CHRISTOPHER WALKEN, UNO DE LOS “MALOS” DE LA PANTALLA GRANDE
Aunque no se considera a sí mismo un actor sino un bailarín, su rostro siniestro, con sonrisa de tiburón, ha brillado en más de un centenar de películas, desde El francotirador y Annie Hall hasta Tiempos violentos y Escape salvaje.
› Por Arifa Akbar *
Al verlo sentado en un sombrío rincón de una suite de hotel en Marruecos, es difícil decir dónde termina el Christopher Walken real y dónde comienza el personaje de la pantalla, y hoy él parece haberse propuesto borrar los límites deliberadamente. Afuera, el sol está en llamas. Adentro, Walken, blanco como la leche, lobuno, con ojos azules inescrutables y una sonrisa de labios abiertos que revela un par de incisivos casi de tiburón, parece no tener sangre, como una criatura vampírica cuya piel no ha sentido el sol en años.
El batallado saco negro que luce es un trofeo cleptómano de The Comfort of Strangers, la adaptación para cine de la novela de Ian McEwan. Le perteneció a su personaje, Robert –un aristócrata italiano depravado con gustos sexuales extremos y tendencias homicidas–, y Walken lo recicló para la vida real. Ha robado ropa durante años, dice, de los guardarropas de la cabalgata de personajes siniestros que ha interpretado. Sus villanos de ficción siempre se han vestido bien. “Nunca compro ropa”, confiesa, dándole un tirón a lo que en el momento de filmación –en 1990– debe haber sido un flamante saco cruzado. “Cada vez que hago una película, todo mi guardarropas es de ese set. No me dan nada. Lo robo...”
Uno se pregunta si él, en días incluso menos moderados, se habrá vestido con el aspecto de “soldado suicida” de El francotirador, o la camisa a cuadros, bien del oeste medio, del hermano de ojos alocados de Annie Hall, o las ropas góticas de La leyenda del jinete sin cabeza. “Bueno, cuando estuve en Batman regresa usé cosas muy interesantes. En mi último día de filmación, ya había pensado qué cosas iba a llevarme; había unos gemelos muy interesantes, un sombrero... Cuando terminé la última escena volví a mi camarín y se habían llevado todo. Se la vieron venir...”
Walken, que tiene 66 años, pasó por el Festival de Cine de Marruecos para recibir un premio a la trayectoria; con más de un centenar de apariciones en películas, el galardón lo hizo ponerse reflexivo. “Me siento como de cien años”, bromea, con su cara ampliándose hasta mostrar esa sonrisa de tiburón. Walken es, igual que antes Christopher Lee y Peter Cushing, un hombre de aspecto siniestro que se ha ganado la vida viéndose –y actuando– siniestro. Incluso su famoso y maníaco baile en el videoclip de Weapon of Choice, de Fatboy Slim –que lo presentó ante un montón de jóvenes que nunca habían visto sus películas–, inspira tantos escalofríos como risas. Así que es difícil, incluso absurdo, imaginar al Walken de hoy interpretando a un “bueno”. Sin embargo, al principio de su carrera, cuando era una cara nueva, estuvo muy cerca de interpretar a Han Solo, el tipo común intergaláctico y fuerza positiva de la franquicia La guerra de las galaxias. Sólo que, por supuesto, George Lucas finalmente se decidió por Harrison Ford.
La trayectoria de Walken –que empezó de modo suficientemente benigno en comerciales para niños, musicales y baile– tomó un tono más oscuro dos años después de que casi lograra entrar a La guerra... En 1978 fue contratado para interpretar al veterano de Vietnam emocionalmente diezmado en El francotirador, de Michael Cimino, y quedó inmortalizado en la escena de la ruleta rusa como un loco demacrado y de ojos saltones apuntando un revólver tembloroso a su propia cabeza. El papel le valió un Oscar y lo llevó a una línea de ensamblaje de personajes trastornados y demoníacos durante las siguientes tres décadas.
