MARIANO DOSSENA HABLA DE SU PUESTA DE LOS INVERTIDOS, DE JOSE GONZALEZ CASTILLO
El texto, que aborda una relación homosexual clandestina entre dos varones de clase alta, fue escrito en 1914, por eso el director lo califica de “futurista”. “La represión genera tragedia, porque es el mundo heterosexual el que manda en la obra”, asegura.
› Por María Daniela Yaccar
La prohibición es uno de los disparadores de Los invertidos, obra que José González Castillo alumbró en 1914. Casi cien años atrás, este autor se animó a contar una historia de amor entre homosexuales. Pero no se conformó con ser el primer autor argentino en poner en escena a dos hombres en situación erótica: para colmo, se trataba de una relación clandestina que amenazaba con destruir a una familia porteña adinerada, edificada sobre las apariencias. La prohibición estuvo también por fuera del texto, ya que la obra fue censurada por “alentar a la perversión”. Recién en la década del ’90 la retomó Alberto Ure, y Los invertidos volvió a generar polémica. En 2011, con el matrimonio igualitario como parte de la escenografía, el director Mariano Dossena desempolvó esta pieza que estuvo veinte años en el cajón (puede verse los sábados a las 23 en El Extranjero, Valentín Gómez 3378). Según él, todavía da que hablar.
Los invertidos tiene como protagonistas a Pérez (Gustavo Pardi) y el Dr. Florez (Fernando Sagayo), dos hombres que se conocen desde la infancia y que tienen una historia de amor secreta. Florez está casado con Clara (Maia Francia), quien a su vez tiene un affaire con Pérez. La agitada trama se mece entre el espacio doméstico, lugar del deber ser y de la hipocresía, y un cubículo al que concurren habitualmente Pérez y Florez, en el que sus deseos no encuentran represión. “La distancia en el tiempo sirve para ver las cosas más de cerca”, analiza Mariano Dossena cuando se le pregunta por qué decidió llevar a escena una obra que excluye los avances que experimentó la sociedad argentina. “Mientras uno más se aleja del tema, más puede ver su esencia. El distanciamiento trae más disonancias que si lo hiciéramos en esta época de notebooks y celulares”, compara. Por eso, los cambios en los diálogos son mínimos y la trama se mantiene intacta.
Al director se lo ve sorprendido por ciertas repercusiones que tuvo la obra entre el público, aquí y ahora, ya que se reactivaron lecturas muy similares a las que despertó la versión de Ure. En ese momento, cuenta Dossena, Los invertidos fue tildada de homofóbica. “Recibo devoluciones que insisten con lo mismo”, recalca. No obstante, su mirada sobre la pieza es totalmente opuesta. “Castillo cuenta la historia de una sociedad homofóbica. Ahí está el error de interpretación: porque uno haga Medea no está apoyando el filicidio. Castillo tiene mucha piedad con estos seres. Me interesaba contar esta historia de amor de hombres, reprimida. La represión genera tragedia, porque es el mundo heterosexual el que manda en esta obra.”
–¿Qué le atrajo de esta obra como para desempolvarla?
–Vengo hace un tiempo haciendo trabajos con la dramaturgia clásica (el último fue El tiempo y los Conway) y quería seguir indagando por esa cuerda, dirigir obras en las que lo que se dice y lo que sucede tienen resonancias actuales y pasadas. Lo que me interesó de Los invertidos es la estructura ibseniana, perfecta. Todo pasa por algo, no hay una escena que esté de más. Todos los personajes aportan a la trama. También tenía la decisión de repetir el elenco numeroso, me gusta laburar con una pluralidad de actores y de edades. Siempre es mucho más costoso, todo tiene otro plus. Después se sumó la temática.
–Son tiempos muy particulares. Cualquiera pensaría que la temática fue el puntapié inicial...
