ENTREVISTA AL FILOSOFO ITALIANO GIANNI VATTIMO, QUE ESTA TARDE DISERTARA SOBRE ETICA Y CULTURA EN EL ALVEAR
Defensor de la antigua ética cristiana, autodefinido como “anarco-comunista”, Vattimo se muestra satisfecho por el resultado de las elecciones italianas y analiza cómo resistir a los Estados fuertes.
› Por Silvina Friera
Cuando el filósofo italiano abre la puerta de su habitación, pide disculpas por el desorden y dice que afortunadamente ha ganado la coalición de la centroizquierda italiana, encabezada por Romano Prodi. “Estoy muy feliz porque Berlusconi ha perdido. Siento mucho no poder estar en mi país para festejar”, confiesa Gianni Vattimo en la entrevista con Página/12. “Pero la próxima semana este optimismo será menos intenso por todas las cuestiones que deberá afrontar el nuevo gobierno. En los primeros tres meses van a cumplir con lo que está en el programa y después veremos” (ver aparte). La originalidad del pensamiento filosófico de Vattimo en el panorama intelectual de Occidente reside en la conformación de un nuevo humanismo que él define como “pensamiento débil”, en tanto persigue el debilitamiento del ser. Este nuevo humanismo es posible gracias a la vinculación y a la relectura del nihilismo nietzscheano, la crítica de Heidegger a la metafísica y las herramientas conceptuales de la hermenéutica con el pensamiento católico y cristiano. Lo que propone en su último ensayo, La edad de la interpretación, incluido en el libro El futuro de la religión (Paidós), es una explícita asunción de la historicidad cristiana. “Se trata de aquello que Benedetto Croce quería expresar cuando escribía que ‘no podemos decirnos no cristianos’. Quizá la expresión deba tomarse literalmente, subrayando el ‘decirnos’, pues apenas tratamos de dar cuenta de nuestra condición existencial, que ya no es ni genérica ni metafísica, sino siempre histórica y concreta; descubrimos que no podemos situarnos fuera de la tradición abierta por el anuncio de Cristo.”
Vattimo inaugura hoy a las 19 la “Cátedra abierta sobre desarrollo, ética y cultura” –creada en el marco del Complejo Teatral de Buenos Aires–, en el teatro Alvear (Corrientes 1659), con entrada libre y gratuita, pero las localidades numeradas se entregarán dos horas antes (dos por persona) en la boletería del teatro. Además de su programa por un cristianismo heterodoxo –“más débil” y “amistoso”–, el filósofo, que se define como un anarco-comunista-cristiano, ha conectado su proyecto filosófico con una intensa actividad de militancia en agrupaciones de la izquierda italiana (fue miembro del Partido Radicale, estuvo en la Alleanza per Torino dentro de la campaña electoral del Olivo y entre los Demócratas de Izquierda, con quienes llegó a ser diputado en el Parlamento Europeo) y en asociaciones por los derechos de los homosexuales.
–¿Cómo concilia su defensa de los derechos de los homosexuales con la religión católica que impugna estos derechos?
–La religión no tiene nada contra la homosexualidad, son sólo algunos curas fanáticos. La institución Iglesia nunca ha luchado contra los que evadían los impuestos, pero sí muchísimo contra los que ejercían sexualidades un poco “extrañas” o contra las mujeres. Esta esfera, constituida por el sexo, las mujeres y la familia, ha sido un lugar donde todavía resiste una disciplina y la Iglesia necesita de una disciplina para dominar. Acabo de leer en El País que en Galicia, uno de los lugares más conservadores de España, se van a realizar las primeras bodas homosexuales entre dos representantes del Partido Popular, celebradas por el alcalde del mismo partido. Si esto ocurre en España, creo que no va a ser tan dramático en Italia.
–En El futuro de la religión se pregunta de qué tiene que hablar un sacerdote y dice que esta cuestión es uno de los problemas de nuestra gramática social. Pero en el libro no da una respuesta a esta pregunta.
–Tendrían que hablar un poco más de la vida eterna, un poco menos de moralismo cotidiano y más de perspectivas místicas o de caridad. La Iglesia de base, es decir los curas, está efectivamente más comprometida con la asistencia y la ayuda a los pobres, pero la Iglesia jerárquica siempre tiene posiciones más rígidas sobre cuestiones morales. Ya nadie toma en serio la moral sexual de la Iglesia porque es absurdo no utilizar profilácticos cuando hay sida en el mundo. Me digo a mí mismo que lo que yo haga es para salvar a la Iglesia de sí misma, del Papa (risas). Un poco más de “pensamiento débil” ayudaría a la Iglesia a ser más ecuménica y a compartir otras formas de espiritualidad. No es necesario creer que Dios es padre y no madre o que Jesús está sentado a la derecha del padre; siempre ha sido una forma de derechismo de la Iglesia porque nunca aparece sentado a la izquierda (risas). Estoy muy comprometido en la defensa de un núcleo de la verdad cristiana, que obviamente no es el mismo que defiende el Papa. Un cristianismo débil es más amistoso porque estos cristianos fuertes son horribles, no iría a cenar con ellos (risas).
–¿Este cristianismo amistoso es más anárquico?
