OPINION
› Por Eduardo Fabregat
Necrología: f. Noticia comentada acerca de una persona muerta hace poco tiempo.
(Diccionario de la Real Academia Española, vigésima segunda edición, 2001)
En toda su desgracia médica y física, Roberto Sánchez quizá tuvo una rara fortuna: aun en su delicado estado de salud, es probable que haya tenido oportunidad de ver la necrología del personaje que creó a comienzos de los ’60. El episodio trascendió las fronteras del mundillo periodístico: en medio de la convalescencia de Sandro/Sánchez tras su arriesgado doble trasplante, alguien presionó el botón equivocado y en el sitio web del diario Clarín apareció publicado el suplemento especial preparado para el día de su muerte. En círculos periodísticos hubo risas, pero moderadas: nadie está exento de esa clase de deslices, no es cuestión de andar escupiendo hacia el cielo. Las expresiones escandalizadas vinieron de lugares ajenos al periodismo: gente que considera el hecho de tener una necrología preparada con antelación como morbo o mera hijaputez.
Vamos, que no es para tanto. La gente se muere, los artistas también, y no hay falta ética en buscar el mejor trabajo posible, producir un material que haga honores al fallecido aunque éste aún respire. Es como reclamarle a los músicos porque en realidad los bises estaban planeados de antemano, no fueron producto de la insistencia del público. La necrología es una tarea ardua, en la que mayor tiempo invertido resulta en una mejor nota: es tan simple como eso. Morboso es el canal que consigue la toma de celular y la manda al aire. Morboso es tratar de colarse en los pasillos de un hospital para conseguir la instantánea que después se mandará a la tapa de una revista. Morboso es, al cabo, regodearse en el sillón con todo un fin de semana de películas de Sandro, productos cinematográficos tan bobos que no resistiríamos ni diez minutos si Sandro aún estuviera entre nosotros.
La gente ajena al periodismo suele asombrarse de ciertas brutalidades que los periodistas soltamos en privado. No es insensibilidad, no es una falsa superioridad: el que dice que no reputeó a un personaje equis que se fue a morir a las once y media de la noche, al borde de un cierre que venía tranquilo, miente descaradamente. El que niega haberle agradecido a Eric Rohmer la gentileza de morirse un mediodía peca de excesiva corrección política. Hay muertes que golpean costados más sensibles y se escribe con un nudo en la garganta, pero en general la necro es un evento más estresante que emotivo. Lo que no quita que el periodista trate de poner lo mejor de sí para que esa “noticia comentada acerca de una persona muerta hace poco tiempo” haga justicia, pueda hacer jugar todos los elementos de una vida pública y privada para un retrato medianamente cabal.
Ahí, claro, empiezan los problemas. La verdad se confirma una y otra vez: aquí y en el mundo, no hay mejor forma de embellecimiento que la muerte. Por ese temor a no caer en el morbo, cuando alguien muere estallan sus virtudes, se multiplican y se generan nuevas, que van tapando el cuadro hasta convertir al fallecido en una cosa perfecta imposible de creer. Aquel que quiera devolverle la escala humana se expondrá a la acusación de estar manchando la memoria del finado, no comprender que no es momento para andar hablando de miserias o simples fallas humanas. Eso hace aún más difícil al arte de la necro, lleva a preguntarse si es mejor necrología la bellamente escrita, o la que considera todos los rasgos, o la que se limita a enaltecer todo lo bueno y barrer lo malo bajo la alfombra, o cuál. Lleva a preguntarse, en suma, si existe algo como una necrología exacta. Si existe una necro justa, si ante la imposibilidad de hacer algo que no sea un recorte –y toda nota periodística lo es– no se llega a la conclusión de que no existe necrología que sea realmente verdadera.
(En el inolvidable Obras maestras del error, el periodista Juan José Panno rescata la anécdota del jovencísimo redactor que, puesto a actualizar el archivo de un personaje de avanzada edad, lo llamó para pedirle “datos para la necrológica”. “Andate a la puta que te parió, pibe” respondió el homenajeado.)
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Pero no todo es papel de diario o revista satinada: la necrología puede alcanzar elevadas cumbres artísticas. Porque, mirado desde lo formal, ¿qué es una obra de teatro que gira exclusivamente sobre la vida de una artista legendaria sino, también, una elaborada clase de necrología? ¿Qué es Piaf sino la necro más bella, más emocionante, más redondita e inspirada que podría haberse hecho sobre el Gorrión de París?
Hablar de Piaf es, claro, hablar de Elena Roger, que está nuevamente brillando en el escenario del Liceo antes de partir hacia una nueva puesta en Londres, allí donde este papel le dio un Premio Lawrence Olivier A la Mejor Actriz en Comedia Musical. Todo premio y todo elogio es poco para esta cantante y actriz que es una contradicción andante: cuando asoma al escenario en esa calleja de París parece de contextura pequeña, pero de pronto tiene el legendario vestido negro de la Piaf y canta “L’accordeoniste” y es simplemente gigante. Para males del talentoso elenco que la rodea, Roger es un imán: el modo en que le pone el cuerpo a la desgarradora vida de la cantante francesa, la pasión, la electricidad, la ternura y la furia de cada gesto y cada hecho de esa vida, van construyendo una forma de necro perfecta.
Tremenda combinación: una biografía que va del bajo fondo y la prostitución al ABC, el Olympia, las grabaciones y las giras internacionales; los hombres, la guerra, la Resistencia, la muerte del amante más querido, la morfina, el alcohol, caerse y levantarse, la risa y el dolor, puntuados por canciones de voz maravillosa. Todo en la piel y la garganta de una gigante pequeña que deja todo en cada función, que cierra cada noche (¡siete funciones a la semana!) cantando que no, no se arrepiente de nada, ante una sala siempre repleta que estalla y puede quedarse diez minutos aplaudiendo, extasiado, rendido a sus pies.
A veces se tiene la sensación de que la necro es una imposibilidad. Otras se descubre que puede ser una expresión artística que deja el alma en carne viva.
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