TRIáNGULO, DEL BRITáNICO CHRISTOPHER SMITH
El tiempo es el tema de esta auténtica obra de relojería terrorífica. Una masacre que se repite al infinito marca el pulso de esta historia que no cae en golpes bajos ni en lugares comunes. El cierre de la película es tan perturbador como su transcurso.
› Por Horacio Bernades
Tal vez porque en lo oculto y subyacente reside su propia razón de ser, al género de terror siempre le sentaron mejor las producciones que escapan a la visibilidad, que se esconden tras los lanzamientos de primera línea. Esto ha sido históricamente así (ver Jacques Tourneur, casi todo John Carpenter, George Romero, La masacre de Texas, el primer Cronenberg) y lo sigue siendo. Mientras los grandes estudios agotan sus apuestas en pornotorturas, remakes o terrorrealities (The Blair Witch Project, Cuarentena, Actividad paranormal), por debajo hacen su trabajo de zapa los creadores más interesantes del género. Uno de ellos es el británico Christopher Smith. Nacido en Bristol en 1970, de sus cuatro largos a la fecha se había editado aquí hace un par de años la negrísima sátira Recorte sangriento (Severance, 2006). Ahora AVH acaba de hacer lo propio con Triángulo (Triangle, 2009), su penúltimo opus, en tanto su film más reciente, Black Death –una de terror en tiempos de la peste bubónica– se estrenó en Estados Unidos unos meses atrás.
Si se la piensa como obra de relojería será no sólo en alusión a la precisa orfebrería de Triángulo, su estructura autoconclusiva, sus justas elipsis y cuidada dispersión de claves, sino a que el tiempo es su tema. Tal vez en castigo por la escasa paciencia que le tiene a su hijo autista, la heroína –madre soltera o de marido ausente– queda atrapada en una pesadilla circular. Como hámster en la rueda, no podrá dejar de repetir una y otra vez el mismo destino. Tras una situación traumática en casa, Jess (la intensa australiana Melissa George) escapa en auto con su hijo. Llega inexplicablemente sola a un puerto de la Florida, donde se suma a la tripulación de un velero que está por zarpar. Como en El increíble hombre menguante, el viaje es normal hasta que súbitamente el viento se detiene y una nube extraña aparece en el horizonte. Hay una tremenda tormenta marina y finalmente los náufragos son rescatados por un enorme transatlántico. Pero el buque está vacío. Peor aún: ellos mismos los esperan allí, para reiniciar al infinito cierta implacable masacre.
Autor del guión, en la construcción del misterio Smith va siempre por delante del espectador, sumiéndolo en la ominosa atmósfera de un mal sueño. Hace algo mejor aún: a la hora de resolverlo –cuando nueve de cada diez historias semejantes se derrumban o se hunden en la nadería– lo hace límpidamente, sin dejar un cabo suelto y cerrando la historia de modo tan perturbador como lo fue su transcurso. Su habilidad en el tratamiento de largos pasillos vacíos, pacientes progresiones dramáticas y brutales eclosiones de sangre demuestran que las virtudes de Mr. Smith no se reducen a la escritura. Enfrentado a tiempos que se repiten, a estructuras especulares y tragedias circulares, el espectador local no podrá dejar de recordar Cuesta abajo, el corto con el que Adrián Caetano se presentó en sociedad (Historias breves, 1995), donde por culpa de un ensortijamiento de la cronología un hombre era atropellado por sí mismo. “Tenés que asesinar a todos, es la única forma de huir”, le aconseja a Jess una Jess anterior, antes de que aquélla la lance por la borda. El consejo es engañoso: tal vez la única forma de huir sea incluirse a sí misma en la palabra todos.
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