir de mañana en distintas sedes de Capital Federal y el conurbano bonaerense. Los narradores orales coinciden en la necesidad de estimular esta vocación de contar y de escuchar historias, propias y ajenas.

› Por Silvina Friera

Cuando los cuentacuentos abren la boca, no paran de sacar conejos de sus galeras. Estos chamanes de la oralidad, que ponen entre paréntesis el vértigo cotidiano narrando un puñado de historias que cargan en el cuerpo y en la memoria, se reúnen una vez más, como todos los años, en el Festival Internacional de Cuentacuentos “Te doy mi palabra”, que comienza mañana y se extenderá hasta el día de la primavera en varias sedes: en el Teatro Gregorio de Laferrère (Morón), la Casa de la Cultura de Adrogué (Almirante Brown), El Mumart del Pasaje Dardo Rocha de La Plata y el Dandi Café en la ciudad de Buenos Aires. Como les gusta deambular con sus bolsas cargadas de relatos, los narradores rumbearán también para Misiones, Santa Fe y Olavarría. Entre los invitados extranjeros participarán el mexicano Javier Coronado, el colombiano Marco Mosquera, el uruguayo Ignacio Martínez, el peruano Enrique Argumedo, el venezolano Armando Quintero y el grupo español Primigenius. Organizado por el Círculo de Cuentacuentos y la Asociación Artes Escénicas, también se sumarán a este encuentro narradores argentinos como la misionera Gricelda Rinaldi, la cordobesa Alicia Perrig y los porteños Claudio Ledesma y Liliana Bonel. “No acostumbramos a pedir por favor la palabra. Ni tampoco la cedemos tan fácilmente. Nos gusta y nos divierte inventar nuevas palabras. Y también nos gusta volver a la vida las palabras que han quedado secas y vacías de tanto mal uso. Claro que tomar la palabra, animarse a decir ‘esta boca es mía’, implica riesgos. Pero ya aprendimos, hace mucho, que no hay nada tan imperdonable como perder la vida por delicadeza”, dice Ledesma a Página/12.

“Dos veces ha surgido la narración oral en nuestro país, pero con tintes muy distintos”, recuerda Ledesma. “A fines de los ’70, Dora Pastoriza Echebarne y Marta Salotti proponían en el Instituto Bernasconi que las maestras se formaran para contar cuentos a los chicos. Pero fue Daniel Mato quien en 1986, a través del Celcit, impartió el primer taller de narración oral donde transmitió las técnicas para contar cuentos no sólo para chicos sino también para adultos. Desde entonces, la narración oral y los cuentacuentos no paran de florecer.” El narrador y docente revela que pertenece a una generación de narradores orales que ha aprendido a través del trabajo constante, del ensayo, prueba y error. “En cuanto al público, siento que es aquí donde todavía no hemos tenido éxito –admite Ledesma–. Solamente en este festival conseguimos que el ‘público virgen’ descubra y conozca cuál es la propuesta de los cuentacuentos. Es un ‘público de festival’, porque luego, durante el año, solamente algunos continúan escuchando cuentos. Hemos ganado la batalla de la formación, pero estamos perdiendo el combate de crear un público.”

Bonel, actriz especializada en la narración oral, subraya que en los últimos años la comunicación oral fue devastada. “No se habla, no se contesta, no se escucha, no se elabora un pensamiento para su transmisión verbal. Desde algún lugar el inconsciente social busca ‘reparar’ ese daño. La radio tiene un auge impensado; los espectáculos de ‘pequeño formato’ de comunicación intimista, de participación activa del público, como es un espectáculo de cuentería, narración oral queda más fino, ¿no? –ironiza la actriz–, brotan por todos lados, se extienden, se multiplican. La narración oral es fundamentalmente un hecho artístico, dotado de singularidad y belleza, que nos lleva al lugar más humano de nuestra humanidad: la creación y la identificación del imaginario social a través de la transmisión más sencilla y directa: hablando.” Bonel plantea que de forma inconsciente siempre se ha dedicado a la narración. “Soy una gran consumidora de historias familiares y muy habladora. Lectora antes de cumplir cinco años, las Fabulandia de la editorial Codex eran mi mundo. Estudié teatro, me recibí de fonoaudióloga; seguí actuando, dando clases de técnica corpo-vocal; me llamaron de un grupo de narradores para entrenar la voz y dije: ‘Esto es lo mío’... y aquí estoy”, repasa esta gran habladora. “Todo lo que hice en la vida fue para poder contar historias, cuentos, relatos, sucedidos, exageraciones. Y no hubo vuelta atrás. Narrar es una fiesta.”