Hoy, él parece no tener problemas con la oportunidad perdida de interpretar al buen tipo interestelar, pero dice que marca una línea cuando se trata de interpretar a villanos con la moral en bancarrota. “Siempre me negué a hacer algo que me ofendiera. Me han ofrecido papeles que eran totalmente vulgares”, explica. Excepto un caso: entre el panteón de psicópatas e inadaptados suicidas que Walken ha interpretado en todo este tiempo, es Robert, el depravado y manipulador personaje en cuyas ropas, irónicamente, él viste durante la entrevista, el que más lo ha afectado. “Fue la única vez que interpreté a alguien que me afectó. Ese tipo era un enfermo. Estuve muy feliz cuando terminé con eso”, dice.
Walken está lleno de sutiles contradicciones y sorpresas: su cara, tan terrorífica en la pantalla, se ve delicada, con labios pequeños y ojos inesperadamente amables; dice que es una persona “con la que es muy fácil llevarse bien” y ha logrado un suceso como comediante en Saturday Night Live, en un papel como anfitrión que tiene la libertad de repetir cuando tenga ganas; sus intereses son caseros –gatos, Bugs Bunny, Jerry Lewis, la pintura– a pesar de haber estado plagado de historias de juventud alocadas.
Y además está el agregado de la controversia que rodeó a la muerte en un accidente de la actriz de Hollywood Natalie Wood, en 1981, con la que Walken debió cargar en los años posteriores. El había estado bebiendo en el yate Splendour con Wood y su marido, el actor Robert Wagner, cuando ella murió ahogada cerca de la isla de Santa Catalina, en California. No habían terminado de filmar la última película de la actriz, Proyecto Brainstorm, en la que también actuaba Walken. Al actor se le ha preguntado una y otra vez acerca de aquella noche, y parece haber llegado a un punto de ecuanimidad filosófica, aunque lo haya perseguido durante años. “Fue algo terriblemente triste para ella y su familia”, asegura. “A las personas les pasan cosas sin sentido, accidentes estúpidos.” Quizá como resultado del torbellino –y la intrusiva cobertura de prensa– que generó la muerte de la actriz, él siempre prefirió vivir a cierta distancia de Hollywood, ya fuera en Nueva York o en Connecticut, donde Georgianne Walken, su esposa (directora de casting, de 34 años), tiene un hogar, y donde él es puntilloso con la rutina doméstica: “Me levanto a las 7, hago ejercicios, todo es igual todo el tiempo”.
El actor tiene un bien documentado amor por la cocina, que lo llevó a crear, junto al artista Julian Schnabel, un programa llamado Cocinando con Chris: una combinación de comedia y conversaciones cordiales, con algo de asar y freír en el medio. “Lo que tiene la cocina es que es muy interesante de ver. No sé por qué, pero si vas a la casa de alguien y están haciendo algo, usualmente dicen cosas interesantes mientras están cocinando. Veo muchos programas de cocina. Cocinando con Chris fue realmente entretenido. Julian, un amigo que tiene un restaurante en Little Italy (Nueva York), y yo decidimos hacer ese programa, en el que teníamos que comprar la comida, cocinarla y comerla. Tres actos. Pensaba que era entretenido. No soy un cocinero fantástico, pero sí soy bueno. Siempre compro buena mercadería. Hago bien el pollo y el pescado... Hay un solo modo de cocinar el pescado: al vapor.”
Walken no llegó a la actuación, como puede imaginar el lector, por la ruta más larga. Fue un actor infantil preparado para el éxito televisivo por su madre, una escocesa metodista. Su padre, Paul, era un panadero de origen alemán (“Era de Essen; puedo entender mejor el alemán de lo que lo hablo”). Nacido en marzo de 1943 como el segundo de tres hijos varones, en una casa sin florituras de Nueva York, el chico fue empujado por su madre Rosalie hacia la carrera que ella no había podido tener. Christopher –por entonces rebautizado Ronnie– la abrazó, primero con apariciones como extra en numerosos programas de variedades y más tarde con un lugar fijo en un envío de 1953, The Wonderful John Acton, a la edad de 10 años. Abandonó la universidad a los 18, en el momento en que consiguió su primer papel importante junto a Liza Minnelli en el musical de Broadway Best Foot Forward. Ese fue un momento formativo en el que se metió en el entorno del showbiz, con sus colores abigarrados y extraterrestres: todo un logro para un chico de Queens. “Liza estaba enamorada del escenario y las películas. Era una gran aficionada. Estuvimos juntos en un musical cuando ella tenía 16 años. Yo tenía dos más. Su madre le organizó una fiesta de cumpleaños y bailé con Judy Garland... Es verdad. Era hermosa y sexy. Me encantó... Era muy sexy.”
