ENTREVISTA AL ESCRITOR HéCTOR ABAD FACIOLINCE
En su último libro, Traiciones de la memoria, el autor colombiano reconstruye el itinerario de una pesquisa fabulosa, acerca de un presunto poema inédito de Borges, “Aquí, hoy”, que apareció en el bolsillo de su padre cuando fue asesinado por unos sicarios.
› Por Silvina Friera
Un charco de sangre, un cadáver y un soneto. La rabia sofoca las lágrimas de Héctor Abad Faciolince. El recuerdo está salpicado de gritos. La historia comienza el 25 de agosto de 1987, más o menos a las seis de la tarde, en la calle Argentina, en Medellín. El cuerpo de su padre, Héctor Abad Gómez, “el apóstol de los derechos humanos”, está caliente aún. Lo acaban de matar unos sicarios. Del bolsillo de la camisa ensangrentada, el hijo extrae un poema copiado de puño y letra por el médico. Lee el primer verso: “Ya somos el olvido que seremos”. Al final, encuentra unas iniciales, J.L.B. Un documento tan íntimo, un papel tan importante, se perderá con las mudanzas. La familia está enloquecida de tristeza y de miedo.
Primero publica un artículo y el poema completo en el diario El espectador, en noviembre. Dice que es de Borges. Después se exilia en Turín (Italia), la Navidad del mismo año. Luego de veinte años, en 2006, Héctor, que ya es escritor con varios cuentos y novelas en su haber, publica una biografía sobre su padre, El olvido que seremos. Expertos y suspicaces sentencian que el poema es apócrifo. Que se lo atribuye a Borges para vender más libros. Para poner su “nombre de enano” al lado de un gigante. El problema es que el soneto en cuestión no está en ninguno de los libros de Borges. El escritor colombiano se empecina en investigar el asunto. El primer relato autobiográfico de su último libro, Traiciones de la memoria (Alfaguara), que se presenta hoy a las 18.30 en la 37ª edición de la Feria del Libro, reconstruye el itinerario de una pesquisa fabulosa, que incluye una galería de personajes de carne y hueso desparramados por Mendoza, Buenos Aires y París. El más famoso, el pintor Guillermo Roux, convalida la atribución. El soneto sería de Borges.
Roux estuvo el 29 de septiembre de 1985 en el departamento de la calle Maipú, retratando a Borges, mientras Jean-Dominique Rey entrevistaba al escritor para una revista francesa. Al final del reportaje, Rey le pidió algunos textos inéditos. Borges le dio seis poemas, entre otros, uno titulado “Aquí, hoy”, el que aparecerá en el bolsillo de la camisa ensangrentada del padre de Abad Faciolince, pero sin el título: “Ya somos el olvido que seremos./ El polvo elemental que nos ignora/ y que fue el rojo Adán y que es ahora/ todos los nombres, y que no veremos./ Ya somos en la tumba las dos fechas/ del principio y el término. La caja,/ la obscena corrupción y la mortaja,/ los ritos de la muerte, y las endechas./ No soy el insensato que se aferra/ al mágico sonido de su nombre./ Pienso con esperanza en aquel hombre/ que no sabrá que fui sobre la tierra./ Bajo el indiferente azul del cielo/ esta meditación es un consuelo”.
¿Cómo llegó este soneto, de dónde lo copió el padre del escritor? El eslabón que falta es el mendocino Jaime Correas, que en los años ’80 editaba unos pequeños libritos de poesía en Ediciones Anónimos. Franca Beer, la mujer de Roux, tenía unas copias de esos poemas inéditos de Borges y se los mandó a otro mendocino, Coco Romairone, amigo de Correas. Cuando Correas los estudió, comprobó que uno estaba en La cifra. Los cinco restantes los publicó, en una tirada de 300 ejemplares, el 13 de septiembre de 1986. Después de esta edición casi secreta, varios diarios y revistas comentaron la noticia. El padre de Abad Faciolince lo copió de la revista colombiana Semana, que publicó dos de los sonetos el 26 de mayo de 1987.
“Me distrae la belleza”, admite Abad Faciolince cuando contempla el río, desde la ventana de un piso catorce en Retiro. “Nunca había visto con tanta claridad por qué le llaman Río de la Plata”, dice el autor de Traiciones de la memoria a Página/12. “Esta historia del poema en el bolsillo de mi padre tiene muchas paradojas. Como es verdad me obstiné en dar con todas las pruebas para demostrar que, aunque parezca mentira, creo que no estoy mintiendo”, subraya el escritor, que ahora vive nuevamente en Colombia.
–¿Por qué cree que todos los eruditos y especialistas que consultó durante su pesquisa rechazaron que sea un soneto auténticamente borgeano?
