Mar 23.10.2012
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OPINIóN

Acerca del vendaval Bellotti

› Por Marcelo Schapces *

De todos los recuerdos que me vienen a la memoria en los que aparece Sergio Bellotti, hay uno que me resulta a la vez revelador y portentoso. Yo era su productor ejecutivo en Sudeste que se rodaba en el Tigre, en las islas, a una hora de lancha del continente. Era diciembre de 2001 y la sensación de malestar y desamparo nos corroía a todos. Filmar la adaptación de la novela de Haroldo Conti en esas condiciones, con la imposibilidad de sacar no más de 250 pesos semanales de los cajeros automáticos era un esfuerzo titánico y ponía a prueba día a día los nervios de todos los que participábamos en el rodaje. Recuerdo entonces a Sergio en esos días, de pie sobre una lancha o un bote, descalzo, con un sombrero panamá, megáfono en mano, arengando al borde del desquicio a toda la tropa, como un remedo sudamericano de Apocalipse now o Fitzcarraldo.

Sólo los que estuvimos ahí podemos dar cuenta del talento de Sergio para comandar esa patrulla perdida hacia un destino artístico en medio de un país que se hundía. Las serenas imágenes de Sudeste, de una belleza inquietante en un paisaje de un silencio que atronaba los oídos, no permiten siquiera entrever el contracampo demencial al otro lado de la pantalla. Varias veces con Gustavo Siri, entrañable amigo común con Sergio (y tal vez quien más lo conoció), que participaba como jefe de producción, nos pusimos a reflexionar sobre la furia reinante de esos días y el sereno pero a la vez tenso devenir del relato de Sudeste. Todo ello, lo que sucedía a un lado y otro de la cámara, lleva la firma de Sergio Bellotti.

Sergio era casi un estado de la naturaleza. Era cine en expresión pura. Su paso tragicómico tenía algo de Keaton o Hulot, y su mirada y el creativo cinismo de sus textos nos ponían inmediatamente dentro de una narración que mezcla Ozu, Houston y Rohmer.

No hay exageración posible en Bellotti porque él mismo es la desmesura. Su reciente serie para la TV digital, Oficios Nocturnos, da cuenta de ello, recorriendo una Buenos Aires de serena pesadilla, su ciudad preferida, lejos de cualquier estereotipo y convertida, en cada rincón y en cada personaje, en una sutil Babilonia que construye una poética desesperanzada pero al mismo tiempo vital. Así ha atravesado Sergio la vida: un verdadero “artista de la vida” podría haber parafraseado el bueno de Franz Kafka de haberlo conocido. Bellotti era capaz de tener una conversación hasta con Bartleby, si se lo hubiera propuesto. Pocos tan arrojados como él, en el sentido definitivo de la palabra.

Ahí comenzará a andar ahora, por ese territorio que su amado Walsh definía como el único cementerio posible: la memoria. En el recuerdo vivo de los que lo queremos, él habita, nos hace desplegar el alma, nos arrebata y nos desmesura con modos y sonrisa de Rocambole eterno.

Chau, Sergio. Hasta mañana y siempre. Descansá un rato y esperanos para seguirla.

* Cineasta y productor.

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