SEBASTIáN VOLCO Y LOS CAMINOS DE LA ORQUESTA METAFíSICA
Así define el pianista y compositor a 7 Movimientos, un disco en el que, más que aferrarse al esquema de canción, “no nos inspiramos en ningún estilo en particular, sino en la vida misma”. Esta noche lo presentarán en la Casa de la Música.
› Por Cristian Vitale
Da la casualidad que su sigla es OM. La Orquesta Metafísica, entonces, encuentra una forma de explicarse en constante tensión: de un lado el mantra sagrado, el “sonido primordial” de las religiones dhármicas; del otro, la finalidad de todo ser, por tomar uno de sus significados base. Y el resultado que Sebastián Volco, creador, pianista y compositor, ve en este juego de conceptos da lo que él y los suyos proponen: “Contar la aventura que emprende el espíritu humano por tomar control de su propio ser, para no vivir la vida como un esclavo de la oscuridad y la ignorancia”, según reza el manifiesto fundacional. Esto, en sonidos, da siete movimientos instrumentales, osados y libres, que no admiten rótulos. No resisten etiquetas. “El grupo no está inspirado en ningún estilo en particular sino en la vida misma... de ahí lo de metafísica, porque la inspiración para estas composiciones y la forma de tocarlas tienen que ver con cosas que suceden en la vida cotidiana y no con escuchar otras músicas”, define Volco.
Más o menos así es el aura del disco debut (7 Movimientos) que la OM mostrará mañana en la Casa de la Música (México 560). Así de sincrética, dramática, ambiciosa, multiinstrumental y arriesgada. Volco + Sebastián Rosenfeldt (bajista y cofundador), Sebastián Ricciardi (batería), Sami Abadi (violín), Luciano Giambastiani (vientos) y Federico Biraben (bandoneón) se zambullen en un lodo contrapuntístico y experimental que puede ser un poco clásico, otro poco tanguero, rockero, jazzero o contemporáneo, pero que en ningún caso se asienta en un perfil unívoco. “Diría que es como un paseo por diferentes estilos que, en última instancia, no se queda en ninguno.”
–Ciertos pasajes del disco, sin embargo, suenan a los experimentos que proponía Arco Iris en los setenta: en Agitor Lucens o Sudamérica, para ser más exactos...
–Sí, aparecen coqueteos con ese rock raro de los setenta... esa mezcla de instrumentos que te ponen en una situación, ¿no? Mezclar el bandoneón con un saxo y que no quede una porquería no es fácil. Igual, lo que tratamos de hacer en suma es que todos los temas representen un viaje. Hay como un guión abstracto, que es el viaje de un porteño que está descubriendo el mundo y, a su vez, se está descubriendo a sí mismo. Tratamos de pasar a música las fuerzas oscuras y luminosas que conviven dentro suyo y a su alrededor.
El viaje a través de los siete movimientos, dicho de otro modo, es una especie de elipsis conceptual que abre en “Esclavos”, track oscuro e intrincado y cierra en “Voluntad”, pieza lumínica y reparadora. “Vamos de la oscuridad que vive dentro del ser humano a la luz”, insiste Volco. En el medio figuran “Delirium Tremens”, “Plaza de Mayo”, “Exilio”, “Iluminados” y “Rey”. “Cuando compuse ‘Plaza de Mayo’ pensaba en la Plaza llena de gente, con un líder político hablando, y esa cosa extraña de un montón de personas prestándole atención a una, que está arriba de un estrado, y a las decisiones que se toman ahí y afectan el comportamiento y la voluntad de cada ser humano. Lo veo desde un punto de vista abstracto ¿no?, es decir, no tomar partido entre buenos o malos, sino de plantear un misterio.”
–¿Y “Exilio”?
–Puede ser visto como el exilio espiritual de una persona, onda “mi corazón se fue... voy a tratar de vivir sin esta parte de mi ser, la voy a clausurar”... una especie de exilio del alma.
El vuelco de Volco (que lleva grabados cinco discos como solista y ha tocado con Pablo Dacal, Javier Martínez, Mataplantas y Pablo Krantz, entre otros) se dio en 2009, mientras grababa El Río, el último disco de Fantasmagoría, el grupo que había formado con el ex Fun People Gori a principios de siglo. “Fue un verdadero quiebre, porque decidí apartarme completamente de esa manera cancionero de pensar la música. El fin de la OM fue hacer una música más comprometida con la música misma, con el poder que tiene, con la magia que genera. En principio, evitar las palabras con el fin de expresar una cosa más primaria sobre las emociones humanas. La música instrumental me pareció la manera más clara de decir y hacer esto”, cuenta.
–De lo simple y concreto, a lo complejo y “etéreo”, por decirlo de otra manera. ¿Considera a 7 Movimientos como una obra ambiciosa?
–En el buen sentido sí, porque se trata de hacer algo que involucre muchas cuestiones. Desde el nombre de los temas hasta la música tiran muchos datos para que el que escucha pueda armarse un viaje con su película. La obra no es un romance ni una comedia, esta música no habla de eso sino de tensión y misterio.
–¿Fue complicado conseguir músicos que se adapten a este lenguaje bastante inusual?
–Sebas Rosenfeldt, mi compañero musical de hace 20 años, se adaptó enseguida. Ambos entendemos qué queremos decir y cómo decirlo... podemos plasmar muy claramente el mensaje que venimos gestando juntos, y ése es el sonido de la orquesta, esa combinación. El resto fue variando, pero son todos músicos que no vienen necesariamente de ningún estilo, que entienden esta visión de estar haciendo música vivos, en este planeta, todos juntos, y tratar de sacarnos todas las preconcepciones de instrumentos y ensambles.
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