–No sé. El apego y el amor que sienten por Borges les hace tener el sesgo mental de creer que es muy difícil que un no experto pueda saber algo distinto. La primera reacción, que psicológicamente es muy comprensible, es de negación y de resistencia. No me he vuelto un experto en Borges; soy simplemente un humilde lector de un poema, que se enamoró de un poema por motivos obvios y que persiguió ese poema con fervor por motivos autobiográficos. Yo me obstiné, me emperré, me puse terco hasta resolver el enigma. Y creo que di con la solución más satisfactoria posible. Toda mi investigación no puede llegar a demostrar plenamente que ese poema es de Borges, pero todos los indicios apuntan a que lo escribió Borges. Sería muy raro que hubiera una confabulación de mentirosos que se inventaron esta historia. Que un artista respetado como Guillermo Roux mienta y que su esposa Franca mienta; que Jean-Dominique-Rey mienta; que Jaime Correas mienta. Me parece tan evidente que ese poema es de Borges que no puedo creer que se lo siga negando...
Quizá la trama se complicó con la aparición de un poeta colombiano con fama de mitómano, Harold Alvarado Tenorio, que sembró confusión. Publicó los cinco inéditos de Borges en la revista Número en 1993. Después dijo que el autor de esos poemas era él. “Tenorio es, como decía Goethe, un espíritu mefistofélico. Y esto es un elogio, lo digo en serio”, aclara Abad Faciolince.
–¿Por qué es un elogio?
–Un espíritu mefistofélico siempre está negando la evidencia de las cosas; está acusando y viendo lo más bajo y lo peor en los demás. Y es importante que haya gente así. Cuando Alvarado Tenorio me acusa de ser un negociante, de haberme aprovechado de Borges y de la muerte de mi padre, miente. Pero es una interpretación mefistofélica que cabe en una mente perversa. Uno descubre en otra persona la envidia y la codicia porque uno tiene algo de envidioso o de codicioso. Como en un libro siempre se requiere un espíritu mefistofélico, un “malo” pongámoslo así, pues a Tenorio le ha correspondido esa difícil función de ser un Mefistófeles.
–¿Después de su investigación, Alvarado Tenorio sigue insistiendo en que es el autor de esos poemas?
–Lo último que dijo es que le entregó el poema a mi padre delante de dos o tres señores, pero curiosamente esos señores están todos muertos. Después escribió que el sicario que mató a mi papá le puso el poema en el bolsillo. Por eso digo que es un espíritu mefistofélico. A veces pienso que Alvarado Tenorio cree que escribió esos poemas (risas).
–Rey le dijo a usted que se llevó los poemas de la casa de Borges, y Franca, que también estuvo en ese mismo encuentro, plantea que ella los pasó a buscar después. ¿Qué piensa de estas imprecisiones?
–Después de tantos años, la memoria es muy imperfecta. Aun con testimonios de personas de buena fe que se han repetido la historia durante tanto tiempo, no la recuerdan cómo sucedió, sino cómo la contaron la última vez que la contaron. Uno al contar los recuerdos les cambia algo; es como cuando un copista cambia una coma o una palabra sin darse cuenta. Pero esa es la huella modificada que queda en el cerebro. Los recuerdos se van deformando poco a poco. A todos nos pasa; es muy rara la memoria.
–Tan rara es la memoria que cuando Franca recuerda que en ese encuentro con Borges estaba el gato Beppo, usted decide chequear esa información en el diario de Bioy Casares y descubre que el gato ya había muerto.
–¡Beppo no podía estar! (risas). Como Franca estuvo dos veces en la casa de Borges, el gato estaba en 1979. Pero Franca dice que el gato también estaba cuando fue por los poemas en septiembre del ’85. Y no podía estar Beppo porque murió en febrero, según aparece en el diario de Bioy Casares. Es muy normal superponer un recuerdo con otro. La memoria se parece más a un sueño, a algo que mezcla restos diurnos con recuerdos de una parte trasladada a otra parte o de un tiempo trasladado a otro tiempo.
–¿Se va a reunir con María Kodama para darle el libro?
–Yo estoy abierto a que ella pueda oír mi historia, sin prevenciones, sin prejuicios. Si Kodama leyera este libro con un ánimo abierto, se daría cuenta de que mi intención no es mentir ni aprovecharme de la fama de Borges. Las viudas de escritores, como los expertos, son muy celosas de sus maridos o de sus autores; les molesta que haya gente que descubra algo que ellas no sabían. Pero éste no es un libro ni a favor ni en contra de Kodama; es un libro sobre unos poemas que son dignos de entrar en la obra de Borges algún día.
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