CUATRO INTEGRANTES DE BARCELONA LANZAN SU PROPIA EDITORIAL, ANTILIBROS
El emprendimiento surgió de la “relación patológica” entre sus fundadores, que no pueden juntarse casualmente sin que surja algún proyecto. Pablo Marchetti, Fernando Mazzeo, Daniel Riera y Mariano Lucano se plantean trabajar contra el “como debe ser”.
› Por Facundo García
Ni Boedo ni Florida. Ni modernos ni clásicos. Los fundadores de la Editorial Antilibros esquivan definiciones y en la falta de certezas le abren cancha a lo nuevo. Daniel Riera, Fernando Mazzeo, Pablo Marchetti y Mariano Lucano bailan sobre la solemnidad sin dejar de lado la inteligencia. Esa dinámica grupal –una suerte de fiesta ambulante que los llevó a crear la hoy indispensable revista Barcelona– rodea de frescura a una de las iniciativas artísticas más potentes del año. “Antilibros surge a partir de la relación que hemos de-sarrollado entre nosotros”, dispara Marchetti. “Es una amistad con el rasgo patológico de hacernos sentir que tenemos que generar cosas. Nunca nos juntamos a tomar una cerveza y ya. Siempre sale algo.” Los cuatro jinetes se conocieron a principios de los ’90, en la redacción de La Maga. Ahí reflexionaban, tomaban vino y hacían bromas. Más o menos lo mismo que hacen ahora. Como recalca Mazzeo, “había y hay una especie de ‘mirada’ detrás de las charlas”. “A esa perspectiva le empezaron a crecer elementos concretos por los costados. Los libros que decidimos publicar son un ejemplo de eso.”
El espíritu que anima las páginas recién salidas de la imprenta choca de lleno contra la tilinguería que inunda los cenáculos literarios y sus kiosquitos. Lo explica Riera: “A veces te sentís un poco grande y te hincha las bolas ir a golpearle las puertas a la Editorial X para que un encargado de marketing te responda que ‘no sos una tendencia del mercado’. Uno prefiere que la vida sea más sencilla. Ojo: que sea más sencilla no quiere decir que implique menos laburo. Lo que intentamos hacer es apropiarnos de las distintas etapas de producción de un libro, desde los sellos que hizo Pablo para sus tapas hasta el diseño de Mariano, pasando por la idea de numerar cada volumen para que sea único”. Si los astros colaboran, el grupo espera publicar doce obras por temporada, involucrando progresivamente a otros autores y conservando precios populares. Lucano asiente: “Hay quien fuma paco. Nosotros gozamos la adrenalina que nos produce ver cómo vamos a recuperar la guita que gastamos en esto”.
–¿Podría decirse que Antilibros es el lado “no necesariamente humorístico” de Barcelona?
Marchetti: –El humor no es una categoría que nos interese, ni en Barcelona ni acá. Cuando se empieza a pensar en esos términos, te neutralizan. En todo caso, la risa es algo que aparece después. Pero en cuanto se anuncia, pierde la gracia. Tenemos muy claro que Barcelona es un proyecto fundamentalmente periodístico, así como éste es un proyecto fundamentalmente editorial. Aquello que consiga ser contenido en un libro puede ser un Antilibro, en el sentido de que no nos interesa medir con rótulos y separar, por poner un caso, la poesía del cuento o del dibujo. Cada una de esas palabras –como el humor– tiene un peso del cual nosotros no nos hacemos cargo.
Mazzeo: –El humor es una consecuencia. Repito: primero hay una mirada. Creo que en los laburos que estamos presentando hay una característica común, y es que son incómodos. Los dibujos de Mariano Lucano, esas conchas a página completa, esos viejos perversos, esos suicidas en primer plano, hablan por sí solos. Alguien dijo que la incomodidad es política: frente a algo incómodo, se tiende a salir de esa situación. Pero antes hay que destacarla o señalarla, o por lo menos darle identidad. Creo que los Antilibros hacen eso.
–¿Son una cooperativa?
Marchetti: –Sí, ¡nos repartimos los gastos! Eso es importante, dado que “lo anti” tiene que ver con una respuesta a “lo pro”. Digo esto y se asocia inmediatamente a la fuerza política que gobierna la ciudad de Buenos Aires. Pero el macrismo tomó algo que venía dando vueltas hacía rato. “Lo pro” como “lo profesional”, el “cómo debe ser”. Y lo otro sería “cómo no debe ser”. Nosotros nos quedamos en esa periferia, en lo que no es pro.
–En el campo literario, ¿también se plantan contra alguien? La prensa siempre busca reflotar aquello de Boedo y Florida...
Lucano: –Igual que en la tele, se quiere buscar dónde están “las divinas” y dónde “las populares”. Lo nuestro tiene más que ver con un Cualquiera puede cantar...
Daniel: –No es un combate personal. Efectivamente, hay una serie de lugares comunes relacionados con la escritura y el mercado que son una mierda. El modo en que nosotros resolvemos el tema es no confrontar, sino pasar de eso. Hacer directamente lo que se nos canta las bolas. Hace unos días nos preguntaron cómo nos parábamos en relación a otra gente que está escribiendo. Y la verdad es que no nos paramos. Tampoco me voy a hacer el ingenuo, sabemos qué nos gusta y qué no. Lo que pasa es que nos interesa ubicarnos en otro plano.
Mazzeo: –Y eso que discutimos mucho de literatura. Sin embargo, no nos copan tanto las supuestas polémicas. Es más interesante ver cómo se puede plantar lo que hacés en la realidad. Es al pedo quedarse en el criticar o el comentar solamente, porque, como decía el General, “mejor que decir es hacer”.
Difícil de encasillar, el cuarteto. Si no está practicando con Oliverio –su muñeco para ventrílocuos–, Riera hace periodismo y poesía. Marchetti escribe sin que eso le quite tiempo para tocar en una banda y encarar locuras como la ópera-cumbia ¡Mueva la Patria!, que acaba de ser nominada en los ACE. Mazzeo mezcla géneros como si hiciera licuados de fruta y Lucano intercala ilustraciones con chistes que entrarían perfectamente en un show de stand up. “Creo que no somos artistas ni periodistas, sino diletantes”, arriesga el ilustrador. “Lo que aún no descubrimos es si se trata de una cuestión de química grupal o tiene que ver con la postura de cada uno frente al universo. En realidad, averiguarlo nos importa un carajo.” Como sea, están en las antípodas del conformismo. Sobre todo en lo que respecta a los corralitos donde pretende acomodarlos el mainstream. “Hay una actitud entre condescendiente y pelotuda que consiste en llamarnos ‘los chicos de Barcelona’ a pesar de que rondamos los 40”, pasa factura Riera, e insiste: “Eso está vinculado con cierta cariñosa banalización de lo que hacemos. Somos ‘muy simpáticos’. Hacemos ‘humor’. Y como parte de ese mismo paquete está suponer que somos unos colgados”. “Y un poco colgados somos”, establece el contrapunto Marchetti. “Lo que pasa es que la disciplina que hemos conseguido tiene mucho que ver con el placer y el deseo.”
Los Barcelonos aceptan que el target no los preocupa. “Cuando un material sale a la luz, altera lo que había alrededor”, sentencia Mazzeo en un arranque críptico, tras consultarle acerca de quiénes se van a interesar por la colección. En medio del silencio y las risas, se desliza la sospecha de que el talento suele producir seres que exceden la individualidad. Criaturas como una editorial salvaje, que de un día para el otro sale a la calle a cazar a sus lectores.
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