ARIEL MAGNUS HABLA DE SU PRIMERA NOVELA
En Sandra, una lesbiana se cruza con un “gigoló” que trabaja como suicidador.
› Por Angel Berlanga
Cuando Juan Lauseca afronta, el día de su cumpleaños, su primer trabajo individual para la compañía de suicidadores, se encuentra con dos regalos: una clienta llamada Sandra que a último momento decide que todavía no es su hora, por un lado, y, por el otro, los dos mil pesos pactados como pago. La compañía (su padrastro y él, en realidad) se dedica a matar a personas que quieren quitarse la vida, pero no se animan a dar el último paso. Pero alguna vez el asunto puede fallar y, ahí, entonces, Ariel Magnus presenta a esta desmesurada mujer (“una ballena”) de sinceridad brutal, una locuaz (lúcida y/o alucinada) lesbiana de Once herida de amor que da nombre a la primera novela que publica, Sandra, y encandila con su vertiginosidad y agudeza a este joven suicidador que, además, trabaja de periodista y resulta tan seductor para las damas que suelen entregársele sin demasiados prolegómenos.
Magnus tiene 30 de edad y volvió en 2005 desde Alemania, donde vivió seis años, estudió filosofía y literatura y, por supuesto, escribió. Cuenta que tiene escritos otros cinco libros que no pensaba publicar y que, en un punto, dejó de convencerlo lo de escribir para el cajón, destino para el que no es necesario, dice, “asumir una serie de responsabilidades”. Y aunque no asumirlas también es bueno, agrega, hacerlo implica “una maduración que va desde persona que escribe a escritor, un aprendizaje y el apartarse de una cosa muy violenta con el lector; eso de plantearse esto lo hago para mí y el resto no me importa”. Sandra, explica, está inspirada en una mujer que conoció en Once; con Juan trató de armar un personaje que resultara lo más opuesto a él mismo (“yo no suicido gente”, precisa) y que le sirviera para mirarla a ella y contrarrestarla. Una figura que, sin embargo, fue tomando cuerpo y terminó siendo una figura muy distinta de la del comienzo que, en principio, no le interesaba. “Me pareció importante poner a esta especie de gigoló involuntario –dice– frente a un personaje seductor desde un punto de vista que no es el físico”. La novela de Magnus bucea por las concepciones de la sexualidad (y de la vida) de los dos personajes, las tensiona, las despliega y las confronta con un tono que reúne humor y monstruosidad y termina proponiendo una lectura acerca de cómo la sociedad, incluso en la sexualidad, impone, fija roles, “un tema que me obsesiona –dice–, en este y otros rubros”.
–¿Conoce algo parecido a esa empresa de suicidadores?
–No... Surgió leyendo a Camus, ya no recuerdo precisamente qué texto, donde cuenta de un tipo que va a matar a alguien de tal forma que parecía que lo iba a suicidar con el consentimiento del otro, que lo está esperando con una valija de dinero: no se termina de saber si es un asesinato o un suicidio arreglado. De ahí surgió la idea de la empresa. Hay lugares literarios donde el tema se insinúa, El club de los suicidas de Stevenson... Están las discusiones sobre eutanasia que se dan en Europa, y salió la película española Mar adentro... La idea está dando vueltas.
–¿Diría que es más una novela de amor que de muerte?
–Yo creo que de amor, pero evidentemente el amor y la muerte están bastante unidos. El amor es la expresión máxima, me parece, de la vida misma y, al hablar del núcleo de la vida, uno se acerca inexorablemente a la muerte. Para mí es una novela de vida, y creo que incluso el final tiene algo de vital.
–El estilo de escritura del libro, lo vertiginoso y lo frondoso, ¿tiene que ver con el carácter de su protagonista?
–Vertiginoso en el sentido de ágil, quizás. En el sentido de novelesco. Me planteé hacer una novela y para mí, y lo digo con un poco de desprecio, el género tiene eso: debe ser ágil, tiene que correr, hay que leerlo y tiene que interesar. Como era mi primera vez me gustó jugar con cosas así. Lo ágil de la novela tiene que ver con la multiplicación de historias, algo que me permita hablar de distintas cosas que hacen avanzar la lectura más rápido. Yo me quedaría en los juegos de palabras y las teorías ridículamente largas, pero eso no avanza; avanza para mí, y eso me gusta, pero entiendo que a la gente no. Lo frondoso no se da en el narrador, que está más bien del lado de Juan y lo sigue, sino en Sandra: ahí traté de separar. En Sandra es donde el lenguaje explota: cuando ella habla, o está, el tiempo pasa de otra forma; ella es, además, mucha gente en una. Cuando Juan está solo es como si todo se ralentara.
–¿Qué se plantea a partir de la escritura, por qué se dedica a esto?
–Nunca me planteé muy bien por qué escribo, aunque lo hago desde muy chico. Por supuesto que me hice grande y en algún momento me tuve que empezar a dar respuestas: creo que la que más me convence es “escribo para pensar”. Escribo, luego pienso. Realmente. Y cuando lo hago resuelvo cosas. A las ideas las puedo tener caminando, leyendo, lo que sea, pero las soluciones a las cosas que tengo que resolver, incluso las literarias, aparecen cuando escribo. Es el momento en que estoy conmigo mismo: creo que lo hago por eso. De hecho, no concibo la vida sin escribir. Así que es como una necesidad.
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