ENTREVISTA AL ESCRITOR FRANCéS JEAN ECHENOZ
El autor presentará en la Feria su novela Correr, en la que recrea la gloria y la caída del legendario atleta checoslovaco Emil Zátopek. “El corrió bajo regímenes dictatoriales; era un modelo, un ejemplo, pero también un rehén”, sostiene.
› Por Silvina Friera
Hubo un tiempo que fue hermoso y fue libre de verdad. Jean Echenoz, que no conoce el comienzo de la canción de Sui Generis, fue un joven francés que estudió etnología, aunque lo único que le importaba en el mundo era y es la literatura. Tocaba –toca aún– el contrabajo y simpatizaba con la extrema izquierda. Ni músico ni militante serio. A duras penas, en los tiempos agitados del Mayo francés del ’68, con poco más de veinte años, fue “un buen pegador de afiches”. El escritor francés habla casi como escribe: prosa y respuestas diáfanas, breves y concisas. Al hueso. Nada de rodeos interminables ni esgrimas lingüísticas encadenadas en oraciones subordinadas y barrocas. Estética “monacal”, se podría afirmar para enfatizar el contraste, alérgica al derroche de palabras, al gasto desmedido. La relación con su obra y sus personajes, con su propio pasado, es afectuosa e irónica a la vez, amorosa y distante, como si cierta lejanía en el espacio y el tiempo fuera su mejor cámara para aproximar y desviar escenas de la vida cotidiana. El autor presentará el lunes en la Feria su libro Correr (Anagrama), con Damián Tabarovsky, y anticipará también Un año, novela que publicará en agosto una nueva editorial argentina, Mar dulce.
Correr es una novela sobre la figura del legendario atleta checoslovaco Emil Zátopek (1922-2000), un corredor de fondo que en los Juegos Olímpicos de Helsinki de 1952 batió todos los records: ganó tres medallas de oro en diez días, en los 5000 metros, en los 10.000 y en la maratón, proeza jamás repetida. A pesar de que corría raro y no tenía estilo, la invencible y eficaz “locomotora checa” fue un héroe nacional del régimen comunista. Pero el corredor, bandera y paradigma de la revolución proletaria, sería duramente castigado por apoyar a los reformistas de Alexander Dubcek. Cuando los soviéticos invadieron Praga para poner en caja a los “rebeldes”, el corredor fue expulsado del ejército y desterrado. Ascenso meteórico y caída al vacío, la gloria y el infierno. El purgatorio que le asignaron los camaradas fue la recolección de basura.
No es la primera vez que Echenoz escribe sobre un personaje real. Correr forma parte de una trilogía de vidas imaginarias que arrancó con Ravel, centrada en los últimos años de la vida del célebre músico, y se completará con Relámpagos, sobre el ingeniero Nikola Tesla. “No sé si hay un paralelismo entre correr y escribir –dice el escritor a Página/12–. No se puede escribir de un atleta de la misma manera que se escribe sobre un músico. Tanto Ravel como Zátopek llegan a ser ellos los autores de estos libros. Sus estilos, sus maneras de ser, sus artes, contaminaron la escritura.”
–¿En qué momento descubrió que necesitaba para Zátopek un estilo diferente?
–En realidad me di cuenta después, no fue demasiado consciente. Nunca releo mis libros, sólo cuando me muestran el primer ejemplar. De manera voluntaria, pero no del todo consciente, había frases que iba escribiendo que trataban de restituir el estilo del corredor. Como en el libro anterior se pueden encontrar ritmos de la música de Ravel.
–¿Qué estímulos encontró para escribir sobre vidas reales? ¿Estaba cansado de la “ficción pura”?
