EL DRAMATURGO GABRIEL FERNáNDEZ CHAPO PUBLICó TEATRO/1
De las seis piezas teatrales del libro, cinco se ubican en el sur bonaerense. Son historias de gente común, atravesada completamente por el contexto. “No me interesa hacer Policías en acción, eso de regodearse en ciertas marginalidades”, sostiene.
› Por María Daniela Yaccar
“Ahí te dejo el libro. Te vas a encontrar con historias en Budge, el hotel Saboya, de Lomas de Zamora, las torres de Temperley o los monoblocks de Don Orione.” Esta nota lleva la firma de Gabriel Fernández Chapo. La envió en un sobre junto con Teatro/1, libro que el dramaturgo, docente y director teatral acaba de publicar. Si en aquella brevísima carta de presentación el autor mencionaba nada más que los lugares donde se ubican los relatos es porque tienen vital importancia. Tanta, que son igual de protagonistas que los personajes de las obras teatrales que el libro reúne. Son historias de gente común, atravesada completamente por el contexto. “Mi pretensión era escapar a las representaciones usuales sobre el conurbano bonaerense”, desliza el autor, quien ya había trabajado este tema como investigador en otro libro, Estéticas de la periferia.
Chapo nació hace 36 años en Lomas de Zamora, donde todavía vive. Se crió cerca del Parque de Lomas, en un “barrio marginal, de clase trabajadora”. Creció leyendo todo lo que caía en sus manos y se fascinó rápidamente con autores que conectaban drásticamente la literatura y la realidad, como Roberto Arlt. “Empecé con él, Hemingway, Onetti y los poetas malditos franceses. Todos escritores que ponían el cuerpo a su literatura”, recuerda. “Ellos casi que vivían sus personajes. Eso en mi adolescencia me fascinaba. De hecho, quería ser eso. Vivía como un personaje literario. Capaz me iba a vivir unos meses a una pensión en Constitución. Me gustaba deambular solo de noche en invierno a las dos de la mañana.” Siempre lo movió la curiosidad –“nunca fui un marginal”, aclara–. También la necesidad de buscar historias. El libro está dedicado a “las decenas de hombres y mujeres que han sabido compartir sus vidas, sus sueños y temores” con él.
Según cuenta, en su barrio nadie tenía la vida fácilmente resuelta. Por eso parece agradecido de haber tenido la posibilidad de estudiar. Lo hizo en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, donde se graduó en Letras. Después de mucho tiempo de escribir ensayos sobre teatro, Teatro/1 es su primer libro de textos dramáticos, en el que se hace evidente tanto la carrera que eligió –la belleza literaria de las obras es destacable– como una actitud suya muy particular. “Siento placer por transitar casi arqueológicamente todo lugar que me permita expiar a personajes que me interesan, que son el ADN de mi escritura.” De los seis relatos del libro, cinco se ubican en el conurbano. Manos traslúcidas en fiebre de olvido narra la historia de dos hermanas que se disputan a un dealer; Luca Prodan es el monólogo de un hijo desilusionado de un padre al que la boca “le rebalsa de whisky y rivotril”; en Cromosoma Galia una mujer se despide para siempre de un hombre en un hotel decadente; La carrera cuenta una extraña ambición de un viejo policía, y en No quiero ser el Che Guevara un estudiante de una escuela privada quiere parecerse a Schwarzenegger.
–¿Por qué todas sus historias nacen en el mismo lugar?
–Uno está impregnado del universo que lo rodea o que transitó. De alguna manera, todos tenemos un paisaje urbano o rural que es la escenografía de nuestra vida. Al menos en esta etapa, mi obra está orientada a dar cuenta de estos lugares propios del conurbano que me son cercanos, de los cuales necesito apropiarme y volver literatura dramática. El conurbano fue y es un espacio tan determinante en mi vida que se hace lugar en mi espacio poético de escritura para ser expuesto. Y ese espacio condiciona una poética de contrastes: lo poético y lo coloquial se disputan su derecho de estar. En ese camino me hundo en lo oscuro, en el dolor, en la tristeza local, pero desde una mirada poetizada que me acompaña no como recurso creativo, sino como necesidad para vivir –si no me agobio– y llevar adelante mis búsquedas. En el libro se refleja esa dualidad, esa escritura con furia, con cierta bronca por cómo están tiradas las cartas para muchos de los personajes que pueblan mis historias. Es un buen ejercicio el pensar a partir de estas historias si la angustia es universal o si cada contexto ofrece distintos colores a la tristeza.
–Como dijo, sus relatos son todos oscuros. ¿Por dónde pasa, entonces, la construcción de otra mirada sobre el conurbano?
–No me interesa hacer Policías en acción, eso de regodearse en ciertas marginalidades. Me interesa el pibe que tiene 18 años y que no tiene proyectos de vida. Me atraen esos lugares que intentan correrse de la representación habitual del habitante del conurbano. Hay mucho estereotipo: siempre fue el espacio de lo bárbaro en la literatura y en los noticieros. A veces también en el cine. Se construye el conurbano desde una faceta, la de la violencia y la delincuencia. La cuestión es tratar de entender el porqué. No hay un gen violento de acuerdo al lado del Riachuelo en que uno nace, hay causas más profundas ligadas al nivel de desigualdad: en diez cuadras podés pasar de un lujo extremo a casas hechas con dos chapas, que se inundan todos los días, donde tu expectativa de vida no pasa los 18 años porque sabés que a esa edad a tus amigos los mató la policía, terminaron presos o murieron por el paco. A veces no hay muchas salidas. Si cultural y educativamente es una zona postergada, no se puede esperar que salgan cosas brillantes. Lo triste y lo más peligroso no es la pobreza material, sino la de sueños, expectativas y deseos. Lo veo en mis alumnos (da clases de Literatura en dos escuelas de Lomas). Trato de que entiendan que pueden apostar a algo más de lo que socialmente parecen delimitarles o ponerles como techo.
–Hay otro elemento muy importante en sus obras, el afectivo. ¿Qué lugar ocupan los vínculos en la representación del habitante del conurbano que usted creó?
–Las obras reflejan una crisis en las relaciones y una dificultad de comprometerse desde lo emocional. En las últimas décadas fue muy fuerte el quiebre de muchas instituciones, entre ellas la familia. Lo veía mucho en mi barrio. Ayudan ciertas condiciones materiales, por ejemplo cuando en una misma casa hay tres familias. En los censos te sorprendés de cómo en una casita muy pequeña viven 20, 22 personas. Son fenómenos que imponen nuevas reglas de relación. Y hay algo del peso cultural que aplasta. Por eso digo que la pobreza también opera en lo simbólico. Mis alumnos se sienten menos ante otros. Cuentan que van a un negocio y no los dejan entrar porque piensan que les van a robar. En mi obra pretendo develar a los nuevos marginados de la actualidad, narrar el dolor humano ante la imposibilidad de cumplir sueños y expectativas, a partir de la transcripción de las crisis sociales, políticas y económicas en las vidas de los ciudadanos de nuestros barrios. Pretendo que mi escritura esté construyendo un discurso poético sobre nuestra realidad, sobre los cambios culturales y sociales que se suscitan en nuestros barrios, en nuestras ciudades. De una manera más o menos explícita pretendo que el teatro sea un ajuste de cuentas con el presente.
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