En tiempos de Internet, YouTube y Facebook, ¿qué desafíos tiene el narrador oral frente a las nuevas tecnologías? Bonel no duda en afirmar que hay que saber usar esas herramientas. “Está bueno tener una página; subir un videíto, que se difunda lo que hacés a través de Internet. Pero competir con ella es imposible. El desafío es creer en lo que se hace. Que el arte de narrar a viva voz siga proveyendo al ser humano de comunicación directa, de compartir imaginarios colectivos y que a la vez cada uno, narrador y espectador, se hagan dueños de la historia para reproducirla tal como la recuerdan. Salvar la evocación, la imaginación, el continuo espacio-tiempo a través del arte en su forma más primitiva: el arte de narrar historias. Uno y su cuerpo, uno y sus emociones transportando a otros sin más artificio que su voz, sus gestos, sus palabras. No hay máquina, videojuego, ni información condensada que pueda suplir el poder del imaginario narrativo.”

Hace dieciocho años, al actor mexicano Javier Coronado le picó el bicho de teatralizar cuentos un día en que se topó con un festival de narradores. “Descubrí que este trabajo reunía mucho de lo que buscaba para comunicarme; algo de Dario Fo, del teatro de Peter Brook y del teatro japonés, así como de la danza de Bob Fosse; y pude fusionarlo en un relato que hablara mucho de mí y de los míos”, explica el narrador mexicano, creador de la agrupación Palabrije. Coronado asegura que al contar se convierte en el canal y memoria de sus padres, abuelos y todos los que lo antecedieron. “El cuerpo vincula todos los sentidos y los vierte en un envase, además de aderezarlo de emociones y canalizarlo por la voz y los gestos”, subraya el mexicano. “El futuro parece triste y gris para los narradores, pero es justo en los festivales, cuando ves al público tan entregado y sonriente, cuando te das cuenta de que la esperanza continúa y que sobran posibilidades para seguir en la brecha –matiza Coronado–. Creo que nos falta dar un salto a la escena de una manera más fuerte y consistente; nos hace falta un poco de reconocimiento institucional, que se refleje en apoyos económicos, además de mayor proyección laboral. Nos falta ser masivos”, opina el narrador.

Ignacio Martínez comenzó a interesarse por la narración oral cuando empezó a visitar centros de estudios y escuelas como escritor. “Enseguida noté que debía entablar un vínculo diferente al que ya habían establecido mis libros con ese público infantil y juvenil. Entonces incursioné en la narración, en la conversación con los niños y los jóvenes, tratando de aprender a usar mi voz, mi rostro y mi cuerpo para que mis visitas fueran atractivas y entretenidas. Si eso no sucede, sospecho que el primero que va a perder seré yo, luego perderán mis libros y finalmente será un punto en contra para toda la literatura. ¿Te imaginas qué puede pensar un niño o un joven que por primera vez ve a un escritor y lo que encuentra es un tipo aburrido, monótono y sin atractivos?”, se pregunta el narrador uruguayo.

Cuentero incorregible, Ledesma cita a Umberto Eco: “Me hice filósofo (¿cuentacuentos?) para convertir el miedo a la muerte en un hecho profesional”. El narrador afirma que le importa la calidad literaria y la belleza de lo que cuenta. “Me nutro de literatura, el arte de las palabras. Cuento porque me gusta, porque es lo que sé hacer. Cuento para conjurar a la muerte, que es el olvido. Al nombrar las cosas, las cosas existen, se iluminan. Cuento porque el cuento me suena en la oreja, y es una forma de buscar mi voz propia. Y soy el que cambio al contar las historias, al buscar mi voz, la misma voz para decir distintas cosas. O acaso la misma cosa, la misma historia. Historia a la cual –piensa Barthes– sólo la muerte puede poner fin.”

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