LA FERIA DE FRANCFORT ES LA MECA DE LOS AGENTES LITERARIOS Y LOS EDITORES
Más de 1500 agentes literarios tratan de convencer a los editores de todo el mundo sobre lo que tienen que publicar. El noventa por ciento de los contratos se negocian en el riñón de esta gran feria del libro, donde, en definitiva, los escritores terminan deprimiéndose.
› Por Silvina Friera
Desde Francfort
Los escritores se deprimen si pisan la alfombra gris de la Feria del Libro de Francfort. El 90 por ciento de los contratos del mundo editorial se negocia en esas hileras de escritorios de madera chocolate y sillitas blancas. En este galpón bullicioso, de cuatro manzanas a ojo de buen cubero, en este enorme tinglado con 650 mesas, más de 1500 agentes literarios tratan de convencer a los editores de todo el mundo sobre lo que tienen que publicar. Guillermo Schavelzon, agente argentino de impecable traje azul, le dice a Página/12 que el Centro de Agentes literarios es “un gallinero” al que asiste desde hace once años. Las gallinas, con sus mejores plumas, se citan cada media hora. Esto es el riñón de la madre de todas las ferias. “Acá está el secreto de la cuestión”, agrega el agente que representa a Paul Auster, Osvaldo Bayer, Marcelo Cohen, Iván Thays y María Elena Walsh, entre otros escritores. “El agente tiene una enorme responsabilidad. Si las obras que ofrecemos fracasan, no hay publicación de escritores argentinos por muchos años”, revela Schavelzon, que ha concertado 180 citas formales, sin contar los encuentros de pasillo, cócteles y copas, que son “tremendamente productivos”.
A Schavelzon le gusta distinguirse del resto de los agentes literarios. Dice que él trata de elegir la editorial y no que la editorial lo elija a él como agente. “Antes que nada pido el catálogo y veo las compras recientes que hizo el sello. Ahí veo si publica literatura clásica, escritores más vanguardistas o best sellers y entonces le ofrezco el escritor que sea más compatible con ese catálogo”, cuenta el agente que, como sus colegas de las mesas vecinas, tiene citas desde las 9 de la mañana hasta casi las seis, cuando esta babélica y monstruosa feria cierra sus puertas. “Francfort es un momento de encuentro y culminación, de contacto personal, es un lugar más de comunicación que de negociación –aclara Schavelzon–. Pero hay un secreto que la tecnología no ha reemplazado: el nivel de confianza que el editor tiene en el agente.” ¿El agente tiene todo el poder que se le imputa? El agente argentino se ríe y dispara sin anestesia: “Es mentira que el agente tiene poder; lo que es verdad es el nivel de confianza que genera”.
Además de la confianza, en el pequeño manual ilustrado de Schavelzon hay dos puntos más que se tienen que cumplir a rajatabla: no mentirles a los editores y saber lo que se les ofrece. “El nivel de picardía porteña es de bajísima utilidad en Europa”, ironiza Schavelzon, radicado desde hace unos años en Barcelona. “Yo no represento a escritores de un millón de dólares, por suerte o desgracia –bromea–. En la feria siempre hay dos o tres éxitos multimillonarios con contratos de uno a tres millones de euros, pero la gran mayoría, cientos de miles de contratos, están entre los tres mil y los 25 mil euros.” En esta ciudad de Alemania allá lejos y hace tiempo, en el 1300, los libreros se acercaban para comprar la propiedad intelectual y llegaban con sus carritos a Francfort. Ahora basta echar un vistazo para darse cuenta de que abundan yuppies metrosexuales entre agentes y editores.
“La crisis de la prensa, la disminución de las páginas culturales en los diarios, todo eso es más grave para el mundo del libro que el libro electrónico –esgrime Schavelzon–. Como toda tecnología, el avance es más implacable, pero mucho más de lo que se supone. El e-book avanzará en la medida en que los países logren garantías jurídicas para la propiedad intelectual. La cadena del libro va a vivir durante muchos años del papel. Tenemos que cuidar a los libreros y controlar la piratería.” Schavelzon afirma que el rol del agente literario va a cambiar muchísimo. “Estamos haciendo una gran cantidad de trabajo que antes hacían los editores, como acompañar al escritor en el desarrollo de su carrera literaria a largo plazo.” Para Schavelzon no tiene sentido que un escritor esté en Francfort y recomienda fervorosamente que los escritores se abstengan. “Acá los escritores son maltratados y humillados, es la parte que no tienen que ver.” Al agente argentino Francfort le hace acordar al Patio Bullrich, “un lugar donde se remataba ganado”.
Alberto Díaz, editor de Emecé, muestra su agenda, con un promedio de ocho citas diarias en cuatro días. Antes de comenzar una de ellas, se cruza con Página/12 y cuenta que está interesado en un libro del francés Jean Forton, La cendre aux yeux (publicado en Le Dilettante), una novela de 1957 que sería una especie de Lolita, “pero más escandalosa”, que en caso de comprarla rondaría los 3000 euros. “Francfort es un lugar de información de las novelas que se publicarán el próximo año, pero también un espacio para la renovación de contratos”, subraya el editor que desde 1973 visita la mayor feria de la industria. “Creo que acá ya no se consigue nada, que esa idea de que los negocios se concretan en las mesitas es de la época de la carreta”, se burla el editor. Díaz recuerda que el fenómeno Dan Brown se contrató en ese mismo recinto hace un par de años. Su último acierto fue la compra de los derechos del escritor japonés Yasunari Kawabata, que se está publicando por Emecé. Díaz confirma que acaba de comprar el último libro de Sidney Sheldon por 25 mil euros.
Una editora de la británica Arcadia, que publicó al chileno Luis Sepúlveda, se lleva la recomendación de traducir la novela juvenil de una escritora argentina, Clara Levin. La sugerencia la hace la agente alemana Nicole Witt, que representa a Almudena Grandes, Daniel Guebel, Paulo Lins, Claudia Piñeiro y Angela Pradelli, entre otros autores. En su escritorio hay libros de José Saramago y José Pablo Feinmann y unas pastillas energizantes y con vitaminas que ofrece convencida de que podrá exorcizar el cansancio acumulado. Es la última “cita” imprevista de un día ajetreado. Witt, que estudió filología románica y tiene más de diez años en el oficio, cuenta que tiene que ver a todos los editores importantes. “La feria sirve para intercambiar información; nuestro trabajo se basa en las relaciones personales, en la confianza”, coincide Witt. Su agencia literaria paga por las dos mesas que tiene en el Centro de Agentes literarios unos 1000 euros por cinco días. La agente literaria alemana advierte que no hay tanto interés por los escritores argentinos como se supone o desea. “Muchas editoriales ya tienen a varios argentinos en sus catálogos, ahora ya es demasiado tarde para traducir para octubre del próximo año; no se llega con los tiempos –precisa la agente–. Por un autor desconocido en Alemania se puede conseguir una tirada promedio de tres mil ejemplares y unos dos mil euros más o menos, pero tampoco mucho. Hay una combinación de prestigio y ventas que hace que el anticipo refleje la expectativa de la venta. Hacemos muchos contratos pero muy modestos, algunos buenos, otros fabulosos, como Saramago y Sepúlveda, lo dos escritores más importantes que tenemos.”
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