–Absolutamente. Pero no analicé la obra en términos temáticos, sino de gusto por la dramaturgia bien escrita. Y quería trabajar un autor argentino. Venía laburando extranjeros, como Marguerite Duras o Paul Auster. Me gusta trabajar con obras que hace mucho que no se hacen, textos que están en el imaginario colectivo de la gente y que por alguna razón no se han hecho nunca más. Con El tiempo... pasó algo parecido, pero Los invertidos está mucho más instalado en la sociedad. Tenía 15 años cuando Ure reestrenó esta obra y, pese a que iba mucho al teatro, no pude verla. Tenía algunas imágenes de haber visto publicidades televisivas, me acuerdo perfecto de eso. Entonces decidí que quería conseguir el texto, lo leí y me pareció una obra de avanzada. No podía creer que haya sido escrita en 1914.
–¿Por qué se seguirá diciendo que la obra es homofóbica?
–Hay algo en el fondo que no está claro. Cuando la homofobia y la homosexualidad dejen de ser noticia, tema urticante, recién entonces va a estar la verdadera aceptación. Todavía es de la boca para afuera: somos progre y todos nos aceptamos, pero en lo interno, lo profundo, hay algo que no está bien. Si no, no sería tema. Algunos plantean a Castillo como un autor determinista en el sentido de que se cumple la voz de la muerte: la única manera de erradicar al gay es la muerte. Son miradas. Me parece bien que esto ocurra. Por otro lado, el año pasado, con la discusión por el matrimonio gay, quedó claro que el germen de la ignorancia está intacto. Había textos de algunas diputadas o respuestas de gente en la calle que eran muy parecidos a pasajes de Los invertidos. Que están enfermos, que iban a violar a alguno de los hijos... Todo esto se dice ahora, y pasaron cien años. Es una ignorancia espiritual: no tiene que ver con haber leído o viajado.
–No casualmente Castillo habla de la homosexualidad en el seno de la clase alta, ¿no?
–La obra tiene los cañones apuntados hacia eso. Esto no le pasa a la clase baja... En el ’14, la obra movilizó mucho porque a nadie se le podía ocurrir que sucedieran este tipo de cuestiones en el estrato alto. Eso es lo polémico de Castillo: ubica estos temas donde supuestamente está la mayor inteligencia, la gente culta, que seguramente viaja. Les aparece este tembladeral que mueve todo eso y que hace que caigan en una problemática de vínculos. Hay dos personajes que son la voz del autor: los sirvientes, Petrona y Benito. Ahí está la voz de Castillo, no en Florez ni en Pérez, sino en el estrato más bajo, en los que sirven a la oligarquía. En las travestis, que se ríen de todo esto. “¿Para qué tanta hipocresía? Se es o no se es”, dice la Princesa, una de ellas. Y Petrona siempre dice que todo esto es natural, aunque le parece raro y gracioso.
–¿Cómo viven su homosexualidad estos dos personajes?
–Florez es padre de familia. Era impensable en ese momento romper una familia, por eso existía un submundo. Pérez es un personaje de ultra avanzada. Tiene una cuestión bisexual, es más enroscada y sinuosa la cosa, sus deseos están liberados, no hay ningún tipo de represión, no intenta caretear ninguna cosa. Simplemente, es. Hay un homosexual muy reprimido, un bisexual y travestis. Dentro de la obra hay mucha pluralidad en las formas de ser. Para el ’14 es futurista.
–¿Por qué la obra estuvo tanto tiempo sin hacerse?
–Me parece muy misterioso. Fueron veinte años en los que podría haberse hecho, porque tuvo mucho éxito en su momento. Supongo que tiene que ver con los fantasmas que la rodean. Tiene un karma, positivo y negativo, pero no tan negativo porque está viva nuevamente. Es un texto tan potente y con tanta vigencia que sigue generando discusión.
–¿Cómo se trabaja para transmitir el pensamiento de una época?
–Los materiales alejados al espacio de hoy llevan a otra complejidad de pensamiento: hay que entender a estas personas, no juzgarlas sino comprenderlas para que el pensamiento de la época emerja. Hay que viajar hacia atrás en las conciencias. Me he documentado bastante. Un libro que me sirvió mucho y que circuló entre el elenco es Historia de la homosexualidad argentina, de Osvaldo Bazán. También nos interesó adentrarnos en ese mundo desde lo visual. No se podía contar esta historia con unas sillas y mesas. El vestuario y la escenografía generaron comportamiento. Somos lo que es la época, incluso en cómo nos vestimos. Me gusta que el espectador sienta que viaja cien años atrás, que respire esa época.
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