OPINION
› Por Julián Midón
Desde la oscuridad, se puede ver cuando amanece
y cómo crece todo alrededor.
Hugo Midón
Recuerdo una vez, hace ya muchos años, que estábamos en familia, en la casa de mi tío en las montañas de Nuevo México, jugando un partido de Scra-bble. Mi viejo colocó sus fichas con toda seriedad escribiendo “Sonidin”, y ante los severos cuestionamientos de nuestra parte, explicó con toda locuacidad que así era como se denominaba a un sonido pequeño. Le inhabilitamos la jugada, claro, y algunas risas más tarde, otra vez con toda seriedad, armó “Talala”, tras lo cual se defendió indicando que así era como alguien respondería a la pregunta “esta planta está muy crecida, ¿qué hago con ella?”. Las carcajadas estallaron y fueron de las más duraderas de las que yo tenga memoria, pero más allá de eso, creo que ese ejemplo lo pinta bastante bien. Transmitía lo que tenía adentro y lo defendía con todo, ya fuese una palabra, una frase, un gag, una canción, una obra, una realidad posible. “Un Diario Imaginario, pero que podría ser.”
Recuerdo también que mi papá evocaba a su padre (mi abuelo, Agustín Jacinto Midón) como un obrero ferroviario que hacía el más sucio de los trabajos durante el día, en la construcción del ferrocarril, pero que de noche brillaba a lo guapo desde la punta de sus zapatos hasta la copa de su sombrero. Yo conocí a mi abuelo, y siempre creí que esa observación que había hecho mi papá era una síntesis bastante lúcida de su persona. ¿Con qué imagen podría yo sintetizar a mi padre? Seguramente con muchas, pero no puedo dejar de evocarnos cantando juntos “Mi padre no tiene corazón”, ese rocanrol desopilante con el que Carlitos March se lucía en una escena de Vivitos y coleando. Ya estaba enfermo y con problemas para hablar, pero la fuerza para cantar sus canciones fue lo último en irse.
Pero, ¿quién fue Hugo Midón? Un niño que aprendió desde su infancia a jugar con pocos recursos, adolescente vago devenido en poeta bohemio del bajo San Isidro, egresado del Instituto de Teatro de la UBA cuyo titulo rechazó en protesta por la tristemente célebre Noche de los Bastones Largos, actor devenido en director devenido en autor, figura creadora emblemática del teatro infantil y la comedia musical argentina, padre, abuelo, incorregible galán, maestro de generaciones y generaciones desde su reducto Río Plateado, donde invitó a cada uno de sus alumnos a sentirse “como un pez en el agua”.
Muchos conocemos su obra, que quedará y perdurará por siempre. Pero, ¿cómo? ¿Qué quiere decir eso de “siempre estarán aquí, tan cerca de vos y vos tan cerca de mí” o “las personas más queridas, están siempre en nuestras vidas, las personas más queridas no se pueden olvidar”? Hugo Midón está vivo, pero, ¿dónde, cómo? Ciertamente no en la copia, el plagio encubierto o en el oportunismo de pegarse a su nombre para salir en la foto. Vive, sí, en la voz de cada niño que un día cualquiera canta “Al agua pato”, “Me pongo los zapatos”, “El teléfono”, “Locos por la limpieza” o cualquiera de los cientos de canciones que supo inmortalizar en dupla con la música de Carlos Gianni. Por eso, está vivo en cada minuto. Vive, seguramente, en jóvenes teatristas a quienes haya podido influir, demostrando a lo largo de su vida que los chicos no son tontos y que se puede crear algo para ellos diferente a la conductora rubia de TV, desgastada modelo de altas botas y pronunciadas curvas que tan sólo presenta una tira de dibujos animados producidos en lejanas latitudes. Vivirá cuanto más se pueda digerir su obra y hacer algo distinto, nuevo, porque lo hecho, hecho está. El mejor homenaje será demostrar que realmente ha influido y conmovido profundamente a nuevos creadores, quienes a partir de eso puedan generar algo genuino desde su propio interior. El mejor homenaje será creer en el trabajo y comprometerse con la creación como él lo hizo. Vivirá, al fin, en la alegría inmortal que quien haya asistido a cualquiera de sus espectáculos alguna vez sintió.
Hace un año se fue mi papá, se fue un chico grande. Se fue, pero a veces levanto la cabeza, miro hacia arriba y lo veo, por acá cerquita nomás, siempre volando. Como un barrilete.
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