Jue 04.08.2005
espectaculos

ENTREVISTA CON EL DIRECTOR DE ORQUESTA DANIEL BARENBOIM

“Esperamos tocar en Ramalá”

Ya comenzó en Europa la gira de la West–Eastern Divan, que él fundó y dirige con músicos israelíes y palestinos.

El ritmo es un concepto de vida para Daniel Barenboim. Pero no es la única palabra del argot que él utiliza para poner en práctica otras cosas. Si como músico, este pianista, director de orquesta y agitador de conciencias ha enriquecido a varios compositores, empezando por Mozart y terminando por Wagner, en su papel de referente social, Daniel Barenboim también tiene sus ambiciones: desmontar palabra a palabra las mentiras oficiales, las verdades preconcebidas y los prejuicios que han destruido durante años las vidas de miles de personas en Medio Oriente y, como dice él, “bajar la música del pedestal” a la calle. Es lo que paso a paso espera conseguir al frente de la Orquesta West-Eastern Divan, el proyecto que empezó hace siete años con su íntimo amigo palestino, Eduard Said –que falleció en septiembre de 2003–, en el que se les ocurrió, desafiando tabúes, formar un grupo de árabes e israelíes que tocaran juntos y que hoy es una realidad incontestable. Comenzaron una gira en España, antes de salir a Europa, América latina y terminar con un concierto en Ramalá, una ciudad de donde proceden varios músicos de la orquesta y que visitarán el 21 de agosto si la situación en la zona lo permite.
–¿Todo preparado para ir a Ramalá?
–El concierto de Ramalá se ha anunciado, la logística está bajo control, la sala reservada. Está todo organizado y cerrado para actuar allí, el gobierno español nos ha proporcionado los pasaportes diplomáticos para los músicos israelíes que no pueden acceder de otra forma, pero debemos tener en cuenta que el 15 de agosto es el día en que debe llevarse a cabo la retirada de Gaza. Esperemos que no se recrudezca la situación tanto como para no poder actuar.
–De todas formas, es un concierto que levantará ampollas en ambas partes. ¿Cómo están los ánimos de los dos bandos en la zona?
–A ambas partes les incomoda la idea, así que cada vez estoy más convencido de que se hará sin problemas. Los israelíes dicen que cómo es posible que vayamos a hacer música delante de familias que envían terroristas suicidas a atentar contra nosotros y los palestinos, que cómo van a recibir a músicos judíos cuando es un país que sólo les envía tanques y soldados. Yo entiendo que se sientan incómodos porque iniciativas como la del West-Eastern Divan son cosas que muchos podrían organizar en sus entornos y no lo hacen.
–¿Qué van a interpretar allí?
–Allí haremos la Sinfonía Concertante, de Mozart, y la Quinta, de Chaikovski. Elegimos los programas por un criterio musical, cosas interesantes y divertidas pero que los hagan crecer como músicos. Ahora estamos ensayando para esta gira la Primera Sinfonía de Mahler, algo que en el 2000 hubiese sido impensable, pero el caso es que vayan mejorando.
–Cuando Said y usted empezaron con el proyecto del Divan, ¿creían que iban a llegar tan lejos?
–No, ni en la cantidad ni en la calidad. Fue una idea muy loca. Al principio pensamos en un taller para ocho o diez personas, algo de cámara con algún árabe y algún israelí. Nadie se puede imaginar la sorpresa que nos llevamos. La intención era empezar con más árabes que israelíes, porque en Israel sabíamos que había buenos músicos. La primera sorpresa llegó cuando se inscribieron 200 de todo Medio Oriente y al ver que algunos de ellos tenían un gran nivel.
–Lo peor de todo han sido y siguen siendo las trabas políticas.
–Esto que hacemos es imposible, de hecho. Está contra la ley. Hay países que no permiten el contacto entre unos y otros y al principio teníamos miedo de que se utilizaran represalias contra algunos de ellos. Por eso no dábamos nombres de muchos chicos. Incluso, en un DVD que hemos grabado sobre la orquesta preguntábamos antes de rodar quién quería salir y quiénno. Pero hoy todo el mundo sabe lo que hacemos, todos conocen esta orquesta y ningún país puede fingir que no existe. Lo que estamos consiguiendo es un paso porque yo soy de los que creen que no es que el mundo esté cambiando, es que hay que cambiarlo.
–Dice que no está haciendo política con este proyecto, ¿pero en qué consiste la política entonces si no es otra cosa que entenderse entre sí para lograr cosas juntos?
–Este es un proyecto pionero que demuestra al mundo las posibilidades que ofrece la música, si quisiera hacer política utilizaría un espacio político. Esto no, esto consiste en aprender a través de la música.
–¿Facilitar el entendimiento?
–No, no sólo eso. Ambas partes trabajan para conocerse e interactuar juntos, además del entendimiento hay una práctica, un resultado, ése es el fundamento del West-Eastern Divan, pero, en este caso, sin el ismo.
–¿Por qué la música es tan efectiva en este caso?
–Es el único arte válido para un proyecto así, esto no valdría con escritores ni con pintores. Facilita el diálogo entre ellos. Por eso, para hacer más cosas juntos, tienen que pasar por una experiencia musical antes. Sólo la música marca un tiempo objetivo, es decir, un plazo. La partitura señala la igualdad y enseña la realidad del otro. Cada instrumento debe integrarse en un todo que es la orquesta y todos dependen de los de al lado para conseguir el resultado que se persigue. Cuando un músico árabe tiene que interpretar un solo en la orquesta, los israelíes lo miran atentamente y desean que le salga bien porque cuenta el resultado final, y así es la primera vez que muchos de ellos han tenido un sentimiento de admiración hacia lo que hace el otro. Lo mires por donde lo mires, todo es positivo en este caso, dentro de la orquesta se ayudan y se admiran para que todo salga bien.
–Un trabajo por el bien común.
–Un lugar donde aprenden respeto mutuo y donde se dan cuenta de que sí es posible trabajar juntos. Tenemos que aplicar los principios de la Revolución Francesa y además por el orden en que están formulados. No es casual, porque la libertad es la condición primera para que haya igualdad y las dos son fundamentales para que todo termine en fraternidad.
–Muchos lo han atacado por llevar a cabo este proyecto y por sus visitas a Ramalá, donde colabora con niños palestinos. ¿Qué les irrita?
–En Israel, muchos me critican porque piensan que hago esto para promocionarme, pero en mi caso ir a Ramalá no ha sido un chiste. No me he quedado en Berlín a escribir artículos, voy allí, aunque no garanticen mi seguridad. Lo que yo sostengo es que debemos tener la voluntad y ser capaces de aceptar que existe una visión y un relato palestino de los hechos. Yo no comparto todo lo que defienden, pero si no hago el esfuerzo de comprender su visión de las cosas nunca voy a entenderme con ellos.
–Interpretó Beethoven en la Plaza Mayor de Madrid. Muchos opinan que la calle no es lugar para escuchar este tipo de obras, ¿cómo los convencemos?
–Hay que dar a los que no van a los auditorios la oportunidad de ser tocados por la música. Hay que bajarla del pedestal.

* De El País. Especial para Página/12.

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