ENTREVISTA CON OMAR LOPEZ MATO
El autor y médico habla de Trayectos póstumos, un libro que recopila los destinos de diversos “cadáveres famosos”: Mozart, Mussolini, Voltaire o Juan Domingo Perón, entre muchos otros.
› Por Angel Berlanga
Atención, celebridades, personajes históricos, sujetos importantes o famosos, guarda con lo que hagan con ustedes luego de sus últimos suspiros. Trayectos póstumos, el libro de Omar López Mato que recopila historias acerca de los traumáticos sucesos experimentados por los cadáveres pertenecientes a caballeros como el Cid Campeador, Mozart, Voltaire o el mismísimo Juan Domingo Perón, entre muchos otros alarmantes casos, constituye un feo muestrario de destinos para sus restos mortales, el todo o sus partes. Al General, por ejemplo, ya embalsamado, le robaron las manos y luego pidieron rescate: hasta ahora no aparecieron. Una pavada al lado de lo de Voltaire: apenas muerto en París, un boticario le incautó el cerebro y un amigo marqués el corazón, al tiempo que sus amados curas le escamoteaban sepultura en la capital. Luego, cuando la revolución en Francia puso por lo alto su ideario y su figura, se dispuso el traslado de su cuerpo desde Scellièrs hacia el Panteón Oficial, pero en el medio de una disputa le manotearon el tarso, dos dientes, el pie izquierdo. Llevaron el resto de sus restos a la solemne ceremonia de regreso a París, pero años después eso que quedaba también desapareció: al parecer, fue quemado junto a los huesos de Rousseau.
Cuenta López Mato que cuando visitó Francia reparó en que, más allá de las visitas a los cementerios, había pisado muchos lugares –monumentos, parques, iglesias– sobre los que había gente enterrada. “Caminar sobre París es como caminar sobre tumbas”, escribe aquí, en el capítulo dedicado al mítico Père Lachaise. Cuando volvió a Buenos Aires, decidió investigar sobre el Cementerio de la Recoleta y eso desembocó en su libro anterior, Ciudad de ángeles. “Y un tema lleva al otro”, explica este médico oftalmólogo seducido por las historias de los cuerpos de muertos célebres, por las “curiosidades” –dice– detectadas en esos trayectos póstumos: cadáveres muy bien cuidados, amputados, perdidos y recuperados, peregrinos, entierros precoces y un largo etcétera que abarca a personajes de la talla de Paganini, Túpac Amaru, Colón, Lenin, Lincoln, Haydn, Luis XVI, Juana la Loca, Mussolini, Chejov y Lord Byron. López Mato dedica, además, un capítulo a las muertes argentinas, a esa manía de cortarle cachos al enemigo para obtener alguna ventaja o para saciar algún odio.
–¿De dónde le surge el interés por estos temas? ¿Por qué durante su viaje habrá reparado en esto de las tumbas y no en cualquier otra cosa?
–Los médicos, y sobre todo en la etapa de estudiantes, tenemos contacto con los cadáveres. Yo entré a los 16 años a la Facultad de Medicina y me recuerdo llegando a las seis de la mañana, cuando todavía no había amanecido, y viendo en un anfiteatro a 20 cadáveres, uno al lado del otro, con un olor a formol espantoso, y todos, alrededor, mirando. A la larga vamos adquiriendo una familiaridad en el trato de los cadáveres; después se empieza a averiguar una serie de curiosidades con respecto a la conservación, qué se hace, qué se deja de hacer. Y luego está todo el mundo de la patología, de las deformaciones, de la tanatología, el estudio de cuando se empiezan a echar a perder, que es parte de una ciencia detectivesca. En la facultad tuve un profesor de Anatomía patológica que daba clases rodeado de frasquitos con fetos de dos cabezas, cuatro piernas. Ese tipo de curiosidades, mal que mal, existen. El paso al tema de los cementerios y los tratos indebidos a cadáveres es sumar dos más dos. No es una perversión ni nada por el estilo: es curiosidad científica. Cuando uno empieza a profundizar se encuentra con todas estas aventuras de cadáveres, algunas ridículas, otras tragicómicas.
–Bromea, ironiza bastante en sus textos.
–Porque es la única forma... Los médicos tenemos una tendencia a ironizar ante la adversidad. A muchos personajes célebres se les quiere rendir un último homenaje y la cosa se vuelve tragicómica. Durante la Revolución Francesa, la turba toma la iglesia de Saint-Denis y desparrama todos los restos de los reyes de Francia, pero al mismo tiempo aparecen otras personas que guardan restos para preservarlos. O sea que por un lado los monarquistas tratan de preservar sus reliquias, y por otro los jacobinos dispersan los cadáveres por distintas fosas comunes. Y luego está el esfuerzo para volver a reconstruir eso, con ciertos errores históricos o técnicos, lo que realmente mueve a situaciones risueñas, o irónicas.
–Dedica varios capítulos a la frenología. ¿Podría explicar qué es?
–Fue la causa del robo de muchos cadáveres famosos, los de Haydn, Swedenborg y, se dice, Mozart, entre otros. Es una seudociencia desarrollada por Gall, que decía que las características físicas y mentales de la persona podrían saberse a través de la medición del cráneo. De ahí surge una serie de consideraciones con respecto a medir la inteligencia, y Lombroso llega al extremo de plantear que la criminalidad de las personas podía establecerse por características específicas del cráneo. Por citar un caso argentino, el abuelo del general Perón, Tomás, era un frenólogo al que el intendente de la ciudad de Lobos le regaló la cabeza de Juan Moreira, para que la estudiara: llegó a la conclusión de que no era un criminal sino una víctima de los avatares políticos de su tiempo.
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