Dom 21.03.2010
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UN TEXTO FUNDANTE

Algo más que el “mago del suspenso”

› Por Luciano Monteagudo

Al día de hoy, la cantidad de libros publicados sobre el cine de Alfred Hitchcock, en los más diversos idiomas, puede llegar a conformar toda una sección autónoma en una biblioteca, con más de un centenar y medio de títulos, que abordan su obra desde los más diversos ángulos, que van de la perspectiva lacaniana hasta una lectura metafísica, pasando por la mirada feminista y la intertextualidad homosexual. Pero hacia 1957, cuando en las Editions Universitaires de Paris apareció el Hitchcock escrito por Claude Chabrol y Eric Rohmer, increíblemente, no había nada, salvo un pequeño opúsculo editado como suplemento de la revista británica Sight & Sound.

Por entonces, Hitchcock ya había acumulado una obra de 44 largometrajes, entre ellos Los 39 escalones y La dama desaparece, en Inglaterra, y Rebeca, La sombra de una duda, Tuyo es mi corazón, Pacto siniestro y La ventana indiscreta en Hollywood, por citar apenas un puñado de títulos hoy considerados clásicos indiscutidos. Sin embargo, lo mejor que se decía de Hitchcock en aquel momento era que se trataba de “un hábil artesano” o se lo reducía a la fórmula de “mago del suspenso”. El éxito de la mayoría de sus películas, sumado a la popularidad de su serie de televisión, que había iniciado en 1955, lo condenaban a su vez a la categoría de director “comercial”. Nadie tomaba en serio a Hitchcock hasta que llegó la generación de Cahiers du Cinéma.

En octubre de 1954, esa revista francesa edita un número especial dedicado a Hitchcock, que se convierte en punta de lanza en su batalla por imponer la “teoría del cine de autor”. Los jóvenes Chabrol, Rohmer y François Truffaut –ninguno había filmado un solo metro de película todavía– están entre los defensores más ardientes de Hitchcock y lo expresan en los siguientes términos: “Cuando un hombre viene contando desde hace treinta años, y a través de cincuenta films, poco más o menos, la misma historia –la de un alma enfrentada con el mal– y mantiene a lo largo de esta línea única el mismo estilo básicamente hecho de desnudar ejemplarmente a los personajes y sumergirlos en el universo abstracto de sus pasiones, nos parece difícil no admitir que estamos, por una vez, frente a lo que por fin resulta más infrecuente en esta industria: un autor de películas”.

Ese número fue la semilla del libro que ahora edita –también increíblemente, en su primera versión en castellano– la editorial argentina Manantial, dentro de su colección “Texturas”, dirigida por Gerardo Yoel. De un rigor absoluto en su método y una claridad expositiva única, este Hitchcock (que incluye, a modo de apéndice, la visionaria crítica de Vértigo publicada por Rohmer en los Cahiers un año después de publicado el libro) sigue siendo, a pesar de los ríos de tinta posteriores, un texto fundamental, piedra basal no sólo de todo el edificio crítico que luego se construyó sobre la obra del director sino también de la “política de los autores”, que cambió la manera de ver y concebir al cine.

“Hemos dicho –escriben Chabrol y Rohmer a modo de conclusión– que Hitchcock es uno de los más grandes inventores de formas de toda la historia del cine. Tal vez sólo Murnau y Eisenstein puedan resistir la comparación con él en este punto. Nuestra tarea no habrá sido vana si pudimos mostrar de qué manera, a partir de esa forma y en función precisamente de su rigor, se elaboró todo un universo moral. La forma aquí no adorna el contenido: lo crea. Todo Hitchcock cabe en esta fórmula. Que es lo que queríamos demostrar.”

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