SANTIAGO DORIA Y EL CONVENTILLO DE LA PALOMA, DE ALBERTO VACAREZZA
El emblemático sainete volvió a la sala mayor del Teatro Cervantes, después de su exitosa temporada del año pasado. “Quisimos realizar un espectáculo entrañable que, además de ser capaz de entretener, nos acercara a las raíces de nuestro teatro”, señaló el director.
› Por Cecilia Hopkins
El conventillo de la Paloma, el clásico de Alberto Vacarezza, volvió a la sala mayor del Teatro Cervantes (jueves a sábados a las 21, domingos a las 20.30), después de su exitosa temporada del año pasado. Bajo la dirección de Santiago Doria, el espectáculo convocó entre octubre y diciembre pasados a más de 17 mil espectadores. Ya desde la segunda semana de su estreno las localidades se agotaron, por lo cual debió habilitarse el Paraíso, cerrado desde hacía más de una década. El mismo director del Cervantes, Rubens Correa, había expresado ante este diario su asombro, una vez finalizada la temporada pasada: “La respuesta del público fue una gran sorpresa para mí. Porque yo pensé que el texto de El conventillo... tal vez sería muy ingenuo para esta época. Y tomando en cuenta que, en parte, es el mismo público que ve a Tinelli, me sorprendió su entusiasmo: este espectáculo emociona y moviliza de un modo impensable”. Otro dato llamativo: cuando se supo que la obra bajaba, pero que se reestrenaría en marzo, hubo gente que quiso sacar las entradas a fin de año. “Ni que estuviésemos en Broadway”, se ríe Doria en una entrevista con Página/12 para luego agregar, satisfecho: “Quisimos realizar un espectáculo entrañable que, además de ser capaz de entretener, nos acercara a las raíces de nuestro teatro. Y podemos decir que cumplimos”, concluye.
Considerado como uno de los sainetes más representativos de su autor, el elenco original estaba encabezado por Pierina Dealessi, Tito Lusiardo y Libertad Lamarque cuando se estrenó, en 1929. Hoy lo interpretan Claudio García Satur, Arturo Bonín, Daniel Miglioranza, Horacio Peña, Ana María Cores, Ingrid Pelicori, Irene Almus, Rita Terranova, Néstor Sánchez, Alfredo Castellani, Cutuli, Luis Podestá, Marcelo Bernadaz, Héctor Nogués, Alfredo Zenobi y Juan Carlos Copes. Pero hay más: están las vecinas, interpretadas por Johana Copes, Mónica D’Agostino, Verónica Gardella, Karina Rivera; los vecinos, por Pablo Di Felice, Emanuel Duarte, Diego Freigedo y Fernando Mercado, además de los músicos Pablo Gignoli (bandoneón), Bruno Giuntini (violín) y Lucas Ferrara (guitarra), presencias indispensables en el fin de fiesta, último cuadro del sainete.
Los tangos que baila el elenco están coreografiados por Juan Carlos Copes, quien baila dos de ellos junto a su hija Johana. En cuanto al aspecto visual del espectáculo, a la iluminación de Leandra Rodríguez y al vestuario de Maribel Solá se suma la escenografía de René Diviú, quien aprovecha todas las posibilidades de la sala mayor, incluido el escenario giratorio, recientemente refaccionado.
“Estoy vinculado desde siempre a la comedia de costumbres y al sainete”, afirma Doria, convocado el año pasado por los directivos del Cervantes para dirigir un título representativo de la dramaturgia nacional con el objeto de adherir a los festejos del Bicentenario. El caso es que tanto Correa como Claudio Gallardou, subdirector del teatro, no acertaban a decidirse entre Los disfrazados, de Carlos Mauricio Pacheco, y el sainete de Vacarezza. Puesto a elegir, Doria se inclinó por este último “porque era un texto más festivo y su autor, un icono del teatro nacional, fundamental para otros autores que vinieron después”. Una vez de acuerdo, entre los tres comenzaron a pensar en el elenco. El director fundamenta su elección: “Yo quería actores reconocidos para el público en general y pertenecientes a una generación actoral que mantuviese algunos puntos de referencia con el género sainete. Pensemos que El conventillo... no se hace desde hace 30 años...”. Doria cuenta que, cuando comenzaron los ensayos, un técnico del teatro le dijo por lo bajo: “Qué trabajo le va a dar este elenco; acá no hay indios, son todos caciques”. No obstante el comentario, el director subraya el compañerismo del grupo y su contracción al trabajo: “Un mes antes del debut ya estábamos ensayando el saludo. Satur decía entre risas que sólo faltaba saber a qué restaurante iríamos la noche del estreno”, recuerda. Y continúa con los elogios: “Los 28 actores juegan como chicos en escena y, con la misma entrega, los técnicos hacen su trabajo. Esa es la principal razón del éxito. Mercedes, la hija de Vacarezza, viene a casi todas las funciones” (ver aparte).
