HOMENAJE EN EL FESTIVAL DE TANGO DE BUENOS AIRES
Un seleccionado de músicos especialmente reunidos para la ocasión, bajo la dirección del pianista Ernesto Jodos y Pedro Casís, ejecutó Tangos y Postangos (Suite Nº 1), una obra que el fallecido compositor había estrenado diez años atrás en Alemania.
› Por Santiago Giordano
En su tercera jornada, el Festival de Tango de Buenos Aires rindió un homenaje a Gerardo Gandini. El concierto fue el primero del festival en el auditorio de La Usina del Arte y el primero del segmento “Producciones especiales”. Y un homenaje a uno de los artistas más personales en la historia de la música argentina en una reseña de música ciudadana es más que una postura correcta, a pocos meses de su muerte. Su recuerdo en ese ámbito suena tan lógico como justo. Al final de cuentas, para Gandini el tango era una de las numerosas hendijas por donde la Historia respiraba en su obra. Casi como una condena –valga el recurso tanguero–, Gandini supo de tangos. “Esa música que mi viejo escuchaba en Villa del Parque, que yo rechazaba (...), viene en los momentos más inesperados, cuando la mente es un campo blando; es entonces que silbo la música que odiaba”, escribió Gandini en las notas que acompañaban el primer volumen de Postangos, un disco editado por el sello Testigo en 1996, algunos años después de su paso como pianista por el sexteto de un Piazzolla tardío. Después vinieron más discos con Postangos en piano –incluso uno le valió un Grammy en 2004– y también una producción para la big band de la Radio de Colonia, en Alemania: Tangos y Postangos (Suite Nº 1), la obra elegida para el homenaje del viernes.
Estrenada hace diez años en Alemania, y presentada en la Argentina en el 9º Festival de Jazz de Santa Fe en 2006, Tangos y Postangos (Suite Nº 1) contó en esta oportunidad con un seleccionado de músicos especialmente reunidos para la ocasión, bajo la dirección de el pianista Ernesto Jodos y Pedro Casís, con la asistencia de Gabriel de Pedro.
Más allá de lo culto y lo popular, del tango, de lo académico o del jazz, de la previsión y la improvisación, de lo que suena y lo que está escrito, Gandini supo hacer de los Postangos un género en sí; un territorio de lo posible donde con naturalidad –éste es uno de sus grandes méritos– confluyen diversidades varias que respiran con lo abstracto y con lo concreto. El tango entonces, en el impacto como en la elipsis, resulta ser una enunciación que retumba desde distintos lugares. Antes que música sobre música –categoría que inevitablemente termina por definir a un compositor de frente a la Historia–, los Postangos de Gandini parecieran ser un ensayo lúdico y lúcido para responder sin solemnidad alguna a la pregunta, tan formal para muchos, sobre las fronteras y las superposiciones posibles entre distintas tradiciones.
Ya la formación pensada por el pianista y compositor para esta serie advierte sobre posibles cruces: una big band de jazz que dialoga con un violoncello y un bandoneón, en la que el piano también funciona como un vínculo entre las partes. Ernesto Jodos (piano), Cacho Hussein (guitarra), Jerónimo Carmona (contrabajo), Sergio Verdinelli (batería), Lautaro Greco (bandoneón) y Carlos Nozzi (violoncello) fueron los solistas.
Distinto a lo que sucede en los Postangos para piano, Gandini no apela en esta obra al repertorio de páginas tradicionales para cumplir su viaje. Más bien plantea territorios nuevos desde un horizonte propio, o en todo caso recreando sus propias composiciones, que elige entre las rozadas por el tango y sus connotaciones, como “La nostalgia”, el primer número de la suite, extraído de la música que compuso para Vidas privadas, la película de Fito Páez. Un solo de saxo soprano en función concertante da comienzo al concierto; con fibrosa languidez intercambia planos con la big band, antes de la entrada del violoncello, que en este como en tantos pasajes de la obra bien podría ser el “cantor” de la orquesta. En “Café de la musique”, el segundo número, la fibra orquestal se hace más robusta y enmarca las conversaciones que llegan desde distintos lugares, con distintos argumentos.
El recurso concertante entre solista y la masa, la alternancia de carácter entre los números de la suite, son algunos de los expedientes recurrentes que van delineando desarrollos, que encuentran momentos altísimos. Como “Mi desgracia”, con un clima enérgico en el que conviven el romanticismo de un nocturno de Chopin y el de un tango de Juan Carlos Cobián con la orquesta de Glenn Miller; o “Gata escapada”, donde a la manera de un concerto grosso la masa orquestal dialoga con un trío de jazz; o “La nube”, la milonga que es parte de la música de la película homónima de Pino Solanas, que entre otras cosas tuvo un profundo solo de bandoneón.
El final con “El pueblo unido”, una marcha enérgica y vital, puso el precinto de una muy buena ejecución sobre una música articulada y encantadora, capaz de cautivar desde su complejidad tanto como de su naturalidad, desde lo que dice tanto como desde lo que insinúa. El gran aplauso del público tuvo como premio un bis con el mismo “El pueblo unido”, que trajo más aplausos.
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