Dom 23.04.2006
espectaculos

BAFICI “EN EL HOYO” Y “SEHNSUCHT” PREMIADAS EN EL FESTIVAL DE CINE INDEPENDIENTE

Una de México, una de la alemana

La mexicana fue Mejor Película y la alemana fue Premio Especial del Jurado, en un festival que tuvo record de público. Las producciones argentinas fueron reconocidas por los otros jurados del festival.

› Por Horacio Bernades

Con una concurrencia record de público (las estimaciones hablan de casi un 30 por ciento más que el año pasado) y una premiación indiscutible pero amarreta, se cerró la octava edición del Bafici. Los dos premios otorgados por el jurado oficial –a la mexicana En el hoyo y a la alemana Sehnsucht (Longing)– reconocieron sin duda a dos de las mejores películas presentadas en la competencia internacional. Pero al tomar la infrecuente decisión de limitar su palmarés a sólo esas dos (cuando el reglamento del festival les permitía atribuir varios premios más) la sensación que queda es que se vaciaron casilleros que merecían llenarse. Con En el hoyo como Mejor Película y Sehnsucht como Premio Especial del Jurado, quedan otros hoyos: los correspondientes a Mejor Director, Guión, Actor y Actriz. Y cualquiera que haya seguido la competencia podría nombrar varios candidatos para todas esas categorías.

Cero premio parece un castigo inmerecido para películas como la irlandesa Pavee Lackeen (a la que hizo honor uno de los jurados paralelos, el de Derechos Humanos), la española La leyenda del tiempo, la coproducción uruguaya-argentina La perrera o la representante de Sri Lanka, The Forsaken Land. O la mexicana Sangre, que no será simpática pero es muy buena. Otro tanto sucedió con las dos representantes argentinas en competencia oficial, Los próximos pasados y Agua. Con esta última haciendo ídem en el conjunto de la premiación, a la primera de ellas, toda una perla, le queda el doble consuelo de haber recibido el premio a Mejor Película otorgado por el jurado de la crítica, y una mención del de Feisal.

Del resto de películas locales, el jurado que siguió la competencia argentina se atuvo a la más estricta lógica al otorgar el premio mayor a Glue, de Alexis dos Santos, que fue una de las revelaciones del evento. Con el documental Soledad al fin del mundo como Premio Especial de ese jurado paralelo, a otra de las revelaciones argentinas, El amarillo, del debutante Sergio Mazza, se le reconoció la actuación y música de su actriz protagónica, la formidable Gabriela Moyano. Otros premios para la representación local fueron para la tarea de Juan Villegas como adaptador, guionista y director de Los suicidas, y para el montajista y los once directores de A propósito de Buenos Aires, trabajo colectivo de alumnos y ex alumnos de la Universidad del Cine. No obtuvo el reconocimiento que merecía El árbol, de Gustavo Fontán, que a fuerza de pura observación logra dotar a lo cotidiano de un aura que bordea lo sublime.

Más allá de premios y competencias, una de las sensaciones compartidas por la mayor parte de los habitués al Bafici es que no se experimentó este año el mismo entusiasmo que el festival porteño siempre supo despertar, en su carácter de ventana al mejor cine del mundo. Varios factores concurren aquí. Por un lado, el cine contemporáneo no es una proveeduría de maravillas, como bien lo saben quienes suelen asistir a los principales festivales internacionales y vuelven con rostros de decepción. Por otro, hubo una propensión bulímica en esta edición del Bafici, que llevó a programar muchas más películas de las que hubieran merecido estar. Tal vez una grilla menor, más concentrada, hubiera ayudado a que el espectador no se perdiera entre títulos y nombres que hasta para los propios especialistas resultaban impenetrables. Y lo cierto es que, a la hora de adentrarse en esa espesura, no siempre se salía con las alforjas llenas.

Pero tal vez esté sucediendo otra cosa. ¿No será que a lo largo de estas ocho ediciones el Bafici se puso al día con la mayor parte de lo que quedaba por conocer del cine contemporáneo? Esto explicaría que de la casi veintena de focos dedicados en esta edición a realizadores desconocidos, o escasamente conocidos, los que ameritaban esa distinción se redujeron a más o menos la mitad. El catalán Pere Portabella, los británicos Peter Watkins y Bill Douglas, el checo Jan Svankmajer, el lituano SharunasBartas, el holandés Paul Driessen y el estadounidense Lodge Kerrigan están sin dudas entre ellos. Sin contar, claro, las retrospectivas dedicadas a los maestros Abbas Kiarostami (en el Malba) y Roberto Rossellini (en el Centro Rojas). Pero en este caso el problema es que esos parecían planetas girando en sus propias órbitas, a las que no siempre se hizo fácil sincronizar con la navegación diaria del festival.

En relación con el cine argentino, el festival parece haber cumplido su papel histórico. Las veintipico películas seleccionadas en las distintas secciones permitieron desplegar, en amplio abanico, el presente, y seguramente buena parte del futuro, de la producción local. En momentos en que arrecia la discusión sobre el estado actual de lo que alguna vez se llamó Nuevo Cine Argentino, el Bafici presentó alentadores exponentes de lo que muy bien podría denominarse Novísimo Cine Argentino, ya se trate de las mencionadas Glue, El amarillo o A propósito de Buenos Aires. A su lado hubo ocasión de apreciar muy buenas películas, que se colocan en una zona que está al margen de lo nuevo, lo viejo o lo recontranuevo, como Los próximos pasados, Agua o El árbol.

A su vez, corrillos, pasillos y mesas redondas de título pertinentemente alarmante (“¿Qué pasa con el cine argentino?”) permitieron sacarle filo a una discusión que no ha hecho más que abrirse. El estreno, en las próximas semanas, de Crónica de una fuga y Sofacama –elegida para abrir esta edición del Bafici– seguramente echará más leña sobre un fuego sobre el que el festival porteño empezó a soplar.

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