Dom 05.08.2012
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OPINION

Hora de devolver

› Por Eduardo Fabregat

La noticia apareció esta semana en la sección Cultura Digital de Página/12: “Los sellos discográficos no compartirán la plata ganada a Pirate Bay con los artistas ‘perjudicados’. La sentencia contra Pirate Bay incluyó el pago por ‘daños’ a la industria del entretenimiento por 550 mil dólares en contra de los principales sellos. La corte dictaminó que los ingresos eran para compensar a artistas y dueños de los derechos de autor por sus pérdidas. Sin embargo, los artistas no verán ingresos extras por el acuerdo judicial, sino que se usará esa plata para financiar nuevas campañas antipiratería a través de la IFPI. ‘Cada ingreso por daños es reinvertido en campañas educativas y programas antipiratería’, dijeron”.

A veces asombra el cinismo que pueden exhibir los actores de la industria musical, incapaces siquiera de poner esas chirolas que concedió el tribunal en manos de los artistas: el pensamiento empresarial es que resulta mucho más productivo gastar ese dinero en marketing antipiratería. La defensa de los derechos de los músicos, está visto, tiene muchas facetas.

La piratería sigue siendo un importante agujero negro en el negocio. Pero también es cierto que el negocio se reorganizó bastante bien después de los primeros titubeos históricos respecto del consumo digital: los ingresos por canciones en unos y ceros ya superan en Estados Unidos a los formatos físicos, y a nivel mundial hay un mercado legal con prosperidad a pesar de las crisis. La música se vende en una infinidad de envases: Bob Dylan, por caso, adelanta “Early Roman Kings”, de su nuevo disco Tempest, en el trailer de la serie televisiva Strike Back. Eso en el mainstream: por fuera de las grandes compañías presentes en la web hay todo un circuito que redefinió el panorama de creación, publicación y difusión de artistas antes condenados a un under mucho más artesanal y limitado. El artículo de Matías Córdoba sobre sellos independientes de La Plata que este diario publicó el domingo pasado fue bien ilustrativo, y hay todo un universo a explorar en lugares como Bandcamp, MusicFast, SoundCloud y plataformas similares. Cuando Radiohead implementó lo del “disco a la gorra” hubo quien dijo que sólo ellos podían ensayar ese recurso porque eran grandes, pero hoy los grupos independientes hacen uso de la herramienta y le sacan provecho con el trabajo en vivo y ventas físicas derivadas.

El debate sobre si es posible una forma de negocio digital, y si la piratería se lo puede comer, es útil y necesario pero termina ocultando una novedad mucho más importante para los músicos que para la industria. Algo que sucederá en 2013: artistas como Bob Dylan, Bruce Springsteen, Eagles y Tom Waits recuperarán el control sobre su catálogo de canciones, independientemente de lo que hayan firmado en su momento con la compañía discográfica. Serán dueños y libres de hacer lo que quieran con esa música, sin pedir permiso y negociando sus propios porcentajes. ¿Cómo se llegó al milagro de los músicos recuperando la propiedad de esa cancioncita que compusieron en su dormitorio y terminó vendiendo 10 millones de copias... y en manos de otros? Una serie de enmiendas realizadas en Estados Unidos a la Ley de Copyright de 1978 estableció que, pasados 35 años de su publicación original, los compositores pueden dar por terminado el acuerdo de copyright firmado, diga lo que diga. La ley entrará en vigencia en 2013, y los responsables del Departamento de Discografías Remasterizadas Sin Intervención Del Autor se miran con preocupación.

Los artistas atentos a la evolución de su carrera en un mercado siempre agitado ya estaban al tanto de la situación, pero hubo un caso testigo que ayudó a empujar una conciencia pública, un poco de difusión a un tema que merecería estar tan presente como el de la piratería. Fue un juicio que inició un compositor que fue contratado por un sello para el grupo de factoría que estaban colocando en el mercado. El músico demostró haber compuesto y cantado una serie de hits y reclamó la propiedad de esas canciones (¡y sus jugosas regalías!). A través de la RIAA (Recording Industry Association of America), la compañía productora contraatacó alegando que lo del artista había sido work for hire, una suerte de alquiler de talento, y por lo tanto los fonogramas resultantes eran propiedad de quien lo había financiado. El modelo histórico de contrato de grabación, o sea. Pero el juez de California Barry Ted Moskowitz no opinó lo mismo y le dio la razón al demandante, quien tiene allanado el camino hacia 2013 y, de paso, sentó jurisprudencia para todos los que vengan.

El artista demandante se llama Victor Willis. Actuaba disfrazado de policía caminero en un grupo que cantaba “YMCA”, “In the navy”, “Can’t Stop the Music”, “Macho Man” y otros hits interplanetarios.

Y un día Village People hizo algo bueno por la música.

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