–Quería hacer algo que nunca había hecho antes, que hubiera personajes ficticios, como siempre hice, pero también que aparecieran dos o tres personajes reales que pasaran como una figuración por la novela. Y entre esos personajes, enseguida se me ocurrió Ravel. Investigué mucho sobre él y me fui dando cuenta de que su vida era mucho más interesante que el proyecto que yo había planeado. Y Ravel me robó el libro. Como me gustó esa experiencia, me dieron ganas de escribir dos novelas más, que fueran de ámbitos diferentes: el deporte y la ciencia. Pero no lo hice porque estuviera agotado de la ficción. No soy historiador ni biógrafo; simplemente me dieron ganas de escribir sobre vidas reales. Tal vez fue una manera momentánea de salir adelante. Como una infidelidad a la ficción pura.
–Un hilo conductor que conecta tanto a personajes reales como plenamente ficticios, de Zátopek a Ferrer, el protagonista de Me voy, es que son seres crónicamente solitarios.
–Sí, es cierto. Varias de mis novelas giran en torno de la soledad, la huida, la búsqueda. Es verdad que los personajes solitarios me interesan. En algún momento voy a tener que cambiar: no se pueden repetir siempre los mismos temas.
–¿Eligió conscientemente al narrador de Correr, muy cercano al personaje y a la vez muy distante también?
–En ese libro el narrador soy yo. Me dije a mí mismo que no había que dar enseguida el nombre del personaje. Al principio me parecía que tenía que contar la historia de un tipo anónimo; por eso no puse el apellido de entrada. El momento en que sí aparece su apellido coincide con la instancia en que se convierte en una gloria mundial. Quizá para los más jóvenes ese nombre no dice nada, pero cuando yo tenía 10 o 12 años, el apellido Zátopek era conocido en todo el mundo.
–¿Cómo trabajó al personaje en relación con el régimen socialista checo de los años ’50?
–La vida de Zátopek era indisociable del contexto político. Eso fue algo nuevo para mí, porque nunca antes me había visto obligado por el personaje a referirme al contexto político. Me interesó mucho trabajar la vida cotidiana bajo el régimen comunista. Tengo ciertos recuerdos de ese período; no fue hace tanto tiempo, finalmente, la caída del Muro de Berlín. Zátopek comenzó a correr cuando los nazis invadieron Checoslovaquia, luego lo hizo bajo el régimen socialista. El corrió bajo regímenes dictatoriales; era un modelo, un ejemplo, pero también un rehén. En general la vida cotidiana estaba dominada por el miedo, especialmente en Checoslovaquia; el miedo que aparece en todas las dictaduras.
–¿Cree que la manera que tenía de correr Zátopek era una forma de sentirse libre y también de exorcizar ese miedo?
–Todo el tiempo me hice esa pregunta, si era una doble manera de escapar de esa situación de ciudadano de un régimen autoritario o tal vez de evadirse de manera más imaginaria. Aparentemente era una manera de liberarse, pero no estoy seguro de que eso fuera para él así. Al comienzo, detestaba el deporte. Pero de pronto descubrió que tenía una especie de don, de genio. Y era paradójico ese don porque no hacía las cosas de la misma manera que los otros corredores. Tenía un estilo más bien feo, y sin embargo era más fuerte que todos los demás.
Echenoz tiene unos ojos azules muy intensos y curiosos. Enciende el primer cigarrillo y con un tono cálido insiste en que escribir constituye el centro de su vida. “No pensé en ningún escritor que se pudiera parecer a Zátopek en cuanto al estilo ‘impuro’ –advierte–. Me acuerdo de lo que contaba Flaubert en su correspondencia, su sufrimiento permanente, que sin dudas es una exageración; se quejaba del dolor que le causaba llegar a dar con la frase perfecta, hablaba mucho de ese dolor en su correspondencia. De la literatura francesa, Flaubert es el autor que releo todo el tiempo.”
–¿Sería su mayor influencia?
–No sé si la palabra es influencia, pero es el autor que necesito releer.
–¿Un estímulo?
–Sí, o un modelo, una especie de gran tío imaginario (risas). No digo abuelo, sería demasiado pretencioso. Flaubert sería como un tío lejano.
