OPINIóN
› Por Alejandro Seselovsky *
Son las 23.34 del lunes 25 de noviembre del año 2013 y estoy en el programa de televisión llamado Duro de Domar, saliendo en vivo por la pantalla del Canal 9 de Buenos Aires. Me chorrea agua de la cabeza. Unos segundos antes, el señor Guido Süller me arrojó a la cara el contenido de su copa. Y un segundo todavía más atrás, yo había dicho que Ricardo Fort, ex novio del señor Süller, muerto en la madrugada de ese lunes, fue un artista mediocre. Süller se sintió insultado y, en un brote de indignación incontenible, me agredió. Luego se retiró del estudio, podría decirse que intempestivamente. Ahora, la gente que rodea la escena –conductor, panelistas, productores– un poco se impresionan, aunque sin énfasis, como acostumbrados. Y yo río, celebro. Estoy dentro de la criatura que vengo mirando tanto pero desde afuera. He sido devorado por ella. Ya puedo contar su estómago.
Lo que venimos llamando televisión basura, trash, como prefieran nombrarla, es un subgénero narrativo que habita todas las televisiones del mundo y en cuyo último subsuelo, apenas audible, sobrevive la discusión de lo real, el asunto de la verdad: La-Verdad. Sus personajes hacen equilibrio sobre el vértice de la ficción-no-ficción y nunca se sabe exactamente si la escandología que los envuelve es cierta, o no lo es. Para averiguarlo hay que entrar, ser ella, convertirse en esa misma televisión. Cuando todavía no había pasado nada frente a cámara, en un corte, fuera de aire, Guido Süller se me acercó y, con toda la claridad del mundo, me preguntó:
–¿Te bancás un vaso de agua?
Lo que Guido hace cuando está al aire, lo que Ricardo Fort hacía, es un tipo de escritura derivada del folletín, mucho menos preocupada por informar que por entretener y que no tengo problemas en llamar literatura. El diario Clarín dijo que mi episodio con Süller había sido un papelón. Es curioso porque la televisión trash es, esencialmente, papelón. De hecho, es la validación artística del papelón, es el papelón reconvertido en narrativa popular, en escritura de entretenimiento masivo: el papelón es su condición de existencia. Mi respuesta a Guido intentó estar a la altura:
–No sé cómo se juega a esto, Guido. Quedo en tus manos. Decime qué necesitás que haga.
Dejo constancia de que la producción de Duro de Domar no intervino, o yo no me enteré de que hubiera intervenido. Fue Guido viniendo a mí. Fui yo respondiéndole. La televisión se fabrica así, tantas veces. Ahora Guido me instruye:
–Decime algo malo, atacame. O decí algo de Ricardo.
–¿Que fue un cantante mediocre te sirve?
–¡Perfecto!
Guido hace muy bien lo que hace: tiene timing, lee bien el piso, busca la cámara con resolución y maneja los climas internos con una afilada destreza de la composición. Su tono es el grotesco sensible, familiar. En Fort, en cambio, todo estaba más erotizado: Fort siempre fue como la función trasnoche de Guido y Tomasito. Transitaron juntos, sabiéndolo o no, queriéndolo hacer o no, esta constitución televisiva de la parodia. Süller y Fort son Joyce y Beckett con lluvia de papas: los une a los cuatro una pasión por escribir el absurdo, por dejar expuesto el sinsentido de las cosas. Cada uno lo fue logrando como pudo.
El agua me cae por la cara. La cámara sigue encendida frente a mí. Estoy al aire. Hay cientos de miles de personas del otro lado mirando lo que hago. La potencia de tráfico de la televisión es demencial y yo no consigo contener un extraño tipo de alegría, la que producen los hechos que finalmente se dejan verificar. Así eran las cosas, después de todo. Fa. Mirá vos.
* Periodista, autor de Trash: retratos de la Argentina mediática.
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