BEATRIZ DE MOURA, RESPONSABLE DE LA EDITORIAL TUSQUETS
La creadora y directora de uno de los fondos editoriales más importantes del mundo hispano, con casas en México y Argentina, vino a la Feria del Libro para hablar del futuro de una de las industrias más neuróticas del planeta: la industria del libro.
› Por Silvina Friera
La pequeña mujer que saluda a Página/12 es una reina coqueta y curiosa. El primer sueño de Beatriz de Moura fue convertirse en estrella de cine, una suerte de Ginger Rogers a la española. Esa niña, que por su padre diplomático nació en Brasil en 1939, imaginó que actuaría, cantaría y bailaría. Pero la biblioteca paterna le produjo un placer tan intenso que la llevaría a vivir literalmente rodeada de libros. Plebeya y terca como una mula, cuando nadie daba un duro por el proyecto, allá por 1968, decidió fundar en Barcelona un pequeño reino artesanal: la editorial Tusquets. A más de cuarenta años de aquella aventura y con el reino en expansión, la creadora y directora de una de los fondos editoriales más importantes del mundo hispano, con casas en México y Argentina, vino a la Feria del Libro para hablar del futuro de una de las industrias más neuróticas del planeta: la industria del libro. “¿Otros cuarenta años? –pregunta De Moura con un mohín de niña traviesa–. No, chica, no creo que los cumpla. La editorial sí, porque hay un equipo muy bueno y es posible que pueda seguir su camino. Yo estaré hasta que el cuerpo y la cabeza aguanten.”
El cuerpo y la cabeza de la editora tienen tela para cortar. “Siempre me gustaron los retos. Tengo una curiosidad de termita desde muy pequeña y todo lo que es nuevo me interesa”, subraya De Moura, que ha publicado miles de libros de autores como Milan Kundera, Italo Calvino, Samuel Beckett, Albert Camus, John Irving, Woody Allen, Nadine Gordimer, Henning Mankell, y en lengua española a Jorge Semprún, Reynaldo Arenas y Almudena Grandes, entre otros. “El mundo editorial ofrece un montón de interrogantes que me gustaría poco a poco ir entendiendo y asimilando. No creo haberme quedado atrás, aunque todo cambia muy rápido. Ha cambiado no sólo la manera de vivir y el modo de enfocar el mundo vivido, sino que hay algo que ya no sirve para este mundo tan veloz: ser obsesivo. A veces hay que parar un poco para poder arrancar mejor. Y en eso estoy. No rehúyo de todas las novedades tecnológicas, me interesan muchísimo.”
–¿Cómo trabajará desde la editorial con el libro electrónico?
–De entrada le hemos pedido a los autores que representamos un contrato para gestionar sus derechos de autor en todas las modalidades electrónicas habidas y por haber. Lo primero es la defensa del derecho de autor, cosa que se olvidó en otras actividades, pero que en la actividad literaria es fundamental. En España se están creando dos importantísimas plataformas que son distribuidoras de los soportes electrónicos. Tecnológicamente todavía no se ha encontrado la seguridad suficiente para que el autor cobre de cada bajada. La gente cree que el autor no cobra y que el editor se lo queda todo. Los malos de la película somos los editores. Nos lo dicen continuamente: que los editores somos los especuladores y que los pobres creadores no cobran nunca nada (se ríe). Todo el mundo se está lanzando a lo loco sin fijar todavía los porcentajes que van a cobrar los autores por las descargas; que las descargas, no en primera venta, sino en segunda, tercera, no se puedan bajar sin piratería nadie te lo puede asegurar todavía. A cada autor se le pregunta si quiere que su próximo libro lo pongamos también en las plataformas.
–¿Y cuál fue la respuesta?
–Todos nuestros escritores se han negado en redondo. Ni uno me ha pedido que su próximo libro esté en soporte digital, incluso los que más venden. Si el autor no quiere y todavía estas plataformas no te pueden ofrecer ninguna seguridad, hay que esperar. Hay que reflexionar muy bien; la experiencia, estos cuarenta años, sirven en este aspecto.
