COSQUIN ENTREVISTA A LA CANTANTE SUNA ROCHA, QUE PRESENTA HOY SOS AGUA, SU úLTIMO CD
La intérprete cordobesa desembarcará en la sexta luna coscoína para mostrar parte de su nuevo disco, que tiene al agua –y su escasez– como eje conceptual. “Ha llegado el momento de dejar de cantarles al amor, tu piel y el mar, y darles bola a estas cuestiones”, señala.
› Por Cristian Vitale
Desde Cosquín
Suna ya tiene la ropa lista para subir esta noche al Atahualpa. El bolillero azaroso del festival le cayó entre Los Huayras, grupo de la línea folklore teen-gritón, y la delegación de la provincia de Santa Fe. Es el día, también, de Raly Barrionuevo, la juntada chamamecera (Tarragó Ros + los Vera + Los de Imaguaré), Juan Falú, Emiliano Zerbini y Jairo, entre otros. La ropa, esencial para ella, la fabrica con sus propias manos y confiesa que le tuvo que pedir perdón a la madre “porque, cuando era chica, odiaba que me enseñara a bordar”, dice. El perdón se relaciona con la escasez de bordadoras en Buenos Aires, donde vive hace años, y con una centralidad en la imagen “artesanal”, de mano propia, que otros artistas pasan por alto. “Creo que los artistas tendrían que darle importancia, porque todo tiene que ver con todo. En mi vida privada soy una zaparrastrosa... ¡no sabés con la pilcha que ando!, pero me produzco para subir al escenario. No puedo subir si no es con mi pollera larga y mis picotes...”
–¿Por qué esta relación tan íntima entre la música, el arte y la vestimenta?
–Me gustó siempre. Incluso cuando recién empecé a cantar, que era repobretona. También me hacía ropa con mis propias manos... ¡Ah!, el otro día fui a desfilar con un montón de modelos top a Catamarca.
–Modelos top... ¿cómo fue eso?
–Imité cómo caminan ellas y salió bien. Como sé bailar hice un buen papel y hasta canté un carnavalito, “Punai”, y desfilé con Ingrid Grudke, en fin.
Más esencial, obvio, es que Suna desembarca en la sexta luna coscoína para mostrar parte –lo que alcance– de su nuevo material: SOS Agua. Es el primer disco que la cantante de Las Arias, pueblo seco del norte cordobés en el que había que meter balde a 60 metros para sacar agua, edita luego del maravilloso Maldición de Malinche (2003) y está dedicado, axiomático, al agua en todas sus vertientes. A este “oro cristalino” que escasea, a su defensa como recurso natural, y al auxilio (S.O.S.) que ocurre cuando una embarcación naufraga en el mar. “Cuando leí que el 97 por ciento del agua que hay en el planeta es salada, que el 1,8 está congelada en los polos y sólo el resto es potable, puse el corazón ahí. Yo que viajo en avión seguido y algo de inglés entiendo, escucho a los yanquis hablando del terreno que se compraron al lado de un río y digo: ¿Qué pasa? Creo que estamos siendo demasiado generosos con aquellos que vienen de afuera. Estamos vendiendo los lugares que tienen agua y eso es peligroso. Hay ríos como el Tulumba, el Quillinzo o el Tercero que antes traían mucha agua y ahora son como hilitos que vienen. Esto, junto al tema minero, da un abuso de dar y dar. ¿Y nosotros qué?”, reclama la cantante, encendida.
El agua, entonces, es el eje conceptual de un disco cuyas 14 piezas se dividen entre chacareras, vidalas y zambas. Algunas piezas directamente relacionadas con el concepto –”El hombre y el agua”, de Serrat- y “El tren aguatero”, de Raúl Trullenque y Cuti Carabajal– y otras que lo rozan indirectamente. Es el caso de “La alegría de los niños”, una bella reminiscencia andina creada por Luzmila Carpio que enlaza dos bellezas en una: agua y mujer: “Tú me necesitas para vivir, no te olvides... soy hermosa”, canta Suna, con su voz de trueno. “La señorita Luzmila es de Cochabamba y, como tal, una quichuista pura, genuina, que canta en el Olimpia de París y vuelve a su Bolivia natal. Este es un huaynito que me pareció clave para abrir el disco, porque habla de lo que yo quería hablar: el agua cristalina, la pachamama, el aire puro, la paz, las flores y sus perfumes. Los artistas populares tienen que ser conscientes y tratar de testimoniar sobre la naturaleza a través del arte. Ha llegado el momento de dejar de cantarle al amor, a la muchacha, tu piel y el mar, y darles bola a estas cuestiones que nos van a perjudicar a todos. Hay gente que siembra soja, destruye la tierra, y no sabe que eso va a perjudicar a sus nietos.”
–¿Por qué Serrat?
–La verdad es que nunca pensé en versionar un tema de Serrat, porque cuando lo graba es de él, punto. Bueno, sí, este chico Torres (Diego) hizo “Penélope” que es medio comercialongo, pero le dio otro cariz. Yo fui por otro lado, creo que Serrat habla maravillosamente del líquido elemento, de su poder que gasta la piedra y mata el fuego.
–El otro es “El tren aguatero”, cuya médula temática pasa por ese “gigante de acero” que esperan hombres, mujeres y niños en los pueblos desérticos.
–Un día fui a un pueblo que se llama Milagros, calculo que porque es un milagro que exista. Vino un tipo y me dijo “nos identificamos con el tema que usted cantó, porque acá viene el agua en un vagón de tren”. Me hizo acordar también a cuando era chica y el pueblo se ponía sus mejores ropas para ver el tren que unía Córdoba Capital con La Banda (Santiago). Era el único momento en que la gente veía algo diferente. Ahora, la estación es la municipalidad, lamentablemente. Son cosas de las que hay que hablar. Es la senda de Atahualpa ¿no?
–Lo grabó por dos: “Chacarera de las piedras” y “La pobrecita”. Dada su amistad, ¿alguna vez las tocó delante de él?
–Una vez me dijo “tú nunca me invitas a tus conciertos” y le contesté: “Sabe, Tata, yo le tengo un poco de miedo a su crítica”, y ahí quedó. Yo nunca lo invité a que me viera. Nunca me escuchó en forma personal. Sí sé que no fue indiferente a lo que yo hacía. Le gustaba mi aspecto de mujer criolla. Una vez me dijo: “Me gustan de ti tu condición de provinciana y algunas de tus consideraciones”. Por supuesto que nunca le pregunté cuáles.
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