GAL COSTA HIZO RENDIR A LA PLAZA PRóSPERO MOLINA
Aunque el locutor la calificó de “espectáculo curioso”, la bahiana supo diluir toda etiqueta y ganarse el corazón de un público que terminó cantando –como pudo– sus canciones. Raly Barrionuevo prefirió su nuevo disco a los hits esperables.
› Por Cristian Vitale
Desde Cosquín
Gal entrega el micrófono al público. Le pide que cante. El público canta. Al menos las más conocidas, pero canta, y la plaza Próspero Molina –en su sexta luna– se transforma en una apoteosis colectiva del portuñol. O, citando a Peter Capusotto, en un hervidero de canciones cantadas en un portugués de mierda. “Loco, pegale a una palabra al menos”, le indica un tipo a otro, en la segunda fila, ambos sumergidos en la atmósfera suave del momento cenit de la noche. Gal Costa fue el antídoto eficaz para olvidar rápido la decepción de otra visita ilustre: Pablo Milanés. Inundó de ese swing tan despojado, tan de ellos, ansiolítico y delicado, un espacio a priori poco habituado a la bossa y sus alrededores. A lo que ella representa. Su idioma y, tal vez, su calidez. “Espectáculo curioso”, lo llamó el locutor, ubicando enfrente una historia de bombos, zambas, caballos y ponchos. Una curiosidad que pasó el examen fácil, sin transpirar, y se ganó la ovación –y el pedido de bises– más gruesa y prolongada a la fecha. Calma y respeto, primero. Movimiento de hombros, cadencioso, después. Y aprobación, sin prejuicios, cuando el reloj marcó los exactos 45 minutos asignados a doña María Graça Costa.
“Yo no hablo español, hablo portuñol y es un honor para mí estar en un festival homenaje a Mercedes Sosa, una gran amiga y artista”, lanzó ella, tropical y sonriente, haciendo base en el homenaje de homenajes. La Negra como oído elegido ante los matices de un estilo. Un catálogo de delicadezas, de colores rítmicos y sutilezas, que se fue colando a través de un sentir y que –hecho reforzado por una ¡bandera japonesa! flameando cerca del escenario– ha derribado las barreras idiomáticas: “Camisa amarela”, de Nara Leao; la eterna “Garota de Ipanema”, “Tristeza nao tem fin”, “Chega de Saudade” entre ellas. “Cuando escuché a Joao Gilberto cantando esta canción, cambió mi forma de cantar. Cambió mi vida”, explicó Gal, ante las arterias abiertas de la platea. No hubo bis –se cumplió el tiempo a rajatabla– pero sí una sensación. Un dedo arriba (el pulgar, claro) para seguir abriendo el juego cada vez más ecléctico de Cosquín. Un acierto.
El contexto fue propicio, también, para que Gal no arrastrara con algún desánimo popular no provocado. Fecha pareja, mitad del viaje. Tal vez, hasta ahora e incluyendo la noche de ayer, cuyo fuerte estaba en la reunión de Los Carabajal, la más inclusiva y redonda. Juan Quintero y Juan Falú, solitos, por el costado, pasando la prueba con su esperado Tal para Juan; la impronta inevitable de un apellido (Yamila Cafrune); un escape tibio al pasado (Los Visconti), o el joven Dúo Wagner–Taján (Ramón Ayala e Ica Novo se bajaron, enojados, porque los corrieron para más tarde) fueron fugaces mojones ante tres números fuertes más, que protegieron a la visitante de alguna posible indisposición popular. Rolando Goldman, uno. El ex director de Artes de la Secretaría de Cultura de la Nación volvió a girar sobre su eje musical y esta vez, continuando con la idea de presentar “algo distinto” –recordar los cien charangos de la edición anterior– trajo dos venezolanos (Eduardo Betancourt y Luis Pino), sumó a un compatriota (Carlos Alvarez) y armó un inspirado cuarteto de cuerdas (arpa, cuatro, charango y guitarra) para encontrar ambas culturas por el medio, entre joropos y huaynos. Impecable.
Los Quebradeños, dos. Tomás Lipán, Fortunato Ramos, Balvina Ramos, las hermanas Cari, una banda de sikuris y el Ballet Juventud Prolongada –casi una síntesis del NOA musical– trasvasaron el carnaval de Humahuaca al pie mismo del Pan de Azúcar y con una puesta de colores, olores, duendes, ¡un burro!, baile y comparsa. Un despliegue escénico formidable y el contraste con un sonido que, en las primeras piezas, atentó feo contra un trabajo de meses. ABC de la región: charangos y quenas. Cajas y erkes. La profunda voz–lamento de Balvina (“La copla tiene una voz, donde gestarse y crecer: Balvina Ramos se llama, pues la baguala es mujer”). El erke y la poesía de Fortunato: “Yo les he traído coquita para echarles a la Pachamama, a la tierra, porque algún día seremos tierra y entonces vamos a tener hambre, vamos a tener sed”, narró la pata norteña de Divididos, para entregarle el clímax, más liviano, a la voz de Lipán: “Viva Jujuy”, “Jujuy Mujer” y la recreación de costumbres norteñas a cargo de las Cari, dos hermanas entre quince que son.
Raly Barrionuevo, tres y principio. Al hombre de Frías le tocó abrir la noche. Seguro. Trajeado, él y su banda, para acompañar la estética sonora con una visual y un concepto que nunca deja de ser riesgoso: presentar un disco casi entero en el marco de un festival de verano y clásicos. Raly lo hizo. Corrió a un lado su repertorio de chacarera–reggae–rock combativo (ni siquiera se guardó “Comandante Marcos” para el bis) y recorrió las viejas piezas de su nueva criatura, Radio AM. Valses, zambas, tangos y milongas que escuchaba cuando era chico, de amanecida o en su casa. “Pedacito de cielo”, “Zamba de usted”, “La pulpera de Santa Lucía”, y la musa de la obra presente. Sin ver y en silla de ruedas, la legendaria maestra Elvira Ceballos que, desandando el hilo de su voz aguda, interpretó un bolero al piano que levantó a la popular... con Elvira fue otra cosa y también con Gal, dos mujeres, más Balvina, más las Cari, más la misma Yamila, echaron luz sobre la sombra de Mercedes, otra vez.
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