–Sí. Hay una frase de San Agustín que dice: “Ama y has lo que quieras”. La Iglesia cree muchísimo en la moral natural, que se predica porque si es natural se puede imponer también a los que no creen. Como decía un gran filósofo católico italiano: “La Iglesia, cuando es minoría, habla de libertad; y cuando es mayoría, habla de verdad”. Y esto lo siento sobre todo como italiano, porque frente a otros países europeos nosotros tenemos el “privilegio” de tener el Vaticano en casa. ¿Cuántos homosexuales quieren casarse? Supongamos que del 10 por ciento de los homosexuales sólo quieran casarse entre un 3 o un 4 por ciento. No es un problema socialmente relevante, pero es un tema de injerencia de la Iglesia en la sociedad, de su pretensión de representar la moral natural.
–¿Es una paradoja que mientras los homosexuales piden casarse y creen en el matrimonio, las parejas católicas se divorcian y no creen en la institución matrimonio?
–Sí, claro, y la Iglesia debería tenerlo en cuenta. Una manera de salvar el matrimonio sería permitir a los homosexuales casarse. Las parejas más estables que conozco son homosexuales.
–A partir de la frase que usted cita, ¿se podría pensar que la relación entre minorías y mayorías dentro de la Iglesia se da en el funcionamiento de la política, entre los partidos de la oposición y el gobierno?
–Si tenemos que hablar en contra del asesinato, aparece el mandamiento “no matarás”, no tienes que matar porque es natural que tú no mates, pero en las guerras siempre se mató y se mata. Lo que en las leyes parece natural tiene que ser repensado sobre la base del consenso. Lo que es natural absolutamente es no ser obligado a hacer algo en contra de lo que me parece razonablemente justo. El punto es elaborar una legislación que esté basada no sobre la pretensión del derecho natural, sino sobre el reconocimiento de la libertad. Es posible reconstruir la legislación sobre la base del principio de la libre adhesión.
–Usted señaló que el pueblo odia a los curas. ¿También hay una tendencia mundial de odio hacia los políticos?
–Los que detentan autoridad siempre merecen un poco de odio. El poder siempre suscita resistencias, pero no se puede imaginar un Estado sin poder. Todo lo que intentamos en democracia es cómo limitar el poder. En Palestina, incluso, el pueblo odiaba a los romanos, pero amaba a Jesús. Esta sería una buena comparación para pensar: ¿por qué hoy el pueblo odia a los curas y a los políticos, cuando tendría que odiar solamente a los políticos? El problema es que la Iglesia se identificó demasiado con las instituciones civiles después de Constantino. En Italia tenemos una serie televisiva que se llama Don Mateo, que muestra episodios de un pequeño pueblo donde el párroco, el cura, el comisario de la policía y el carabinero siempre actúan juntos. Hay un dicho que dice: “Los carabineros con el fierro y los curas con el infierno tienen a todo el mundo enfermo”. Yo soy un anarco-comunista, es decir lo peor de lo peor (risas).
–Lo hacía más un anarco-cristiano.
–Sí, pero en cuanto cristiano, soy comunista. Porque finalmente el cristianismo es más anárquico que institucional y el comunismo sería una forma de vida. Incluso el papa Benedicto, en su encíclica, se ha referido a Dios no como caritas sino como veritas, y a mí me impresionó bastante. El también habla del comunismo primitivo de las comunidades cristianas. Y lo que me ha enfadado muchísimo es que él dice que esto se terminó. Toma como obvio que una sociedad comunista que no tiene propiedad privada no puede durar. No veo por qué. Pero, desafortunadamente, el Estado es Estado y no se puede fundar un Estado anárquico, sólo puedo oponerme a los Estados fuertes. Y éste es el destino de la izquierda en el mundo contemporáneo: puede sólo resistir para limitar los daños del poder norteamericano o democristiano. Esto es un proyecto de tipo místico-cristiano, porque no puedes pensar que sólo haces política para limitar los daños. No se puede llegar al poder, ni siquiera en una sociedad democrática, sin aceptar compromisos con el “mal”.
–¿Habla por experiencia propia? ¿Su participación en la política italiana fue más bien amarga?
–Sí, he creído fuertemente en el reformismo, es decir lo que profesa más o menos ahora la izquierda democrática. Pero si esto se podía creer hace 20 o 30 años, hoy, cuando la principal potencia democrática entre comillas hace guerras para imponer la democracia, el reformismo es un sueño. Mejor prepararse para resistir y limitar la arrogancia del poder.
–¿Por qué en La edad de la interpretación dice que nuestra única posibilidad de salvarnos reside en el precepto cristiano de la caridad?
–Usted conoce la frase que se atribuye a Aristóteles: “Amicus Plato sed magis amica verita” (“Soy amigo de Platón, pero sobre todo de la verdad”). Esto significa que si Platón amenaza la verdad, puedo matarlo. En un mundo como el nuestro es imposible hablar de una verdad absoluta, por razones intelectuales y prácticas. Hay muchas culturas, costumbres y diferentes orientaciones. No se puede imaginar un mundo fundado sobre la verdad, se puede solamente practicar la caridad, es decir, ser lo más abiertos posible frente a los otros. Este es el triunfo de la ética cristiana en el mundo del nihilismo. Uno podía devenir en un superhombre, como decía Nietzsche, y un superhombre es aquel que puede vivir con su propia interpretación del mundo. Pero no se trata solamente de afirmar su propia verdad sino de instituir una manera de vivir con los otros.
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