Durante los años siguientes, Walken trabajó sin pausa el off-Broadway esperando saltar a las películas. Unos años antes de su roce con La guerra de las galaxias, en 1971, consiguió su primer protagónico junto a Sean Connery en El gran golpe, y en 1977 interpretó al peligrosamente inestable hermano de Diane Keaton en la gran comedia de Woody Allen, Annie Hall (en la cual fue erróneamente acreditado como Christopher Walken). Durante los primeros años de los ’70, sus performances fueron bien recibidas, en general, pero el gran salto no le llegaba. El siguió adelante: apareció en musicales y en teatro (consiguiendo un llamativo repertorio de papeles shakespeareanos). No fue hasta que tuvo 35 cuando lo convocaron para El francotirador, que llamó la atención de la industria.
En las siguientes cuatro décadas, Walken trabajó con algunos de los directores independientes más aclamados por la crítica, incluidos David Cronenberg, Abel Ferrara, Tim Burton y Michael Cimino. Con éste continuó el suceso de El francotirador con un film problemático, Las puertas del cielo, un western basado en una disputa entre los barones de la tierra y los inmigrantes europeos en Wyoming, en 1890, que estuvo plagada de problemas de exceso de tiempo, prensa negativa y rumores acerca de los modos autoritarios de Cimino. Cuando terminó, fue considerado de los peores fracasos de taquilla de todos los tiempos.
A principios de los ’90, Walken fue llamado para papeles cercanos al cameo en los hits de Quentin Tarantino Escape salvaje (dirigida por Tony Scott) y Tiempos violentos. Se robó las escenas en ambas, entregando monólogos inexpresivos. Primero, en la “escena siciliana” de Escape salvaje, ensalzada por los críticos como lo mejor y más divertido de la película. Cuando le dispara tres veces en la cabeza al personaje de Dennis Hopper, Coccotti, el personaje de Walken, se queja: “No he asesinado a nadie desde 1974. ¡Que Dios maldiga su alma para que se queme en el puto infierno por toda la eternidad por hacerme ensuciar las manos con sangre!”. Luego brilló en el parlamento de cuatro minutos de Tiempos violentos, donde encarnaba a un veterano de Vietnam entregándole al hijo de su camarada muerto la posesión más apreciada de la familia, un reloj de oro. Le explicaba cómo hizo para esconderlo del Vietcong, contrabandeándolo en su recto, después de que el padre del chico, cuyo recto había estado implicado antes, hubiera muerto de disentería. “Le hablaba a la cámara. Fue fantástico. Tuve ese parlamento durante meses. Debo decir que, en ese caso, cada vez que me metía a decir todo eso, cada vez que llegaba al final, me hacía cagar de la risa. Seguía siendo divertido.”
Pero mucho antes de la actuación y los elogios estuvo la danza. Esa forma de arte fue la que Walken se tomó más en serio cuando era un chico, momento en que se enroló en la Professional Children’s School de Manhattan. A lo largo de los años, él comenzó a insertarle secuencias improvisadas de baile a sus roles como actor. Algunas de esas escenas fueron parte de films, como sus giros ágiles en El rey de Nueva York (un brinco triunfal después de que su personaje Frank abandona la prisión), mientras que otros quedaron afuera en el montaje. A pesar de su currículum de peso pesado de la actuación, Walken todavía se aferra a su entrenamiento formativo en danza como su “verdadera vocación”. “No soy realmente actor, soy un bailarín”, asegura. “Pero nunca pude usarlo.”
El ya había hecho unos giros –como el ángel de la muerte– para Madonna en su video de Bad Girl, en 1993, cuando el director Spike Jonze lo llamó por teléfono. Jonze había visto un video del musical de 1981 Pennies from Heaven –en el que Walken hizo un número de danza tan memorable que se dice que Gene Kelly y Fred Astaire le mandaron sus felicitaciones– y le pidió al actor que protagonizara el video musical que estaba armando para el single tecno de Fatboy Slim, Weapon of Choice. Quizás era una opción descabellada para Jonze, pero el resultado fue fabuloso: un Walken con semblante severo, vestido en un traje recto, bailando salvajemente a contramano de las escaleras mecánicas y dando volteretas laterales por el vasto interior vacío del hotel Marriott de Los Angeles.
