Vie 28.04.2006
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ANNE SOLANGE NOBLE, DE LA EDITORIAL GALLIMARD

El último mohicano del libro

Anne Solange Noble nació en Canadá pero se estableció en París, donde estudió Ciencias Políticas. Antes de ser directora de Derechos en Gallimard, desempeñó la misma función en otra importante editorial francesa, Flammarion. Noble señala que la ley del precio fijo –aprobada en 1981– salvó a las librerías independientes y a las editoriales más pequeñas en Francia. “Las librerías independientes no pueden competir en el rubro descuentos con las grandes cadenas”, explica. “En Inglaterra también implementaron el precio fijo, pero fue por un acuerdo con la Asociación de Editores. Y la ruptura de ese acuerdo hizo que desaparecieran las pequeñas librerías.” Noble define esta ley como una “postura filosófica” que diferencia al mundo francófono del anglófono. “Cuando hablas con un inglés, te exaspera por su defensa del bendito liberalismo”, se queja. “Ellos sostienen que la ley francesa es un claro y equívoco intervencionismo del gobierno. Y dicen que el cliente tiene derecho a comprar el libro menos caro. Así como suena, tendrían razón”, concede Noble. “Pero nosotros decimos que nuestro cliente tiene derecho a la diversidad cultural, que implica que la novela eslovena recientemente traducida, que no va a ser un gran best-seller, llegue al librero independiente al mismo precio que en una gran cadena. El problema es que los ingleses no tienen diversidad cultural.”

–¿Cuál es la fórmula que ha utilizado Gallimard para mantenerse como empresa familiar y escapar a los vaivenes de la concentración?

–Antoine Gallimard ha demostrado una voluntad excepcional de conservar el legado de su abuelo Gastón (que fundó la editorial en 1911). Y suele repetir una frase muy significativa: “Nuestra independencia es la garantía de calidad de nuestro programa. Y viceversa”. Para nosotros representa el último bastión de resistencia en tiempos de globalización económica y concentración del mercado editorial. La cultura francesa era Gallimard, que publicó a Camus, Sartre, Beauvoir, Saint-Exupéry, Valéry, Malraux, Genet, Céline, Yourcenar, Prévert, Ionesco y Foucault, y fue generando una política de fondo –un libro nunca se descataloga–, pensando que en el fondo de hoy está el fondo de mañana. Pero ser el último de los mohicanos no es confortable. Nunca es bueno quedarse solo (risas).

–¿Qué sucede con la rentabilidad en una empresa familiar?

–Es un horror afirmar que cada libro debe ser rentable. Nosotros somos renuentes a esta posición. La poesía de Guillaume Apollinaire, que ahora año tras año nos da mucho dinero, no vendió demasiados ejemplares cuando se empezó a publicar. Se sabe muy bien que el libro puede no ser rentable, y ser un long seller en vez de un best-seller. Antoine Gallimard nunca les dice a los editores que un libro tiene que ser rentable, porque hay libros que venden más y cubren y compensan a los que no venden tanto. Decir que el libro tiene que ser rentable es una manera muy americana de interpretar el mundo de la edición.

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