–Ya que lo plantea en términos de filiación, ¿quiénes serían sus padres literarios?
–Tengo muchos padres literarios imaginarios; podrían ser Nabokov, Dashiell Hammett, tal vez...
“No se vaya a pensar que Emil es un oportunista –dice el narrador de Correr–. Que cree en las virtudes del socialismo es algo indiscutible, pero no menos discutible es que, en la situación en la que se halla, resulta difícil obrar de otro modo. Sabe que está en el punto de mira y que ya, en las esferas pensantes del poder, dan en preguntarse con toda lógica si la situación de gran deportista popular no dimana del individualismo burgués, toda vez que la adoración malsana de un atleta desvirtúa gravemente el ideal estajanovista.”
–Cuando era joven, ¿simpatizaba con el socialismo? Quizás entonces no hubiera podido escribir una novela como Correr, tan ácida respecto de los regímenes socialistas de la Europa del Este...
–Sí, es curioso que me haga esta pregunta, pero es así. Yo estaba a favor de los países socialistas y del ideal comunista, incluso en una época llegué a ser algo estalinista, como lo era el Partido Comunista francés en los años ’60.
–¿Cuándo llegó el desencanto? ¿Cuáles fueron los hechos puntuales que eclipsaron esa simpatía?
–Son preguntas complicadas... sabíamos muy bien que la vida en los países socialistas no eran un paraíso. Sabíamos, pero al mismo tiempo no queríamos saber. Recuerdo que tenía 18 o 20 años y tenía amigos un poco mayores que eran muy militantes del Partido Comunista; jóvenes universitarios e intelectuales, muy inteligentes, que viajaron a la Unión Soviética y cuando volvieron me dijeron que las mujeres no envejecían bajo el socialismo real... (risas).
–Es una ironía suya, un chiste, ¿no?
–No, es en serio; eran pavadas que se decían, y sin embargo todo el mundo estaba un poco enceguecido. Había una fe verdadera en el comunismo, una esperanza legítima, pero a veces delirante. En cuanto al desencanto, pasaron muchas cosas, como la lenta toma de conciencia de que esos países eran dictaduras, algo que nosotros no queríamos creer. No queríamos saberlo, aunque paulatinamente se fue instalando como algo evidente.
–¿Militó en algún partido de la izquierda?
–Simpatizaba con grupos de extrema izquierda, pero nunca fui un militante. Eso sí: era buen pegador de afiches contra la guerra de Vietnam.
–¿Qué recuerdos tiene de esa época?
–Leía textos marxistas-leninistas, lo que hacían todos; y decía muchas tonterías, pero fue un período de mi vida muy vivo, muy estimulante, en un momento en que esa Francia burguesa era muy aburrida, pero al mismo tiempo muy próspera. En los años ’70, las cosas cambiaron. Es difícil hablar de esa época porque es una constelación de referencias históricas, políticas y también ideológicas un tanto lejanas, pero afectivas.
–¿Ya tocaba el contrabajo?
–Sí, un poco. No soy ni un músico ni un militante serio. A mí lo que me interesaba era la literatura, pero no quería estudiar letras porque no me imaginaba a profesores que me explicaran la literatura. Para mí era un asunto personal. Estudié etnografía, sociología... esas cosas que en realidad nunca me sirvieron para nada.
–¿Cómo se siente con la Francia actual, presidida por Sarkozy?
–No soy un analista político y no quiero serlo. Dije muchas tonterías en el pasado y no quisiera ahora caer en algo parecido. Evidentemente me siento muy diferente de como me sentía en el país de mi juventud. No me gusta lo que está pasando en Francia y en Italia, tampoco lo que pasa en el mundo en general. El auge de la extrema derecha en Europa no me alegra.
* Jean Echenoz dialogará con Damián Tabarovsky el próximo lunes a las 18.30 en la sala Leopoldo Lugones.
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