JUAN SASTURAIN PRESENTó LA PATRIA TRANSPIRADA. ARGENTINA EN LOS MUNDIALES
Durante una suerte de entrevista pública a cargo de Juan Pablo Varsky, el escritor y periodista de Página/12 habló de su historia personal con los campeonatos del mundo, desde su punto de vista de futbolero irredimible.
› Por Karina Micheletto
Que los ciclos en la vida de los hombres –incluyendo el recuento de hijos, esposas, ex esposas, estados físicos, anímicos o financieros– se cuentan en períodos cuatrianuales, precisamente delimitados por cada Mundial. Que hubo gritos colectivos, alzados por miles de gargantas dispersas, que han marcado la vida de estos hombres, como aquel “¿Cuándo carajo vas a hacer los cambios, José?” de Argentina-México en Alemania 2006. Que la rubia bruja que llevó de la mano a Maradona al antidoping positivo no puede ser clasificada ni por un especialista como Philip Marlowe, el detective de Chandler. Verdades de un futbolero medio argentino, que ha decidido volcar éstas, sus verdades, en un manual personal de usos y costumbres de los mundiales. La patria transpirada. Argentina en los Mundiales es el libro en el que Juan Sasturain va trazando el paisaje personal de cada Copa del Mundo, desde Uruguay 1930 hasta las vísperas de Sudáfrica 2010, y que presentó el viernes en la Feria del Libro, en una suerte de entrevista pública a cargo del periodista deportivo Juan Pablo Varsky.
A Sasturain lo vende la pinta de buen tipo y, del mismo modo, el tono en el que relata las venturas y desventuras de la Selección argentina en cada Mundial van provocando en los que llenaron la sala Alfonsina Storni de la Feria crecientes ganas de seguir charlando del tema en un café. La descripción del juego del Brasil del ’70 –incluyendo el último gol de Carlos Alberto contra Italia en la final–, “la larga carrera de Burruchaga contra la muerte” en la final de México 86, o el carácter “mezquino, miserable y especulador” del equipo argentino que casi sin hacer goles llegó a la final en el Mundial de Italia ’90 –con el que “al final daba vergüenza haber llegado adonde llegamos”–, resultan temas atrapantes en la narración de Sasturain.
Y así es como el escritor y periodista de Página/12 logra que aun aquellos que miran fútbol de lejos –esto es, no más cerca de lo que el contexto familiar impone– encuentren fantásticos temas de debate y reflexión en tópicos insospechados. La pertinencia del “razonamiento filipino” de poner a los mejores jugadores sólo después del resultado desfavorable, o la posibilidad de que el futuro del fútbol esté en los jugadores africanos, habilitan zonas literarias plausibles de desarrollo en el pulso narrativo de Sasturain (y también en su encantador tono de conversación). El escritor las desarrolla en su libro, y con su estilo logra que por momentos uno lo imagine del otro lado de la mesa de bar. “La versión no puede ser sino personal, sentimental en el mejor de los sentidos: qué me pasó a mí –de pibe, de adolescente, de muchacho, y ahora ya veterano– cuando esos campeonatos del mundo nos pasaban a todos por arriba y por adentro”, aclara el hombre de Coronel Dorrego en su texto, y en la presentación refuerza la premisa teórica: “Escribo sin ninguna autoridad, desde el único lugar del que puedo escribir, desde mi condición futbolera”.
“Al Mundial ’78 lo festejé, claro. Lo festejé en mi casa, puteando contra los milicos, sin participar de la fiesta de los hijos de puta, pero lo festejé”, contó Sasturain ante la pregunta de Varsky. “Las cosas no se mezclan, cualquiera que es futbolero sabe de lo que estoy hablando. Soy hincha de Boca y no soy hincha de Macri, ¿qué tiene que ver? Los hijos de puta pasan, la camiseta no. ¿Por qué me voy a dejar robar esa alegría? Me acuerdo de haber hablado de estas cosas con alguien tan inteligente, sensible, buena persona y buen jugador como Claudio Morresi. El tiene un hermano desaparecido, y en la final del ’78 estaba en la cancha. ¿Qué, se le confundieron los tantos? ¿No sabía? Como él, en el ’78 yo festejé y no me sentí manipulado por eso. No celebré con los hijos de puta, no puse bandera, pero nadie me iba a privar de mi fiesta.”
Puesto a repasar ese “qué estaba haciendo, con quién lo vi, cómo lo vi” en cada mundial, el escritor se detuvo también en España ’82. “En ese mundial estuve esquizofrénico al cuadrado”, recordó. “La primera esquizofrenia estaba dada por el hecho de que simultáneamente se jugaba un mundial y estábamos en medio de la guerra de Malvinas. La segunda, porque en ese momento estaba trabajando en Billiken, me había ido de Super Humor y había conseguido ese laburo. ¿Qué era Atlántida en ese momento? El nido de los alcahuetes de la dictadura, desde la conducción de la empresa. Así que mientras yo estaba en el piso de Billiken, escribiendo sobre el Primer Triunvirato y el Cabildo Abierto, desde el piso de arriba salían a decir que estábamos ganando la guerra. Igual, con toda esa esquizofrenia a cuestas, ese mundial fue hermoso.”
“Los partidos de fútbol –y los campeonatos también– no son una cuenta de suma o resta, ni siquiera la raíz cuadrada de nada que se pueda calcular; no son un silogismo, el lógico resultado de premisas ilevantables; no son un fenómeno que responda a ningún tipo de legalidad física o meteorológica; los partidos de fútbol son –todos y cada uno– buena historia original que se escribe, un relato que se desarrolla ante nosotros. Así, no son ni verdaderos ni falsos, ni justos ni injustos, ni lógicos ni ilógicos”, se lee en La patria transpirada. En esta descripción tal vez se encuentre parte de la explicación del fenómeno que hace que el hombre en estado mundialista sea capaz de salirse de sí para observarse de afuera: “Ahora volvemos a alentar la imperdonable ilusión sudafricana, a soportar el vertiginoso nudo en el estómago, a secarnos las manos húmedas en la camiseta transpirada. No conozco felicidad más desgraciada. Pero sabemos que vale la pena, que vale la alegría”.
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