En ese momento, incluso el envejecido y crecientemente excéntrico Marlon Brando resultó cautivado por el modo en que se movía Walken y le ofreció hacer un show de variedades con él. Otra curiosa viñeta de celebridades de Walken: “Estaba haciendo una película en Nueva Escocia”, recuerda. “Mientras leía un libro en mi cuarto, el teléfono empezó a sonar. Una mujer me dijo: ‘Christopher Walken, ¿vas a estar en ese número en los próximos diez minutos? Marlon Brando quiere hablar con vos’. Colgué pensando que era una broma. Dos minutos más tarde, llama un hombre y apenas habló me di cuenta de que no era una broma. Era él. Me dijo: ‘Vos hiciste una película llamada Pennies from Heaven. Quisiera ponerme en contacto con tu coreógrafo’. Le dije a Marlon Brando que casualmente conocía al coreógrafo, entonces me contestó que quería hacer un programa de variedades musicales desde su casa. El iba a tocar el piano y yo iba a bailar. Me dijo que había bajado mucho de peso comiendo sólo galletitas y leche. Le dije que iba a ponerme en contacto con el coreógrafo. Cuando lo llamé, él tenía casi 80 años. Le dije: ‘Marlon Brando quiere hacer un programa de variedades’. Y me contestó: ‘¡¿Qué?!’”.
Es para remarcar que Walken nunca haya experimentado un desplome significativo en su sostenida carrera cinematográfica, así que nunca debió armar un regreso a la John Travolta, pero así y todo parece atento a su celebridad y a la noción de perderla. Cuenta una historia acerca de un encuentro doloroso con el boxeador Muhammad Ali, cuya estrella había languidecido durante un período en 1972. “Yo estaba trabajando en un pueblito de Canadá cuando le sacaron el título a Muhammad Ali. El hacía una gira en persona por pueblitos canadienses. Llegó hasta donde estaba yo y tenía tres sparrings. Yo estaba fascinado. El se subía al ring con los otros tres y contaba chistes, después ellos lo noqueaban, él se despertaba y contaba más chistes. Había montado un acto de variedades. Cuando se fue del pueblo, dejó sus pantalones de boxeo para ser subastados. Le dije a alguien: ‘Uh, va a ser muy difícil (poder comprarlos)’. Fui al remate y nadie los quería. Las ofertas pararon en 40 dólares, que fue lo que ofrecí yo. Nadie lo subió, así que ahora los tengo enmarcados.”
Walken no corre el riesgo de tener que volver a salir de gira con el espectáculo de variedades de su infancia o de tener que rematar su guardarropas robado, pero es muy consciente de sus bajones, especialmente los recientes. The Maiden Heist, una comedia acerca de guardias de seguridad de un museo que arman un plan para robarse sus obras de arte favoritas, que hizo el año pasado junto a Morgan Freeman, no vio la luz del día. $5 a Day, hecha el año anterior junto a Sharon Stone, todavía no tiene distribuidor. Este año está anotado para hacer Citizen Brando, un drama que parece voluble acerca de un chico tunecino en busca del sueño americano, con material de archivo del propio Brando, y tiene dos películas más que están en estado de preproducción. “Hice unas cuantas películas que nunca vi. No es una cuestión de ego, sino de haber salido decepcionado. Es una vergüenza. Es tan difícil hacer una película que nadie se preocupa de convertirla en un éxito.”
El compara la actuación con un uso de la energía corto y explosivo. Sus recuerdos de hacer películas pueden ser destilados hasta momentos concentrados de acción, emociones alquímicas entre horas de espera para que la cinta ruede. “Actuar es un poco como ser atleta”, explica. “Pasas todo tu tiempo preparándote para hacer algo durante dos minutos. Todo lo que provocó que mi carrera en las películas funcionara fueron dos o tres minutos, que es el tiempo que lleva una toma. En ese tiempo sucede algo. Es por eso que la gente te conoce, como a alguien que corre cien metros llanos.” Walken hace una pausa y ofrece su sonrisa de tiburón. Se lo ve ágil. Y listo para la próxima carrera de cien metros.
* The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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