De Moura habla y se ríe como una plebeya, pero cruza la pierna izquierda sobre la derecha con una elegancia aristocrática que pronto se desvanece cuando su voz vuelve, con ímpetu, a la carga. “Las grandes editoriales se están llevando la palma con el libro de información, hasta el día que se den cuenta de que no hay protección sobre derechos y que van a perder todo lo que han hecho durante sesenta o setenta años. La gente entrará y se bajará las veinte páginas que necesita para el examen o para estudiar algo concreto. Y ya está. El resto de la información que podría necesitar la va a buscar en Google o Wikipedia, pero la mayor parte de la información de Wikipedia es errónea”, plantea la editora. “Las veces que he buscado algo me he encontrado con errores de fechas, de países, de nacionalidades de los autores, nombres mal escritos, lo que quieras.”
–Frente a estas erratas, ¿el libro impreso las minimiza o garantiza que no haya tantas?
–Exacto; el libro exige la revisión, la pide. Aun si te fijas en libros muy mal traducidos, están mejor que cualquier información que encuentres por ahí. Cada vez que sale un continente nuevo para una obra de arte, ya sea literatura, ya sea audiovisual, acaban conviviendo y encontrando sus terrenos adecuados. De momento, el libro está en este estado de efervescencia extraña, pero ya encontrará su terreno. Aunque yo no esté para verlo.
–Los que defienden el libro electrónico plantean que éste es un momento de híper saturación de libros impresos; que es tanta la producción que ni llegan a ser exhibidos en las librerías.
–Eso es verdad, ¡pero esa es una idiotez del mundo editorial! Los editores y la industria editorial somos muy tontos. Es un mundo muy neurótico y seguirá siéndolo.
–Los más entusiastas opinan que el e-book le aportará un poco de “racionalidad” a esta locura.
–Eso habrá que ver... la racionalidad a través de la técnica me parece que hasta ahora no se ha demostrado. No es fácil poner orden en el desorden... Cuando has conseguido vivir dentro de la locura, pues te acostumbras. Lo impresionante del mundo editorial es que todo el mundo está de acuerdo con esta locura.
–¿El libro electrónico simplificaría un poco esta locura?
–Sí, pero eliminando todo aquello que tiene que ver con el autor. Entonces, chica, si el autor de una obra desaparece y toda la gente puede bajar los libros y el único que cobra es el que tiene el soporte, esto tiene un solo nombre. Se llama piratería. Yo respeto mucho la creación; siento una emoción innata cuando veo cómo trabajan los escritores. Alguien tiene que defenderlos. Yo lo hago en la medida de mis posibilidades. Cuando alguien me habla de simplificar el sistema del libro impreso, lo único que se me ocurre es sonreír...
–¿Cometió muchos errores?
–Muchos...
–Cuente al menos uno...
–De Enrique Vila-Matas, que hoy es un autor muy conocido y sigue siendo un gran amigo mío –no sé cómo–, publicamos su primer libro, Mujer en el espejo contemplando el paisaje. La primera tapa del libro la hicimos para mirarla en el espejo, o sea al revés; entonces no se veía el nombre del autor ni del libro porque había que ponerlo en un espejo para verlo. Enrique me reclamó eso y me dijo: “Pero hombre, qué es esto, no se ve mi nombre”. Y le dije: “Enrique, qué más da, si nadie te conoce” (risas). Publicó dos libros más con nosotros; tiene su mérito. A muchos escritores les dije que no y después tuvieron éxito en otras editoriales. Pero no me arrepiento, porque eran autores que no hubieran pegado mucho en la editorial. No tengo animosidad con ellos, pero sí con aquellos que han encontrado el éxito con nosotros y se han largado para cobrar más dinero. Y con malos modos.
–¿Quién?
–No voy a dar nombres.
–¿Javier Cercas?
–Sí, sí, pero lo has dicho tú... Cuando las cosas se hacen amargamente, con mentiras, no hacia mí directamente, sino hacia su propio editor dentro de la editorial, me resultan intolerables. Pero ya está, historia pasada. Y a lo electrónico (risas).
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