Mar 11.04.2006
espectaculos

JORGE SCLAR EN EL RECOLETA

Miradas extrañas, guiadas por el azar

El fotógrafo mendocino radicado en París presentará hoy a las 19 la muestra La vida, el arte de los encuentros, que es, también, el nombre de un bello libro en el que se ven retratados personajes famosos y anónimos.

Los múltiples rótulos que Occidente ha inventado para hacer menos pasmosa la experiencia humana tienen a veces asombrosas intercomunicaciones. Descubrir esas conexiones no sólo permite el bello fenómeno de la metáfora, sino que, de vez en cuando, también echa luz sobre el significado profundo de algunos conceptos. Si se miran con atención las fotos de Jorge Sclar, por ejemplo, queda en evidencia que la labor del enamorado se parece mucho a la de algunos fotógrafos. El enamorado busca permanentemente indicios que expresen algo del ser que desea y del que quiere, infinitamente, saber más. De la misma manera, Sclar ha buscado, durante décadas y a través de los innumerables rostros, gestos, expresiones y objetos que pasaron por su cámara, cumplir con su amor por la vida en toda su exuberancia.

El libro y la muestra que el fotógrafo mendocino radicado en París presentará hoy a las 19 en la sala 12 del Centro Cultural Recoleta (Junín 1930) se llaman, precisamente, La vida, el arte de los encuentros. Las 137 páginas reúnen una colección de más de 60 retratos, entre los que predomina la gente conocida, aunque no faltan las caras anónimas. “Cuando conozco a alguien lo primero que hago es hablar. No hace falta que sea alguien famoso, basta con que tenga adentro algo para transmitir”, cuenta Sclar, defensor de esa tradición documental que invita a tender puentes con los fotografiados. “La relación con quien usa la cámara es muy diferente a la que se tiene con los periodistas. A partir de esa comunicación se genera una confianza y al final, si tengo suerte, algunos dejan de sentirse raros por verme ahí y simplemente se muestran como son”, describe el entrevistado. No es una empresa fácil, claro: “Creo que el retrato es el desafío más grande dentro de esta disciplina, porque conlleva un esfuerzo denodado por descubrir quién es la persona que tenés enfrente”.

Entre las características que aparecen en las fotos que Sclar ha tomado a distintas personalidades de nuestro país se destaca cierto corrimiento del “papel previsible” que sufrieron los que se sometieron a su lente. Ese rasgo produce un efecto de extrañamiento respecto de fisonomías y cuerpos que el espectador medio cree conocer. Seguramente colabora con esa sensación el hecho de que las placas hayan sido obtenidas en París, donde muchos argentinos populares gozan de un anonimato que les permite reinventarse. Sclar sabe de momentos de extrañeza. De su familia de inmigrantes judíos venidos de Rusia guarda el recuerdo de su abuelo anarquista, del que él asegura haber heredado el amor por el viaje y por la infinita gama de detalles que puede encontrarse en cada cosa. Ambas aficiones lo llevaron, poco después de agarrar su primera Kodak, a buscar suerte como fotógrafo en Buenos Aires. Tenía dieciocho años. A poco de llegar, ganó un concurso para entrar a trabajar al Teatro San Martín y después pasó a Editorial Perfil. Dos años después, en 1982, se radicó en París, y luego de desempeñarse un tiempo como corresponsal, se animó a encarar su labor desde la independencia. No le fue mal. Publicó en El País, Time Magazine, Le Nouvel Observateur, Paris Match y Géo, entre otros destacados medios nacionales e internacionales.

Esa experiencia de más de veinticinco años de carrera encuentra un raro reflejo en La vida.... Se trata de tomas que no habían sido publicadas antes porque “tenían algo que las situaba en un lugar aparte” y que fueron acumulándose hasta encontrar destino. El proyecto de armar una publicación surgió naturalmente y se potenció con la participación de Alicia Dujovne Ortiz, escritora y amiga que aportó pequeños y delicados textos. Así nació una colección de momentos en los que el azar tiene una participación protagónica y en la que abundan los soplos de existencia que, por alguna razón, dejaron una huella atípica. Hubo casos en los que la impronta quedó en lo profundo del artista: “La mirada de Bioy todavía está en mi recuerdo, una mezcla de angustia fundida con liberación”, rememora antes de entrar en una catarata de detalles y anécdotas.

Escucharlo enumerar tal cantidad de sutilezas produce una sensación a medio camino entre la admiración y la melancolía. Por eso no sorprende que la sentencia final del artista caiga fuera de todo dramatismo y sea, sin embargo, terrible y casi poética a la hora de definir lo que significa pertenecer a su oficio: “Hoy los dueños de la prensa creen que es mejor gastar un poco menos de plata y publicar una foto regular o mala que haya sacado cualquiera antes de mandar a alguien que sepa lo que hace. Y las fotos que circulan son cada vez peores. Somos una especie en extinción”.

Informe: Facundo García.

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