FERIA > OPINIóN
› Por Cristina Villanueva *
Pocas veces ir a un acto en la Feria del Libro puede ser tan transformador. Un tejido de voces, las de los que estaban en el panel y las del público. Una noche feliz donde el tesoro de la memoria florecía en un mañana posible. La alegría de la libertad de palabra de los que tantas veces han visto morir a sus compañeros o han sufrido el exilio, por ser portadores de ideas. Porque la derecha siempre se pudo expresar e impuso el silencio a través de la muerte y la censura. Porque el liberalismo, que tanto admira Mario Vargas Llosa, fue posible a través de feroces dictaduras.
Desde la música, el teatro, el periodismo, la historia, la ciencia, la literatura, el periodismo, las ciencias sociales, las palabras diversas y creativas eran como un abrazo. El lugar común no estaba en las consignas que incluso se inventaban en el momento, derivadas de algo de lo que decían los panelistas como “Vamos que llegamos o podemos”, que surgió del relato de Horacio González. El lugar común era ese cobijo en las ideas que desde distintas tradiciones se unían en la postura de no dejar a nadie afuera. Esa situación se mostró en la sala con los que habían quedado sin lugar y al final pudieron entrar.
Cerró Horacio González con su lenguaje poético, que es un lenguaje que admite el vacío, la vacilación, la incerteza, lo que no ha llegado todavía. Pienso que la postura de Horacio, que fue tergiversada por los medios, promovió una discusión que influyó en el cambio de Vargas Llosa desde el insulto y la descalificación a las autoridades y al pueblo argentino hasta una postura más educada. Al menos se mostró con ese debate, que todos tenemos derecho a la palabra.
* Narradora oral.
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