Sáb 14.11.2009
espectaculos

ARRANCA EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE TESALóNICA

Un puerto para el buen cine

Tanto en la competencia oficial como en las secciones paralelas de este encuentro griego podrán verse varias películas argentinas. El último verano de la Boyita, de Julia Solomonoff, aspira a llevarse el Alejandro de Oro.

› Por Luciano Monteagudo

Desde Tesalónica

Elegante ciudad puerto, recostada sobre las aguas del Mar Egeo y ubicada cerca de la frontera norte en la región de los Balcanes, Tesalónica –la segunda ciudad griega después de Atenas– tiene la ventaja de no formar parte del circuito turístico, lo que le da un carácter muy auténtico. Ruinas y trazas de diversas culturas no faltan: caminando por la ciudad es fácil tropezarse con murallas de la época helenística, restos un foro romano o con huellas de la antigua ciudad turca, además de las severas iglesias bizantinas. Pero todos estos signos que hacen a la rica herencia e identidad cultural de Tesalónica están integrados naturalmente a la vida cotidiana de la ciudad, que en estos días alberga una nueva edición de su festival de cine, uno de los más antiguos de Europa. Tanto que el Thessaloniki International Film Festival celebra su 50º aniversario, pero sin caer en la tentación de honrar viejas glorias sino más bien mirando hacia lo que puede ser el futuro del cine.

En varios aspectos, Tesalónica recuerda al Bafici porteño: tiene un público joven y fervoroso, el cine independiente y de riesgo está en el núcleo duro de su programación, y su competencia oficial, como la del festival porteño, está reservada únicamente a primeras y segundas obras, como una manera de mapear nuevas tendencias y promover autores noveles. Por eso no debe extrañar que el denominado nuevo cine argentino (en el cual Tesalónica fue uno de los primeros en reparar, hace casi una década) esté presente con títulos que tuvieron su plataforma de lanzamiento en el Bafici. Empezando por El último verano de la Boyita, el segundo largo de Julia Solomonoff, que acaba de estrenarse en Buenos Aires y que compite por el Alejandro de Oro a la mejor película, un premio que tiene una bolsa de 40 mil euros.

El año pasado, Una semana solos le valió aquí a Celina Murga el premio al mejor director, el mismo reconocimiento que la propia Murga ya había obtenido para su primer largo, Ana y los otros (2003). Este premio no tiene valor en metálico, sino en prestigio, y ahora la sólida película de Solomonoff vuelve a traer la presencia argentina al concurso del festival griego. La pudorosa historia de Jorgelina y Mateo, dos niños que descubren juntos los misterios de la sexualidad, debe seducir a un jurado presidido por Theo Angelopoulos, el legendario realizador de La mirada de Ulises y La eternidad y un día. Esa película, con la cual obtuvo la Palma de Oro de Cannes, fue rodada íntegramente en Tesalónica, particularmente en su melancólico paseo marítimo, muchas veces cubierto por una espesa y fantasmagórica niebla.

Por afuera de la competencia, en la sección Independence Days, se proyecta Castro, ópera prima de Alejo Moguillansky, que también salió del último Bafici y que todavía puede verse los domingos en el Malba. Inspirado en el universo de Samuel Beckett, el film de Moguillansky, producido por Mariano Llinás y Laura Citadella (los responsables de Historias extraordinarias), es uno de los más originales que ha dado el cine argentino en el último tiempo, no sólo por la extraña dinámica que lo anima sino también por su concepción transfigurada de la realidad, imbuida simultáneamente de humor, absurdo y nihilismo.

Esa singularidad de Castro está rodeada aquí en Tesalónica de otras singularidades, de otras obras muy personales, con lo cual la película argentina está en buena compañía. Por ejemplo, la de Gigante, celebrada ópera prima del argentino (radicado en Uruguay) Adrián Biniez, multipremiada en la última Berlinale; Hadewijch, obra maestra de Bruno Dumont, recién llegada de Toronto y San Sebastián; Film Ist. A Girl & A Gun, del experimental austríaco Gustav Deutsch; Beeswax, del american indie Andrew Bujalski; y Lunch Break y Exit, de Sharon Lockhart, dos films radicales en forma y contenido, que recuperan emblemáticamente la imagen del trabajador y que Buenos Aires acaba de conocer a través del docBsAs.

En Tesalónica, los focos y las retrospectivas siempre son dignas de atención –como la que le dedicaron al japonés Mikio Naruse un par de temporadas atrás– y este año no es la excepción. El alemán Werner Herzog, que llegará hacia el final del festival, es objeto de una retrospectiva exhaustiva, que incluye desde su primer corto hasta su último largo, pasando por todas y cada una de las rarezas y piezas desconocidas (muchas más de las que podría pensarse) que hay entre títulos famosos como Aguirre, la ira de Dios y Fitzcarraldo. Por otra parte, Jasper Sharp, del sitio de culto Midnight Eye, especializado en cine japonés, presenta una muestra dedicada al denominado Pink Eiga, el cine erótico del Imperio del Sol Naciente. Allí, además de varias de las películas de Koji Wakamatsu que ya se vieron en Buenos Aires en el Bafici y la Sala Lugones, como Shinjuku Maddu (1970) y United Red Army (2007), también hay títulos casi desconocidos y directores a descubrir. Eso vuelve a ratificar al cine japonés como una cantera permanente e inagotable de sorpresas, de las que habrá que seguir dando cuenta.

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