Sáb 21.04.2012
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LA COMPETENCIA ARGENTINA CERRO CON PAPIROSEN, DE GASTON SOLNICKI

El documental familiar, un género infalible

› Por Horacio Bernades

Zorros viejos, los programadores del Bafici se habían guardado la carta brava para el final. Para este cronista –las reacciones en corrillos posteriores a la función de prensa dan a pensar que para unos cuantos más–, la última película a concurso resultó la mejor de la Competencia Argentina. Opus dos de Gastón Solnicki (la anterior, süden, se había estrenado también en el Bafici), Papirosen confirma varias cosas. A saber: la consabida fortaleza actual del documental, la superioridad de documentales sobre ficciones en la propia Competencia Argentina (La chica del sur, 17 monumentos y el docuficción Dioramas fueron otros de los puntos fuertes) y que las películas que hacen reír, reflexionar y llorar ya no son más las que imaginan personajes, sino las que los sacan de la “vida real” (como reafirma la extraordinaria As cançoes, de Eduardo Coutinho, incluida también en esta edición del Bafici).

Lo otro que confirma Papirosen es que de la fabulosa El de-sencanto para acá (incluyendo La televisión y yo, Tarnation, Irene de Alain Cavalier y Photographic Memory, también programada en este Bafici) si hay un subgénero infalible es el del documental familiar. Sobre todo cuando el que filma es un integrante de la familia, que es lo que sucede aquí. A lo largo de una década, Solnicki grabó con una camarita digital todo lo que pasaba puertas adentro de la casa de sus padres. Y afuera también. Seducidos tal vez por el estar en cámara, todos se prestaron, por más que nadie salga del todo bien parado: papá, mamá, hermana mayor, hermano del medio, sobrinos y la bobe. A los ochenta y pico, esta última pregunta, entre enfáticas quejas por su salud y reproches varios, si la nieta está “tranqui”, después de haberse separado del marido. “Es tan buen muchacho”, se lamenta la bobe con su mejor acento polaco (aunque vive en Argentina desde hace más de medio siglo) y antes de echarle toda la culpa a la nieta.

Si la bobe es el factor-Woody (Allen) de Papirosen, algunas discusiones entre los padres del realizador, de ambos con la hija y del sufrido hijo del medio con ambos, le dan a la dinámica familiar un toque bastante más oscuro. Más Larry David. “No podés arrastrarnos a todos porque a vos se te ocurre ir de shopping, para que te acompañemos a comprar doscientos pares de zapatos”, la persigue mamá Solnicki a su hija, antes de ordenarle a Gastón que deje la cámara y ayude a cargar un bolso. “Al final no sé para qué te la compré”, remata. Pero como buena comedia judía, Papirosen es también –¿sobre todo?– una tragedia, que hunde sus raíces en la Shoá y los pogroms (escapando de ellos, la abuela perdió en Europa central buena parte de su familia) y excede al propio núcleo familiar, para extenderse a la diáspora toda.

Para recuperar lazos familiares y pedazos de memoria rotos en el curso del tiempo, los Solnicki viajan a Miami (no sólo de compras, aunque eso también) y a Praga, donde la abuela se refugió poco después de la guerra. La idea de la diáspora se hace presente también no solamente en la variedad de idiomas con que el realizador titula los distintos “capítulos” (capítulos de la novela familiar) de Papirosen, sino en la forma misma de la película. En lugar de seguir un hilo, la deslumbrante película de Solnicki prefiere dispersarse, ir hacia todos los confines en los que el cine o la narración le brinden refugio.

* Papirosen se verá hoy a las 13.45 en la Sala 1 del Centro Cultural Gral. San Martín y mañana a las 16.15 en el Teatro 25 de Mayo.

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