SE PRESENTó LA REEDICIóN DE POLO: EL BUSCADOR, DE IGNACIO PORTELA Y HUGO MONTERO
Fabián Polosecki creó un modo de narrar historias por televisión que ha sido imitado hasta el hartazgo, pero que nunca pudo ser igualado. En la presentación, lo recordaron Pablo De Santis, Adrián Korol y los autores del libro.
› Por Silvina Friera
En esta época en que algunos periodistas se ufanan de sentir “miedo”, la mayor amenaza es el Olvido con mayúscula. Aunque parezca absurdo, las cintas de dos emblemáticos programas, El otro lado y El visitante, grabadas en un tipo de video con una vida útil limitada, no encuentran voluntarios para pasar todo el material a formato digital por un costo mínimo. “En nuestro país, ser moderno es olvidar pronto”, dijo alguna vez el poeta Jorge Boccanera, y los hechos parecen darle la razón. Lo afirman Ignacio Portela y Hugo Montero en la introducción de Polo: el buscador, reeditado por Continente, en una segunda versión corregida y aumentada por los autores. El libro se presentó en el predio de la Rural sin que se pudiera emitir un programa de esa “novela nocturna” que se lanzó a escribir Fabián Polosecki en la pantalla televisiva de los años ’90. Fue insólito, para los autores y para el público, no poder encontrarse o reencontrarse con alguna de esas bellísimas historias subterráneas sobre personas comunes y corrientes, que hasta ese momento parecían limitadas a aparecer casi con exclusividad en las páginas policiales de la prensa gráfica. Personas que estaban convencidas de que siempre serían actores de reparto –ladrones, vecinos, prostitutas, vendedores ambulantes, trabajadores, inmigrantes–, y que no esperaban que nadie se acercara a mirarlos, a escucharlos y a cederles un espacio. Polo impuso un estilo hasta entonces inédito. Y se lo extraña mucho.
“La ausencia de Polo y sus programas se ha profundizado”, dijo Montero, acompañado por Pablo De Santis, autor del prólogo del libro, y Adrián Korol, quien se acercó a los autores cuando le dedicaron a Polosecki el segundo número de la revista Sudestada. “A Polo lo conocí el primer día de clases de primer grado”, recordó Korol. “Nos sentamos juntos en la escuela Herminia Brumana, en Fitz Roy y Warnes, una escuela industrial en aquellos años, en 1971. Me llamó la atención ese chico del que me hice amigo y cuya casa conocí en aquellos años en que íbamos a dormir. La mamá de Polo nos cuidaba a mis hermanos y a mí, una tarea que no recomiendo a ninguno de ustedes.” El actor, humorista y conductor subrayó que Polo era un líder. “Un pibe que a los 6 o 7 años te hablaba del Che Guevara era raro. Polo era el líder del grado, él nos enseñó las malas palabras. La primera vez que escuché la palabra ‘coger’ fue Polo el que me explicó lo que era. Fabián era un tipo que curioseaba, que preguntaba y participaba activamente.”
Korol sintetizó la etapa de militancia en el Partido Comunista, entre 1978 y 1982, que también compartió con Polosecki. “El fue el que empezó a militar... Había que decir la palabra comunista en el ’78. Pero si él estaba, nosotros íbamos. No sé si uno iba porque le gustaba el Muro de Berlín o la Unión Soviética, o porque estaba Polo”, admitió uno de los hermanos Korol. “Cuando Polo se desvinculó de la militancia, no tuvo una ruptura enojosa con sus compañeros, no renegó de aquella militancia. El Polo que todos vimos en El otro lado o El visitante arrancó de chico. Todos queríamos ser como él, en todo sentido: las minas le daban bola a él.” De Santis ponderó que el libro, que cuenta con testimonios de familiares, amigos y compañeros de trabajo como Marcelo Birmajer, Enrique Sdrech, Pablo Reyero, Ricardo Ragendorfer, Rodrigo Fresán y Carlos Chernov, entre otros, concentra una memoria de Polo, pero también un retrato de época. “Polo aparece muy vívido, pero también es una interpretación de los programas; los trae a la memoria y nos enseña a ver a Polo como entrevistador, con su encanto particular. Hubo muchos programas que imitaron aspectos de los programas de Polo, pero lo verdaderamente inimitable era el encanto personal que tenía Fabián. Era muy notable su ángel.”
Al libro, según planteó De Santis, le toca ser el reemplazo de los programas que no están. El escritor conoció a Polosecki en la redacción de la revista Radiolandia. “Era una mezcla extraña porque eran los primeros años de democracia y había notas sobre espectáculos, pero también sobre el Che Guevara, sobre política o historia reciente, que eran temas muy atractivos porque habían estado prohibidos”, resumió el escritor. “Lo recuerdo a Polo como el alma de la redacción, hablando con Enrique Sdrech, el legendario cronista de policiales de Clarín, que a la mañana se hacía unos pesos extra en la redacción de Radiolandia, donde se ocupaba de un aspecto oscuro de su biografía que era su relación con los astrólogos, con toda clase de ocultistas y espiritistas que iban a verlo.” Después continuaron trabajando juntos en el diario Sur, del PC. “Había asambleas si Rusia le cortaba el gas a Lituania; parecía que ahí se decidía todo. Las asambleas de Sur eran una especie de sucursal de la ONU”, ironizó el autor de La traducción. Y luego llegó el trabajo en la revista Fierro, donde De Santis fue jefe de redacción. “Me entregaba las notas siempre tarde, muy tarde”, protestó. “Lo recuerdo escribiendo con mucha fuerza y con cierta torpeza de manera que las letras le salían encimadas, arrancaba las hojas, volvía a ponerlas y después terminaba de corregir todo con lapicera, como hacíamos en ese momento en que no teníamos computadora. Sus hojas eran las más desprolijas de todas.”
Portela señaló que Polosecki marcó a toda una generación de periodistas. “Polo es un referente; cada tema que abordaba era un interrogante que te abría un montón de puertas.” El coautor del libro, periodista egresado de la carrera de Comunicación de la Universidad de Lomas de Zamora al igual que Montero, expresó su deseo –y el de muchos– de que los programas vuelvan a circular. “Sería muy importante que el libro sirva para que esa memoria de Polo impulse a otros a contar; que sea un punto de referencia para mirar cómo hacerlo.”
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