Mar 09.03.2010
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OPINIóN > OSCAR

¿Seguimos ganando?

› Por Eduardo Fabregat

El chiste-cábala ya circula en Internet. En 1986, Argentina consiguió su primer Oscar con La historia oficial, y poco después obtuvo el Mundial de Fútbol disputado en México. ¿Acaso es un signo de los dioses? La alegoría futbolera tiene sus contras: un hincha de River podría recordar que también en 1986 la banda roja ganó todo lo que disputó, situación diametralmente opuesta a la actualidad del equipo de Núñez. Pero no es el único matiz de esta clase de asociaciones caprichosas a las que el argentino medio es tan dado. El Oscar a El secreto de sus ojos llegó también el mismo día de otra hazaña deportiva, la de David Nalbandian en Suecia, cuestión que refuerza esa clase de triunfalismo que nos caracteriza, contrapesado por esa sensación de derrota permanente que surge una y otra vez. Pero lo cierto es que estos éxitos en terrenos tan difíciles como Hollywood disparan el banderismo a ultranza, la mezcla de tantos que se acerca al patrioterismo.

Al decir de (otra vez la pelota) José Luis Chilavert, la Argentina no ha ganado nada. La mera verdad es que un equipo comandado por Juan José Campanella obtuvo la máxima distinción del mundo del celuloide, con total justicia y por el mérito artístico de la obra realizada. No fue una nación, no fue el espíritu de un pueblo, no fue la totalidad del cine local. Pero eso será difícil de poner en foco en los días que vendrán, que abundarán en conceptos del estilo “los argentinos también podemos”, del somos campeones, somos locales otra vez. En la otra vereda sonará ese otro clásico argento, expresión de aquel derrotismo tanguero y la relativización de todo, eso que ya se puede leer por ahí: “Vamos, la película no es taaaan buena”. Qué va a merecer un Oscar si Campanella vivía a la vuelta de mi casa.

En última instancia, no estaría mal dejar que los tantos se mezclen un poco para señalar una linda paradoja. Las dos películas que se llevaron la preciada estatuilla de la Academia tienen como telón de fondo la peor dictadura sufrida por la Argentina, la de los militares sanguinarios, torturadores, apropiadores de niños, ladrones, asesinos. En una época en la que un tal Eduardo Duhalde coincide con Cecilia Pando en la necesidad de una “reconciliación”, no estaría mal que se dieran una vuelta por el cine, y se preguntaran por qué esta clase de películas terminan teniendo semejante relevancia.

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