Estudioso del género, el director explica: “El sainete, esta forma de teatro breve, divertido y de corte popular que vino de España, encontró aquí una adaptación criolla con la inclusión de personajes de la inmigración. Entonces, junto al tano, el gallego y el turco se sumaron el compadrito y el orillero”, sintetiza. En su obra La comparsa se despide, de 1933, el mismo Vacarezza resume la receta del sainete: “Un patio de conventiyo, / un italiano encargado, / un yoyega retobado, / una percanta, un vivillo / dos malevos de cuchillo, / un chamuyo, una pasión, / choques, celos, discusión, / desafío, puñalada, / aspamento, disparada / auxilio, cana y telón”. Tras esto, remata el autor: “Tan sencillo al parecer, / debe el sainete tener / rellenando su armazón / la humanidad, la emoción, / la alegría, los donaires / y el color de Buenos Aires / metido en el corazón”.
Sin embargo, tal como apunta el propio Doria, cuando se estrenó El conventillo..., el género ya entraba en decadencia. “Al sainete le sigue el grotesco criollo –explica el director–, un estilo de obra que deja atrás el patio del conventillo para adentrarse en sus habitaciones y en temas menos festivos. Hay que ver que, un año antes de El conventillo..., ya Discépolo había estrenado Stéfano.” Según apunta, el estreno de este sainete tuvo lugar “cuando Buenos Aires iba transformándose. El mundo que aparece en esta obra ya estaba diluyéndose para dar paso a otra realidad. Por eso, Vacarezza aclara que la acción transcurre en la Buenos Aires de ayer”, aporta. El director aclara, además, que las críticas que recibió esta pieza no fueron para nada elogiosas. Sin embargo, agrega que “fue el primer espectáculo nacional que hizo mil funciones en el mismo teatro y con el mismo elenco. Al punto de que el productor, Pascual Carcavallo, le regaló un auto a Vacarezza y una medalla de oro a cada actor”.
“Es cierto que el público tiene reacciones ingenuas, como sucedía con el antiguo radioteatro”, confirma el director, para quien el tema de la inmigración aún tiene gran aceptación en el público actual: “Es que la clase media argentina tiene ese origen. Si bien el sueño de hacer la América para muchos quedó en la nada, otros tantos fundaron familias y pudieron darles a sus hijos lo que ellos no tuvieron”.
–¿Actores más jóvenes no hubiesen sabido interpretar a los personajes de Vacarezza?
–Es que no tienen modelos. Yo les dije desde un principio a los actores que convoqué: miren que somos el último eslabón que queda para pasarles el sainete a los jóvenes. Las nuevas generaciones no pueden hacer estos personajes porque no tienen a quien imitar. En las calles ya no se encuentran, como en los tiempos de la inmigración, ni italianos, ni gallegos o turcos. ¿De dónde copiar su forma de hablar, su modo de ser? Los actores elegidos, en cambio, tienen referencias del sainete. Cada uno fue buscando un formato y un color para su personaje, pero siendo fieles a un mismo pentagrama.
–¿Cuáles fueron sus propios referentes?
–Desde hace más de 40 años estoy vinculado con el sainete. Fue muy importante para mí haber conocido a Luis Ordaz, haber charlado con él y leído sus investigaciones. Hasta llegué a ilustrar como intérprete, junto a Osvaldo Terranova, una conferencia que Ordaz dio sobre el tema. Por supuesto, también fue importante leer a Beatriz Seibel y a Osvaldo Pellettieri.
–¿El cine le brindó algún aporte?
–No me basé en la versión de El conventillo... que se hizo en cine de 1936 (con dirección y guión de Leopoldo Torres Ríos, protagonizada por Tomás Simari). Me parece que el lenguaje cinematográfico no capta la teatralidad propia del sainete, sino que lo convierte en una comedia costumbrista sin el carácter jocoso típico del género.
–¿Cómo surgen los personajes característicos del sainete?
–Los criollos le toman el gusto al sainete español y con el tiempo reemplazan a los personajes populares españoles con los tipos característicos de aquí. Así que, entre 1880 y 1910, los personajes son mayoritariamente inmigrantes y el patio del conventillo es el lugar donde la gente busca el modo de comprenderse hablando lenguas diferentes.
–¿Y cómo se da su transformación hacia otra forma de teatro?
–Cuando el sainete sale del patio y se va metiendo en las habitaciones del conventillo, ocurre su transformación hacia el grotesco criollo. Entonces se pierden los temas y su carácter festivo, porque se van profundizando los aspectos melodramáticos, eso que en el sainete apenas aparece como una pincelada.
–¿Por qué sostiene que un autor como Vacarezza es un punto de partida en la dramaturgia local?
–Precisamente porque el sainete criollo fue el antecedente del grotesco, y éste es un género que está en la base de todos nuestros grandes autores, hasta los actuales. Creo que El conventillo... es una pieza fundacional del teatro argentino, porque es allí donde están las fuentes de nuestra escena.
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